Ir directo al contenido

    Después de lo de Orlando, la gente LGBT reflexiona sobre lo que significan los bares de homosexuales para ellos

    "Encontré un lugar seguro. Encontré un hogar".

    El G-A-Y Bar de Londres, el Stonewall Inn de Nueva York y el Kiki de Reykjavik, Islandia. tumblr.com

    Ir a un bar gay al menos una vez es un rito de paso homosexual. Volver una y otra vez, sin embargo, no siempre es en las cartas. La escena del club puede ser alienante para aquellos que no beben o no les va la fiesta. Puedes encontrar 10 bares para hombres homosexuales dentro de un radio de tres cuadras en prácticamente todas las ciudades principales de América, pero los bares de lesbianas están desapareciendo en todo el país. Y mientras que las drag queens siempre han sido actores esenciales para la vida nocturna gay, los transexuales y aquellos no conformes al género no siempre son recibidos con los brazos abiertos de manera similar. Muchos (aunque no todos) bares de homosexuales tienen mala fama por centrarse en y celebrar solo ciertos tipos del colectivo LGBT: a saber, chicos blancos cisgénero y en forma.

    Estos espacios no son perfectos. Sin embargo, para muchos de nosotros, son lo mejor que tenemos: santuarios de la homosexualidad que soportan las demoledoras olas de la heteronormatividad en la bahía; lugares para cambiar de género sin temor a la censura, para besar sin objetivación ni vergüenza. Son, para muchos de nosotros, una especie de hogar.

    El domingo por la mañana, cuando un hombre armado irrumpió en el club nocturno gay Pulse de Orlando, Florida, matando a 49 personas e hiriendo a otras 53, la ilusión de un santuario gay supuso comprender algo terriblemente crudo: incluso nuestros supuestos espacios seguros no son realmente seguros. (Pero en realidad todos lo sabíamos ya). Una noche latina encabezada por mujeres trans y drag queens de color terminó en el tiroteo más mortífero de la historia de EE. UU. Un año después de la decisión del Tribunal Supremo sobre el matrimonio, la seguridad (en particular para los homosexuales y transexuales de color) está todavía demasiado lejos de estar garantizada.

    Los bares para homosexuales no son suficientes. No para garantizar la perfecta unión de todos los rincones de nuestras comunidades; no para mantenernos seguros. Pero incluso después de que sen brutal y terriblemente invadidos, bien Stonewall en 1969 o Pulse en 2016, pueden volver a construirse. Quizá puedan incluso volver a ser un hogar.

    En honor de Pulse y sus clientes, preguntamos a la gente LGBT sobre lo que los bares homosexuales han significado para ellos. Esto es lo que nos contaron.


    "Era jodidamente feliz. Fue la noche más hermosa y liberadora de mi vida".

    Cumplí 21 años tres días antes de embarcarme en un viaje de estudios en el extranjero de 4 meses en Londres. Había salido del armario como bisexual un año antes, pero nunca había estado en un espacio particularmente para gais. Yo era casi el únigo gay fuera del armario en mi grupo de amigos de los suburbios de Nueva Jersey y solo podía llegar a la comunidad homosexual que tan desesperadamente necesitaba por internet. Probablemente vi cada programa de televisión, cine y vídeo de YouTube que en el que hubiera una mujer gay solo para sentirme yo misma.

    Avance rápido unos meses, a cuando vivía en Londres. Mi amigo, que resultó ser gay, mencionó que quería ir a un club gay. Yo solo había salido del armario con un puñado de personas en el viaje de estudios en el extranjero (según cuentan, nunca sales del armario solo una vez). Estaba llena inmediatamente de mucho entusiasmo y energía nerviosa. Llegamos al Gayborhood, adornado con el arco iris y señales de neón, y caminamos hasta un bar que se llama G-A-Y.

    Esa noche fue la primera noche del resto de mi vida. Me besé con dos chicas hermosas, bailé canciones de Whitney Houston y Madonna y abracé a mis amigos. Era jodidamente feliz. No creo que nadie a mi alrededor se diese cuenta o entendiese el significado de ese momento para mí. Era yo misma, eso era todo. Sin vergüenza, sin molestias, sin preguntarme si alguien a mi alrededor era gay, como lo había hecho tantas veces en barras hetero. Fue la noche más hermosa y liberadora de mi vida.

