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He pasado una semana sin maquillaje y esto es lo que he aprendido

Cuando era adolescente, como casi todo el mundo, tuve cráteres en la cara. O lo que los médicos bautizan habitualmente como "acné" porque todo suena mejor en francés. Tras utilizar muchas cremas, mascarillas y jabones anunciados en el intermedio de 'Desesperado Club Social', mi dermatólogo me recomendó tomar Roacután: un tratamiento contra los granos capaz de dejar el volcán del Teide como el parking de un Mercadona. Funcionó.

Sin embargo, todo aquello tuvo secuelas: por ejemplo, durante el tratamiento solamente podía utilizar maquillaje de farmacia. Para todos aquellos que no estén familiarizados con el maquillaje de farmacia os diré que solo tiene dos tonos: Risketos o Hija de Nicole Kidman en 'Los Otros'. Además, es un maquillaje excesivamente denso y cubriente. Tanto que para desmaquillarme por las noches tenía que utilizar una rasqueta. No obstante, aquella base fue durante meses mi mayor aliada ya que no había nada que me resultase más traumático que ver mis propios granos reflejados en el espejo.

Finalizado el tratamiento, Mr. Roacután me dejó la piel como el culito de un recién nacido. Pero no fui capaz de librarme del complejo que el haber tenido la cara como un anuncio de Paellador me había dejado. Me volví adicta al maquillaje. No es que me maquillara como una puerta, pero siempre utilizaba bases muy cubrientes. De señora. Hasta el punto de que las dependientas de 'El Corte Inglés' siempre preguntaban si lo que estaba comprando era para mi madre o para mi abuela. Y a pesar de no considerarme una chica demasiado insegura, sigue siendo raro el día que salgo de casa sin maquillar.

Con 27 años poco queda de la chica cara-cráter que fui, con el tiempo cada vez me maquillaba menos pero decidí hacer un ejercicio nuevo y experimentar cómo sería mi vida sin utilizar ni una gota de maquillaje. Esto es lo que aprendí.

1. EL TIEMPO ES ORO.

Permitidme que os hable de mi rutina diaria por minutos: me levanto (7), me pongo un café (5), me fumo un cigarro (2,5), pausa para publicidad (?), me ducho (10), me peino (2), me pongo una crema hidratante (1), me maquillo (15), me visto (5-10), cojo mis cosas y salgo de casa. Imaginad tener ahora mismo 15 minutos de regalo cada día.

Me gustó disponer de ese tiempo extra que normalmente ocupo maquillándome y decidí invertirlo en algo que resultase productivo. Así que aprovechando que tengo el alma de una jubilada de Huesca de 77 años y era incapaz de pasar esos minutos en la cama, alargué un poquito más los desayunos y acompañé el café con lectura.

Parece una tontería, pero es una hora y cuarto más de lectura a la semana. Y visto desde esta perspectiva, que le den al eyeliner.

2. EL AIRE DE MADRID ES UN INFIERNO.

Debo decir que seguía aplicándome leche desmaquilladora cada noche (no sé, tía, me relaja) y cada día sacaba mierda de mi cara. El algodón no engaña, y los resultados de la prueba con la cara lavada eran de un tono grisáceo bastante preocupante.

Otro dato curioso es que el segundo día del experimento me salió un granito. No sé si debido a que, al llevar la piel más oxigenada, sacó toda la basura que tenía dentro o si al llevarla más expuesta al fabuloso aire de Madrid aquello se salió de madre.

Sea como fuere, aquí os presento al Sr. Globo. Pasamos juntos una noche inolvidable pero nuestro idilio duró poco: lo asesiné a la mañana siguiente.

3. TUS COMPLEJOS NO VAN A TAPARSE.

Esta semana me he descubierto a mí misma inspeccionándome en el espejo como si fuera a encontrar el secreto de la vida eterna. Me veía unas ojeras enormes, rojeces, una piel imperfecta. Cada punto negro y cada granito se convertían en objeto de estudio. Todas mis pequeñas imperfecciones estaban más a la vista que nunca. Y yo no podía dejar de mirarlas.

