Los Verdaderos Mensajes Que Esconden Los Cuentos Infantiles

No, nada es como te lo habían contado. Puede que los recuerdos de tu infancia no vuelvan a ser los mismos tras leer estas líneas…

Los verdaderos mensajes que esconden los cuentos infantiles

Empecemos por Caperucita. Siempre nos hablaron de una adorable niña ataviada con una capa roja que tropieza con un malvado lobo de camino a casa de la abuela. ¿Cómo ibas a pensar que la inocencia no era lo único que sonrosaba sus mejillas?

¿Y si te dijéramos que la sangre se acumulaba en sus pómulos debido a la que la lívido era el auténtico “animal” que acechaba a la niña? El cuento de Caperucita Roja nos habla de una joven que entra en la pubertad y que está dispuesta a perderse en un bosque de sexualidad. Una situación para la que por su temprana edad no está preparada. La pequeña duda entre lo que sus instintos le piden y lo que su madre (o léase convencionalismos) le dice que debe hacer. ¿Empiezas a pensar en el lobo de otra forma?

No te equivocas ahora y puede que no te equivocaras entonces: el lobo quería comérsela, pero con los ojos. Y a Caperucita no le desagradaba la idea. Ella se dejaba seducir por las fauces del peligro. Unas fauces que le fascinaban (¿Te viene a la cabeza aquello de “¡Qué boca tan grande tienes!”?).

En la Edad Media surgió esta historia para lanzar una advertencia a los niños. Los más pequeños ven el sexo como algo ajeno, casi temible pero no pueden evitar sentirse atraídos tal y como explica Bruno Bettelheim en su obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Quizá esa fue la atracción que sintió Caperucita al ver al lobo. Atracción que le hizo olvidar la enfermedad de la abuela y que la llevó a un fatal destino que todo padre quiere evitar a sus vástagos. Y es que por mucho que mamá nos diga que no hablemos con extraños la curiosidad siempre vuelve difusas las advertencias.

Sin embargo, no es el único cuento que se basa en tener a los niños atados en corto. Pinocho dejaba bien claras las consecuencias del consumo de tabaco y alcohol o de la desobediencia sin ir más lejos. Puede que lo de las orejas de burro sea una exageración, pero el mensaje cala (reconoce que apenas querías respirar en una habitación donde fumaran por miedo a rebuznar). En cambio, el buen comportamiento se premiaba: si sigues la voz de tu conciencia (o de la de alguien más sabio que tú véase un grillo con chistera), serás transformado en la mejor versión de ti mismo.

Blancanieves tampoco lo tiene fácil desde el punto de vista de Freud. De nuevo, un cuento infantil enfrenta a su protagonista a las tentaciones del mundo y muestra a los más pequeños que aislarse de ellas trae una principesca recompensa. Esta princesa huye en un primer momento de la maldad, representada por una corrompida madrastra, que se quiere apoderar de su puro corazón.

Pero ahí no acaba su lucha. La muchacha va buscando su sitio tras atravesar un bosque (puede que Blancanieves estuviera perdida en más de un sentido) en el que debe crecer. Para ello, debe enfrentarse y dejar atrás a los siete estados de la infancia que de enanos tienen poco. No obstante, la manzana es el símbolo clave en este cuento. Como lo ha sido siempre, se trata de una alusión al sexo y al deseo. De hecho, como con Caperucita, se recurre al Mito de Eva: una figura femenina que se enfrenta a la tentación, con manzana incluida.

Lo que Perrault, Collodi y los hermanos Grimm quisieron dejarnos claro es que los niños necesitan la contraposición sencilla y exagerada (sí, reconocemos que el ataúd de cristal fue demasiada exageración) para saber cuál es el camino correcto a tomar. Al final todo se reduce a que los malos son malos, los buenos son buenos y las miguitas de pan que llevan a una casa desconocida con dulces gratuitos deben hacerte sospechar.