    —Nikki, 22 años, gay/bisexual


    "Vengas de donde vengas, lleves lo que lleves puesto, de cualquier manera con la que te identifiques y con quien quiera que estés, perteneces".

    El primer bar gay al que fui fue el Dark Lady, en Providence, Rhode Island, cuando una amiga heterosexual y yo fuimos en coche desde Boston para ver un concierto de Leslie and the Lys. La X del rotulador apenas se había secado en el dorso de nuestras manos antes de que un drag queen pasó como si nada y me dijo, en un tono alegre, como si estuviera halagando mi corte de pelo, "¡Te comería el culo!" No se me ocurre una bienvenida más cálida.

    Crecí en un pequeño pueblo a las afueras de una ciudad demasiado pequeña para tener una escena gay visible y estuve en el armario hasta después de la secundaria. Los primeros amigos homosexuales que hice fueron en la universidad, y pasar tiempo con grandes grupos de personas homosexuales todavía era una experiencia nueva. Pero cuando pienso en el Dark Lady aquella noche, hasta cierto nivel reconocía incluso a los desconocidos: parejas de chico gay y chica heterosexual como mi amiga y yo, chicos para los cuales la secundaria no era más que una tortura y chicas que nunca eran lo suficientemente "femeninas" para que alguien estuviese colgado de ellas. Vi el alivio suelto en sus sonrisas, la comodidad en la forma en que se abrazaban, su afecto filial a las drag queens que presidían. Era como si todos hubiéramos cruzado una línea de meta, entrado en un reino más allá de la negociación de identidad del mundo exterior. En el interior, simplemente estábamos todos allí.

    He estado en decenas de bares para homosexuales después del Dark Lady (aunque ninguno con una referencia Cher comparable en su nombre) y cada uno de ellos, incluso los malos, ha tenido el mismo sentimiento de camaradería en su corazón. Vengas de donde vengas, lleves lo que lleves puesto, de cualquier manera con la que te identifiques y con quien quiera que estés, perteneces.

    —John, 27 años, gay


    "Y me siento fortalecido por cada persona que vive en una pequeña ciudad, pero que no es pequeña".

    Me mudé de California a Arkansas unos años. Mientras estaba allí, encontré una comunidad genial de drag queens, gais, lesbianas y aliados de gais que se juntaban todos los viernes y sábados en un pequeño bar para desahogarse. Entrar a un lugar donde estaba bien estar. Existir. Ser visto.

    Para entrar en el bar, había que conducir hasta el borde de la ciudad y caminar por un estacionamiento donde había habido varios. Sin embargo, todas las semanas, sin falta, todos atravesábamos ese estacionamiento y desafiábamos todo para tener nuestra seguridad dentro. Ahora me pregunto por los que dejé atrás cuando regresé a California. ¿Seguirán desafiando al estacionamiento? ¿Lo hicieron ayer por la noche por solidaridad? Si tuviera que adivinar, imaginaría el bar más lleno que nunca. Es un refugio. Es un lugar para que la minoría no sea gobernada por la mayoría, sino por las reglas del amor y de la luz. Pero también imagino que anoche fue tensa. Más tensa que otros lugares en los que he vivido y que he visitado. Me desperté hoy fortalecido por el hecho de que no hubiera noticias de violencia en este pequeño bar de Arkansas. Me sentí alentada, a sabiendas de que los ciudadanos homosexuales probablemente se reunieron y velaron y se mantuvieron fuertes hombro con hombro. Y me siento fortalecido por cada persona que vive en una pequeña ciudad, pero que no es pequeña.

    —Zee, 39 años, hombre gay transexual


    Tengo la suerte de vivir en un país (España) donde no necesitamos bares gais para sentirnos "seguros", pero para un chico de una ciudad (muy) pequeña como yo, cuando me mudé a la capital y empecé a ir a bares y clubes para gais, fue liberador: Desde un punto de vista sexual y sentimental, elimina la necesidad de buscar compañeros con el pseudoanonimato de internet o de tener que correr el riesgo de entrar en contacto con un hombre heterosexual. Solo la sensación de que podía contactar con alguien sin ningún problema (bueno, siempre está el rechazo habitual, pero eso puede pasarle a todo el mundo, por supuesto) hacía que flirtear, conocer gente nueva y hacer nuevos amigos fuese más fácil y feliz. Es por eso que cosas como el tiroteo de Orlando o incluso la reciente microepidemia de violencia homofóbica de España en Madrid son tan dolorosas. Están atacando a la gente en el único lugar donde pueden sentirse realmente libres.