Sí, maquillarte supone una mejora. El maquillaje es el equivalente a una segunda copa de vino: los problemas se difuminan, pero eso no quiere decir que desaparezcan. Si crees que tu piel no es bonita, lo seguirás pensando aunque utilices la base más cara del mercado. Si piensas que tus ojeras son horribles, no habrá iluminador que te quite esa idea de la cabeza.

En definitiva, con el maquillaje (como en la vida) la solución no es tapar todo lo que te preocupe, sino aprender a convivir con ello de la manera más sana posible.

4. NADIE ES TAN DURO CONTIGO MISMO COMO LO ERES TÚ.

He aquí un hecho sorprendente: nadie hizo mención alguna al hecho de que no llevase una gota de maquillaje. Y no por respeto o por falta de confianza: lo más asombroso es que la mayoría de la gente parecía no notar cambio alguno. Es decir, que lo que para mi suponía un reto y un cambio trascendente, para el resto no había diferencia.

Pensé que era exactamente igual a cuando te ves en una foto y te da la sensación de que sales con la cara de la tía Ernestina después de un par de pacharanes... mientras que para la gente sales con tu cara habitual.

Lo que me llevó a pensar en el grado de autoexigencia con el que nos juzgamos en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida. Algo que no tiene que ser necesariamente malo si lo tomamos con cautela, pero que puede convertirse en algo muy tóxico si lo llevamos a un grado más obsesivo. Quizás deberíamos empezar a mirarnos en el espejo con los ojos con los que miramos a nuestra mejor amiga. Y pensar que por supuesto que tenemos defectos... pero que las virtudes suelen ganar por goleada.

5. GANÉ EN SEGURIDAD.

Una vez que vas al trabajo sin maquillaje y nadie se da cuenta, que sales a cenar y nadie se da cuenta, incluso que coqueteas con alguien y, bueno, él se da cuenta del coqueteo pero no de que no llevas maquillaje, ¿qué quieres que te diga? Te da subidón.

Sobre todo porque descubres de qué va en realidad todo esto: no se trata únicamente de ir por la vida con la cara lavada, sino de enfrentarte a los demonios de tu yo adolescente. De mirar a los ojos a la chica que evitaba los espejos y decirle que al final todo saldrá mejor de lo que esperaba. Porque nadie ve el futuro más negro que tu yo adolescente.

Superar esta semana fue un reto, sí, pero también un importante descubrimiento personal: es importante que tu reflejo esté de tu parte. Es importarte cuidarse, aceptarse y quererse. En tiempos en los que se nos machaca con el ideal de una cara y un cuerpo perfecto, no es ya solo necesario... es hasta revolucionario.

Pero he aquí la lección más importante de todas.

6. ME GUSTA MAQUILLARME.

Al final de la semana llegué a una encrucijada: ¿y ahora qué? ¿Puedo llevar el discurso de mujer curada y liberada si vuelvo a pintarme la raya del ojo al estilo Amy Winehouse? ¿Soy una falsa si vuelvo a utilizar esos 15 minutos diarios para emperifollarme y no vuelvo a coger un libro en mi vida? Por supuesto que no.

Desde el experimento he optado por maquillarme menos: hay días que no lo hago para ir a trabajar. Ni para bajar a tomar un café, hacer la compra o tomar una caña antes de cenar. Pero hay días que sí. Y lo hago por una sencilla razón: porque me apetece.

No creo que el maquillaje te cambie la vida. No me siento más poderosa cuando me pongo la máscara de pestañas. Ni más ni menos mujer cuando me pinto los labios. Ni siquiera creo que me siga dando esa dosis extra de seguridad que necesitaba mi yo adolescente. Simplemente me veo más guapa. Me ayuda a sentirme mejor.

Si antes decía que debíamos tener a los espejos como aliados y no como enemigos y que es importante cuidarse y sentirte bien contigo misma, creo que con el maquillaje deberíamos hacer lo mismo. Porque a veces el espejo es un capullo y no te ve como realmente te ves. Y a veces un poquito de maquillaje no está necesariamente tapando tu verdadero yo... quizás está sacando a la persona que realmente llevas dentro. Y si eso te hace sentir bien, ¿qué importa todo lo demás?

La semana del cuerpo está dedicada a generar contenido que explore y celebre nuestra complicada relación con nuestro físico. Lee más artículos aquí.