    —Marcos, 31 años, gay


    " Me pregunto cuánto tiempo más me será posible permanecer en la sombra".

    Como alguien que creció en el sur, en una comunidad cristiana evangélica, y como alguien que no salió del armario hasta tarde, he disfrutado de muy pocos espacios verdaderamente seguros en mi vida. Salí del armario a mediados de la universidad para algunas personas, pero solo amigos cercanos, y hasta la fecha la mayor parte de mi familia ni siquiera sabe mi sexualidad. Incluso ahora, me da miedo usar mi nombre en esta publicación, porque tengo miedo de que alguien que conozco vea esto y sume dos más dos. Si saliese del armario a la comunidad de la iglesia del sur en que crecí, estoy segura de que a sus ojos pasaría al instante de ser solo yo, la chica con la que todos han crecido durante más de 18 años, a "una bisexual", una Otra, una enemiga. Así que sigo con la boca cerrada por mi ciudad natal y con aquellos con los que crecí, aunque esté fuera del armario para gente nueva que llega a mi vida.

    A día de hoy, aún cuando poco a poco me siento más cómoda con mi identidad, sé que todavía no estoy totalmente en ese punto. Todavía me pongo nerviosa en citas con chicas en espacios públicos, porque en mi propia cabeza estoy constantemente preguntándome en qué están pensando las personas que me rodean o si están mirando o si se han dado cuenta de que es una cita. La primera vez que fui a un club gay con algunos amigos homosexuales, sin embargo, fue totalmente diferente. Mis amigos homosexuales se unieron a mí en la búsqueda de chicas lindas, al igual que yo buscaba chicos lindos con mis amigos. Nadie allí pensaría dos veces en si yo bailaba, estaba de la mano o me besaba con una chica, principalmente porque todo el mundo lo hacía. Me sentí libre, me sentí aceptada y finalmente me sentí más como yo.

    Y luego la noche acaba. Y me voy a casa. Y no publico todos los Snapchats, todas las fotos, todas las frases divertidas de la noche en Facebook como lo haría normalmente. Y vuelvo a mis esferas cuidadosamente curadas. Y me despierto y leo acerca de otro club como el que visité, a meros kilómetros de distancia, donde se violó esa seguridad. Cuando la realidad del resto del mundo fuera de ese espacio seguro golpea y golpea con violencia. Y empiezo a preguntarme cuánto tiempo más me será posible permanecer en silencio acerca de mi propia identidad. Me pregunto cuánto tiempo más me será posible permanecer en la sombra, tratando de evitar ser marcada o conocida únicamente como miembro de una "comunidad", sin de alguna manera ser cómplice del odio que pasa incontrolado hacia esa comunidad. Hacia mi comunidad.

    —Anónimo, 23 años, bisexual


    "Me fui después de tomar una copa. Pero la sensación que me quedó fue que en realidad podría ser normal. Que en realidad podría estar bien".

    No vi el interior de un bar para gais hasta que fui a la universidad. Crecí en una ciudad donde simplemente era mejor y más seguro permanecer en el armario. Así que me presenté en un pequeño bar en el borde de la ciudad universitaria, por mi cuenta, bastante tarde por la noche.

    Lo que más recuerdo es estar de pie, incómodamente, observando. Todo era tan normal y sin embargo tan extraño. Los chicos flirteaban entre ellos, como si fuera perfectamente normal, una cosa que estaba totalmente bien. Las personas que se besuqueaban con entusiasmo en la esquina eran ambos hombres. Algunos chicos llevaban los ojos maquillados, algunos se daban la mano. Nadie parecía preocupado, nadie parecía equivocado.

    No me fui a casa con nadie, no hablé con nadie, ni siquiera estoy seguro de que hiciese contacto con los ojos con nadie. Me fui después de tomar una copa. Pero la sensación que me quedó fue que en realidad podría ser normal. Que en realidad podría estar bien.

    Y supe que volvería.

    —James, 30 años, gay


    BAR en New Haven, Connecticut, los martes por la noche, fue el primer lugar en mi ciudad natal, donde, como persona gay fuera del armario, me sentí segura, cómoda y entre mi gente.

    —Sally, 37 años, gay


    "Creo que ni siquiera sabía, antes de ir, que existiesen bares de lesbianas en el Sur".

    My Sister's Room en Decatur, Georgia, fue el primer bar para lesbianas al que fui, ubicado en un conjunto de vías del tren a lo largo de una calle residencial, a dos cuadras de mi universidad. Creo que ni siquiera sabía, antes de ir, que existiesen bares de lesbianas en el Sur. Ahora en gran medida no. Pero en aquellos primeros meses en que salía del armario y estaba lejos de casa, MSR era un lugar en el que simplemente podías exhalar. No tenías que preocuparte por rechazar avances no deseados de hombres ni adoptar una pose de claro interés por las mujeres, como quiera que eso se haga en la penumbra de una barra. No había el mismo tipo de urgencia que sentí en otros clubes por tratar de conocer a alguien. Hubo mucho baile. Y cerveza artesanal y ron barato y Coca-Cola disipada y un enorme patio con bancos de madera natural y canciones del único buen disco de Justin Timberlake. El terreno donde una vez se levantó fue vendido para construir unos apartamentos al final de mi primer año y el bar, con el mismo nombre, se trasladó a Atlanta, pero ni siquiera tuvieron tiempo de que se lo demolieran, pues un incendiario quemó el edificio.

    —Jessica, lesbiana


    Los bares para gais parecían un espacio seguro mucho antes de que saliera del armario, antes de sentirme como una de las personas que realmente pertenecían allí, proporcionaban un espacio para socializar y bailar que estaba libre del acoso masculino que a menudo era habitual en otros bares. Después de salir del armario solo he estado en un bar de lesbianas (no quedan muchos) y me pasé la mayor parte del tiempo mirando (probablemente demasiado) a todo el mundo a mi alrededor, sorprendida por la cantidad de personas que había y lo normal que eso parecía. Era como cualquier otro bar: gente que estaba muy borracha, bailando, besándose de forma descuidada, gritando. Nadie parecía asustado.

    —Katie, 29, lesbiana


    "Por primera vez me sentí verdaderamente libre".

    El primer bar de gais al que fui fue el Stonewall Inn. Trabajaba en prácticas en la ciudad y fui en la primera cita que tuve con un chico allí, completamente ajeno a su significado. También vi mi primer espectáculo de drags allí esa noche, antes de rebotar al bar de al lado, el Duplex, donde escuchamos canciones de musicales y nos besamos. Fue la primera vez que besé a un chico en público. Esa noche tiene mucha importancia en mi corazón, y nunca me he sentido tan libre. Por primera vez, me sentí verdaderamente libre.

    —Matt, 24 años, gay


    Los bares y clubes de gais, para mí, son como otro mundo donde de repente está bien ser gay. Es como estar en otro planeta, uno con menos prejuicios. Los bares y clubes de gais son como un punto ciego en la cámara a través de la cual la sociedad nos mira y nos escudriña por ser lo que somos.

    —Leigh, 19 años, transmasculino/lesbiana


    "Los bares de lesbianas han sido unos de los únicos lugares donde puedo bailar locamente con mis amigas y no sentir la incomodidad de que los hombres me coman con los ojos".

    La primera vez que fui a un bar de lesbianas (o una noche de lesbianas en un bar, como era el caso) fue sinceramente transformadora. Por tonto que pueda sonar, mire alrededor de la sala y pensé, Guau... toda esta gente es como yo de esta manera especial. A nivel práctico, resolvió algunas conjeturas de una joven lesbiana soltera en Nueva York; No me preguntaba: "¿Hay alguna posibilidad de que estén interesadas en las mujeres?" Una ex mía producía eventos y noches de bares para mujeres homosexuales y asistir a ellos me hacía sentir como un verdadero miembro de esta comunidad homosexual/lesbiana, a pesar de no conocer prácticamente a ninguna lesbiana antes de mudarme. Desde entonces, los bares de lesbianas han sido unos de los únicos lugares donde puedo bailar locamente con mis amigas y no sentir la incomodidad de que los hombres me coman con los ojos. Son los lugares de esta ciudad enorme donde puedo conocer a desconocidas y darme cuenta de que en realidad tenemos muchos amigos en común en común a pesar de que nunca nos hubiéramos conocido. Son los lugares donde no tengo miedo de ser cariñosa con mi novia porque nadie nos mirará con disgusto cuando nos besemos ni lo verá como una escena para su propio entretenimiento.

    —Cassidy, 24 años, lesbiana


    Antes de la universidad, no tenía ningún amigo LGBTQ+ ni modelo a seguir. Me sentía sola y aislada como niña gay que acababa de salir del armario. Cuando por fin pude salir de casa, encontré el ambiente de clubes de gais en Ybor City, Florida. Entrar a esos clubes era como entrar en un mundo completamente nuevo. Parecía una burbuja de seguridad para mí y otras personas que podían expresarse y no tener que pedir disculpas por ello. Conocí a muchas otras personas como yo en esos clubes y por fin ya no me sentía sola.

    —Rachel, 19 años, gay


    "Cuando salí del armario en la universidad, sustituí mi ritual semanal de ir a la iglesia por un viaje semanal a mi club favorito".

    Crecí en una familia católica devota, y los clubes de gais fueron los primeros lugares en los que pude expresar mi sexualidad abiertamente. Cuando salí del armario en la universidad, sustituí mi ritual semanal de ir a la iglesia por un viaje semanal a mi club favorito, por lo que los dos lugares están realmente conectados en mi mente. El tiroteo de Orlando me llena de una profunda sensación de violación y de tristeza porque nunca pensaré en ir al club de la misma manera.

    —Max, 40 años, homosexual


    "Tener un lugar donde me siento aceptada y normal me ha salvado muchas veces".

    Vivo en Manchester, así que más que un solo bar de homosexuales, tenemos la Gay Village. Mi recuerdo más importante es la primera vez que pasé por la Village. Volvía a casa desde la escuela, con 16 años, e iba debatiendo si salir del armario frente a mi familia. Decidí bajarme del bus y atravesarlo. Aunque solo estuve caminando por la village durante unos minutos, pareció una clase de momento perfecto en el tiempo. Había una sensación de alivio absoluto del temor a burlas y abusos, un miedo que no me había dado cuenta que era tan constante hasta ese momento. También recuerdo ver un atisbo de una camarera a través de la ventana y sentirme cautivada al saber que esa hermosa mujer era como yo, ¡realmente había mujeres homosexuales que estaban buenas! No me va mucho el ambiente de clubes, pero para mí, la opción de un espacio seguro, algún lugar en el que poder estar sin que nadie se dé cuenta, sin sentir que tengo que vigilar mi espalda y tener constantemente cuidado de quién está a mi alrededor, es muy importante. Tener un lugar donde me siento aceptada y normal me ha salvado muchas veces y no quiero ni pensar lo que mi vida habría sido sin eso.

    —Hayley, 24 años, gay


    "He sufrido agresiones sexuales en la pista de baile mientras bailaba con mi pareja en un club de heterosexuales, lo que nunca me ha sucedido en los clubes de homosexuales".

    Cuando mi pareja y yo estamos juntas en bares de heterosexuales, siempre me siento sexualizada por los hombres y mujeres heterosexuales. He sufrido agresiones sexuales en la pista de baile mientras bailaba con mi pareja en un club de heterosexuales, lo que nunca me ha sucedido en los clubes de homosexuales. Los clubes y bares de homosexuales son los únicos espacios públicos en los que me siento segura y libre para estar con mi pareja.

    —Parinda, 25 años, homosexual/lesbiana


    "Fue la primera vez que alguien me preguntó qué pronombres usaba".

    El mejor momento que he pasado en un gay bar fue en Edimburgo, cerca del teatro. Era mi primera vez allí y la primera vez que veía la bandera trans en la vida real y no en internet. También fue la primera vez que me sentí libre de ligar con una chica y la primera vez que alguien me preguntó qué pronombres usaba. Pasé muchísimo tiempo hablando con un chico gay sobre la ciudad y me abrazó y me dijo que era su mejor amiga. Fue mágico y perfecto, aunque solo fuese una noche.

    —Harley, 22 años, no binaria y bisexual


    En todos los bares de gais en los que he estado, me he sentido completamente aceptada y con seguridad para ser quien soy, serlo dándome la mano con mi novia o simplemente bailando como una completa idiota. Allí nunca importaba. Siempre había mucho amor en la atmósfera. Siempre he sido una persona cohibida, pero siempre que entraba en uno de mis bares de homosexuales, eso desaparecía. Porque sabía que no iba a ser juzgada por quién ame ni por mi aspecto. Durante la universidad, cuando por fin salí del armario ante mí misma y los que me rodeaban, me llevaron al Quest Club de Birmingham, Alabama. Siempre lo he guardado como un refugio seguro en mi corazón. Es donde aprendí a amarme a mí misma por ser homosexual y aprendí que me encantaba bailar. Donde aprendí que no estoy sola.

    —Ashleigh, 25, lesbiana


    "Podía bailar con cualquier persona, hombre o mujer y no sentirme como si tuviera que preocuparme de que se aprovecharan de mí".

    Los bares de gais significan aceptación. Libertad. Amor. Un espacio en el que podía ser mi yo más verdadero. En Baltimore, los principales clubes a los que iba eran el Hippo y el Grand Central/Sappho's. Durante un tiempo, fui cada fin de semana. No necesitaba ir con amigos, porque podía sentirme igual de segura entrando y saliendo del club sola que con gente. Era un lugar en el que podía bailar con cualquier persona, hombre o mujer y no sentirme como si tuviera que preocuparme de que se aprovecharan de mí. Algunos de los mejores momentos de mi vida ocurrieron en clubes de homosexuales. Los echo de menos, pero ahora echo más de menos la seguridad que solía encontrar en ellos.

    —Vicki, 34 años, lesbiana


    "Pensé: Esta es mi gente. Encontré un lugar seguro. Encontré un hogar".

    Recuerdo la primera vez que fui a Cubbyhole en NYC, ¡estaba muy nerviosa! Pensaba: ¿soy lo suficientemente gay? ¿Sabrán que nunca he pisado un bar de homosexuales? En el momento en que mi amiga y yo entramos, nos recibió Deb. "¡BIENVENIDOS! ¿QUÉ OS PONGO?" De forma nerviosa, pedí una cerveza, me senté y hablé con mi amiga sobre lo que iba a pasar. ¿Saben lo que pasó después? Entró más gente y Deb volvió a decir "¡BIENVENIDOS! ¿QUÉ OS PONGO?" La gente hacía cola para reproducir su canción favorita en la máquina de discos y todo el mundo cantaba. Bebimos juntos, nos reímos juntos, nos dijimos cosas que sentí que nunca podría haber dicho antes en alto. Pensé: Esta es mi gente. Encontré un lugar seguro. Encontré un hoga.

    —Taylor, 26, queer


    "No tenía que tener miedo de que nos echaran, amenazaran, ni pegaran si nos besábamos o nos dábamos la mano".

    Era un lugar en el que podía flirtear con mi cita sin que nadie nos mirara. Significaba que no tenía que tener miedo de que nos echaran, amenazaran, ni pegaran si nos besábamos o nos dábamos la mano. Significaba que me sentía segura.

    —Cassie, 21, no binaria y homosexual


    Antes de salir del armario, en realidad, fui a mi primer club de gais con una amiga de la infancia. En verano en una pequeña ciudad, sin mucho que hacer, un espectáculo de drags sonaba divertido. Entramos y nos sentamos en una mesa, y en poco tiempo se nos unió un grupo de chicas universitarias. De alguna manera la conversación giró hacia "¿dónde estás en una escala de 1 a gay?" Cuando llegó nuestro turno, ambas respondimos que en el rango de 6-7 (definitivamente no una respuesta heterosexual). Nos sentamos y hablamos y coqueteamos con las chicas, todo el tiempo con cuidado para no decir nada acerca de nuestras respuestas. Por último, nos fuimos y volvimos al coche. Recuerdo estar sentadas allí, ninguna miraba a la otra, sin decir una palabra. Finalmente, mi amiga dijo: "Antes, cuando nos preguntaron si éramos heterosexuales y dije que no, no mentía". Y yo contesté: "¡Yo tampoco!" Nos dimos cuenta de que las dos habíamos estado pasando por el mismo recorrido durante todo el verano, ambas aceptando nuestras identidades y ambas con demasiado miedo para compartirlo con la otra. Después de unas pocas lágrimas y no pocos abrazos, nos fuimos al bar de lesbianas y pasamos el resto de la noche bailando canciones de Robyn. Años después, todavía hemos mantenido la tradición de pedir una canción de Robyn en cada bar de gais al que vamos y ninguna de nosotras podemos escuchar "Call your girlfriend" sin pensar en esa noche.

    —Jules, 26 años, bisexual


    Hace diez años, conocí a la que ahora es mi mujer en un bar de lesbianas.

    —Laura, 34 años, lesbiana


    "Todos podíamos hacer pis juntos en el baño unisex sin perdernos ni una broma de borrachos".

    El primer bar al que fui desafió mis expectativas. No era más que un pequeño pozo en el cierre de la Bible Belt. Era normal y a la vez muy diferente de cualquier bar de heterosexuales en el que había estado. Amigos que pensaba que eran reservados y discretos, en términos de su sexualidad, se abrían a mí y yo también estaba abierta. Podíamos hablar de las cosas abiertamente, sin códigos ni miedo a que nos oyeran. Tocaban música de artistas homosexuales y también algunos iconos clásicos de los homosexuales. Todos podíamos hacer pis juntos en el baño unisex sin perdernos ni una broma de borrachos. Era como una burbuja en la que desaparecer. Allí, no había nosotros o ellos. Éramos un "nosotros".

    —Becca, 23, pansexual


    "Puedo ser yo tan fuerte y abiertamente como quiera, sin que nadie me diga que me modere o que soy 'demasiado'".

    Cuando más segura me he sentido bailando ha sido en un bar de gais. Puedo bailar y ligar y beber sin el temor constante de que me juzguen o me peguen por expresar interés en las mujeres. Puedo besar a una chica y saber que a las dos nos gusta y que no estoy besando a alguien que lo está haciendo para "actuar" delante de algún hombre. Puedo ser yo tan fuerte y abiertamente como quiera, sin que nadie me diga que me modere o que soy "demasiado". Un club gay es el lugar donde por primera vez me permití coquetear con mujeres. Tenía miedo de admitir que no era heterosexual (incluso viniendo de una familia muy comprensiva y cariñosa) y necesitaba un lugar seguro para probarme mi nueva piel. Me quedaba mucho mejor que cualquier otra cosa que había llevado y la encontré en una pista de baile cantando a lo loco canciones pop de los 90 con un drag queen.

    —Kat, 28 años, bisexual


    Empecé a ir a clubes de gais en mi primer año de universidad en Filadelfia. Entré en mi primer club (llamado con gracia Icandy) con expectativas mínimas. Allí había una reina increíble llamada Isis que hacia espectáculos los viernes por la noche y siempre incluía un juego que implicaba la participación del público. Era maravillosamente cursi y yo me sabía su monólogo de apertura de memoria: "¡Isis es mi nombre y el coño falso es mi juego!" De repente, ir todas las semanas y decirlo con ella era como recitar el juramento a la bandera en la escuela.

    Fue entonces cuando supe lo que significaba estar orgulloso. Nunca había sido alguien que considerase su orientación sexual una parte importante de su identidad en general, pero la interacción con la increíblemente diversa gama de personas que frecuentan clubes y espacios para homosexuales, como Icandy, me enseñó lo importante que es estar orgulloso: orgulloso, no solo por ti, sino por todos los que llegaron antes y lo hicieron posible, así como por todos aquellos que todavía se enfrentan a terribles prejuicios y violencia.

    —David, 23 años, bisexual


    "Podía sencillamente ser una chica de 20 años borracha en un club, divirtiéndome con amigos. Me sentí normal".

    La primera vez que fui a un club de gais, me sentí cómoda por primera vez. Sentí que podía bailar y beber y ser yo misma con una multitud de gente que me apoyaba.No me juzgaban por estar vestida de forma masculina, por una vez (a diferencia de las noches en los clubes de heterosexuales). Sentí que si ligaba con alguien del mismo sexo no me harían burla, ni daría pena, ni, peor aún, estaría en peligro de que mi vida acabase. Podía sencillamente ser una chica de 20 años borracha en un club, divirtiéndome con amigos. Me sentí normal.

    —Nichole, 29, género fluido, demisexual, panromántica, homosexual


    "Recuerdo bailar escuchando "Get Together" de Madonna y ser verdaderamente feliz de una manera que no había sido hasta ese momento".

    Recuerdo muy bien estar en medio de la pista de baile en un club gay de Boston cuando tenía 17 años. Seis amigos y había conseguido hacerme con carnés de identidad falsos, la mayoría de los cuales eran cuestionables a lo sumo. Todavía recuerdo la alegría que todos sentíamos colectivamente, mientras que bailábamos unos con otros, entre "nuestra gente".

    Acababa de salir del armario ante mi madre, que estaba haciendo lo mejor posible por entender, pero que tenía algunas dificultades y mis amigos estaban todos todavía en el armario para sus familias. Estar allí, bailar, reír, libres de preocupaciones y de una manera extraña, protegida ... segura, era todo lo que cada uno de nosotros queríamos y es algo que todos necesitábamos. Habíamos tomado una decisión consciente de estar entre nuestra comunidad LGBT, en un espacio LGBT, para que pudiéramos vivir con autenticidad y felizmente, como nosotros mismos. Recuerdo bailar escuchando "Get Together" de Madonna y ser verdaderamente feliz de una manera que no había sido hasta ese momento, tan banal como tiene el potencial de sonar.

    Mirando atrás, siempre había pensado en los espacios para homosexuales, como ese bar de gais, como lugares para abrazar abiertamente mi identidad, para crear recuerdos con mis seres queridos, compartir mis historias y escuchar las de ellos y ser libre allí, de una manera de la que no podría serlo fuera de esos espacios. Después de reflexionar sobre estos últimos días, para mí y para mis amigos en ese momento hace 10 años, en medio de nuestra joven y pujante nueva libertad no habría sido posible sin ese bar, sin ese espacio y sin el carácter sagrado que venía con él. Esa sensación era importante... era imperativa. Ese sentimiento nos fue arrebatado temporalmente, de nuestra comunidad, y al igual que la intolerancia, la violencia y el odio duelen, la brecha en nuestra seguridad, en lo sagrado que hemos construido por y para nosotros, duele también. En el futuro, son solo nuestra fuerza, nuestro amor y nuestra determinación a los otros, a través de la unidad, lo que puede traer de vuelta esa sensación. Bailaremos otra vez, todos nosotros.

    —Kiefer, 27 años, gay


    "Los propietarios entienden que en el sur, ser gay no siempre es seguro. No es que estuviéramos escondiéndonos, es que no estábamos allí por "ellos", estábamos allí por nosotros".

    Cuando salí del armario, no tenía ningún amigo homosexual, ni siquiera conocía a nadie que lo fuese. Me acababa de mudar al Sur. Mi primera vez como lesbiana en un bar LGBT (había acompañado a amigas como amiga "heterosexual") fue un espectáculo de drags. El maestro de ceremonias me llamó "carne fresca", pero no de una manera ofensiva o desagradable. De hecho, tuvo el efecto opuesto. La gente vino a mí y se presentó. Me hizo sentir como en casa. En cuestión de meses tuve un grupo de amigos que me entendían de una manera que otros amigos no lo hacían. No podían. Me recibieron con los brazos abiertos. Donde vivía, los bares de gais significan seguridad, comunidad. Algunos de los bares se mantenían intencionadamente sosos. Sin señales de neón ni banderas del orgullo. Los propietarios entienden que en el sur, ser gay no siempre es seguro. No es que estuviéramos escondiéndonos, es que no estábamos allí por "ellos", estábamos allí por nosotros. Para pertenecer. Para ser amados. Para amar.

    —Ashley, 32 años, lesbiana


    No había ningún bar ni club de gais de donde soy, en Inglaterra; sin embargo, al crecer, cada vez que iba a Londres con mi familia me acuerdo de pasar por un bar gay en Chinatown. Allí estaba, con orgullo, mostrando sus banderas de arco iris sin complejos. La imagen siempre me quedó grabada. Y durante esos largos años de conflicto por estar en el armario, siempre fue un consuelo tranquilo pasar por él y saber que había una comunidad que me esperaba.

    —Jazz, 20, fluida/lesbiana


    Estos pasajes han sido editados y condensados para mayor claridad.