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Poner un implante en uno de mis senos me ayudó a amarme a mí misma

Una historia de dos senos desparejos, y la mujer a quien le pertenecen.

Cuando un pedazo de silicona aproximadamente del tamaño y forma de una pechuga de pollo sale volando de tu sostén en el vestidor de la clase de gimnasia, sucede en cámara lenta.

Y a mí me sucedió en cámara lenta, un fatídico día luego de la clase de gimnasia en noveno grado, mientras me sacaba una camiseta sudorosa. Normalmente yo siempre me sujetaba mientras me cambiaba, me cubría el pecho de la forma más disimulada posible, para asegurar que los dos rellenos de silicona que tenía bien escondidos en la copa derecha de mi sostén no quedarán revelados ante el mundo (o mucho peor, ante una habitación llena de chicas de 14 años).

Así que cuando la pechuga se salió de mi sostén, salió volando, cayó en picada hacia el piso del vestidor, y rebotó, hice lo que cualquier persona racional haría: hice como que me tropezaba sobre una banca para poder tirar todo mi cuerpo sobre la pechuga escapista para esconderla. Luego la metí, mugrienta y todo, de vuelta en mi sostén. Mi corazón latió violentamente las dos clases siguientes, pero nadie lo vio. Mi secreto estaba a salvo.

Al crecer con senos extremadamente asimétricos, aprendí una forma muy singular de ser sigilosa. Nunca podría mentir sin abrir mucho mis ojos, y no puedo hacerle una broma a nadie ni aunque lo quisiera. Pero mis senos, el izquierdo una copa C grande, y el derecho completamente plano, fueron un secreto que nunca, nunca compartí.

En vez de eso, rellené mi sostén. Pero un límpido montoncito de pañuelos no era suficiente. No, tenía que sacar el armamento pesado. Allí es cuando entraron en escena las pechugas de pollo. Afortunadamente para mí, venían de a dos (como era de esperarse), porque yo necesitaba las dos, una encima de la otra, para emparejar mi asimetría.

Al crecer con senos extremadamente asimétricos, aprendí una forma muy singular de ser sigilosa.

Hacía ranuras en todos mis trajes de baño para las pechugas. Solamente usaba bikinis de banda. Definitivamente nunca un halter, o de triángulos, o cualquier otro diseño que tuviera escote. Mi seno derecho era demasiado plano para hacer que de cualquier manera se pareciera al escote que tenía del otro lado, así que mi solución fue no usar ningún tipo de escote.

Ir al médico era lo peor de todo. Me hicieron exámenes de hormonas para ver si algo estaba causando mi asimetría, pero todos los exámenes volvían normales. Simplemente tenía mala suerte. La mayor parte del tiempo, cuando preguntaba si había algo que podría haber llevado a una diferencia tan dramática, el doctor me miraba con pena y me decía que "todo el mundo es un poco disparejo".

Las cosas se pusieron más complicadas cuando mis compañeras comenzaron a ir en citas y a intercambiar historias sobre las "bases" a las que habían llegado. Y sí, yo también había ido en algunas citas y había llegado a algunas de esas bases, pero cada experiencia había sido marcada por el nerviosismo más que por el placer. La primera vez que hice el amor, no me quité el sostén y dije "lo siento" muchas veces. Era difícil pensar en cómo el sexo podía sentirse bien cuando mi foco principal de atención era pensar en una excusa para no quitarme el sostén.

Hacia el final de la secundaria, quedó claro que mis senos no iban a emparejarse solos, así que tomé una decisión drástica: me iba a arreglar los senos. O más bien, uno de ellos.

Tenía mucho miedo, y temía mucho que las personas me juzgaran por hacerme una cirugía cosmética opcional. Pero no se sentía ni opcional ni cosmética. Sabía que si en algún momento me iba a sentir cómoda en mi propio cuerpo, algo tenía que cambiar.

Me hice la operación el verano antes de ir a la universidad. Mis padres me llevaron en auto. Me ingresaron, me acosté en la mesa de operaciones, me pusieron la máscara de la anestesia, y luego todo se puso negro.

No recuerdo mucho sobre cuando me desperté, pero recuerdo que estaba llorando. Recuerdo tener mucho, mucho miedo. Mi pecho aún estaba entumecido, así que no sabía cómo había quedado, pero ni siquiera quería mirar. Nos fuimos a casa.

Fue de lo más extraño, finalmente haberme hecho esta operación, después de años de odiar mis senos. Estaba hinchada y tenía moretones por todos lados. El implante se sentía apretado, duro, y antinatural (lleva meses para que los implantes se asienten y "bajen"). Mi areola, que había sido reducida para que combinara con la otra, estaba rodeada de puntos que me hacían ver como una muñeca de trapo de terror. Estaba cubierta de vendajes, y tubos de drenaje que me salían de los lados.

El dolor físico era paralizante. No podía levantarme de la cama sin que mis padres prácticamente me levantaran. La parte superior de mi cuerpo y mis brazos sentían tanto dolor que no podía alcanzar la mesa de luz desde mi mesa. Una noche, me desperté con mucha sed y no podía alcanzar el vaso de agua a menos de 30 cm de mí.

Ya había oído que suele sentirse depresión luego de un aumento de senos, pero en realidad no había entendido cómo eso podía ser posible. Después de todo, había esperado años para hacerme la operación. Había esperado que mi operación trajera una nueva fase de mi vida en la que tendría senos perfectos de súper estrella y una confianza de ese porte. Pensé que iba a estar celebrando aún antes de estar curada. Pensé que me sentiría atractiva y femenina... hasta arreglada.

En vez de eso, no podía ni mirarme. Mi mamá tenía que ayudarme a cambiarme los vendajes porque no podía ver mi propio cuerpo sin ponerme a llorar.

Mi mamá tenía que ayudarme a cambiarme los vendajes porque no podía ver mi propio cuerpo sin ponerme a llorar.

Después de un par de semanas, mi cuerpo sí sanó y mis fuerzas volvieron. Podía caminar, vestirme, usar mis brazos y salir. Podía bañarme sin ayuda. Hice planes para ir a la playa con mis amigos ese verano.

Esas pequeñas cosas me ayudaron a reducir el desgaste emocional de la intervención. Aún así, los resultados que había esperado y que deseaba nunca llegaron. Esperé y esperé, pero mi seno derecho nunca pudo estirarse lo suficiente para sujetar el implante, así que quedó apretado y aplastado grotescamente contra mi pecho.

Lo único que podía hacer era volver a probar suerte el verano siguiente, con otro cirujano. Estaba enojada y devastada por mi sufrimiento en vano, y aterrada de hacerlo de nuevo. Se sentía muy injusto. Para peor, iba a tener que ser el verano luego de mi primer año de universidad. Mientras mis amigos se iban en pasantías importantes y vacaciones geniales, yo me iba a casa sin más planes que dos semanas en cama y un montón de DVDs viejos de la biblioteca.

Un par de meses antes de volver a casa para la segunda ronda de cirugía, salí a comer con una amiga que acababa de conocer (que llegaría a ser una de mis mejores amigas y compañeras de casa). De alguna manera, nos pusimos a hablar sobre lo mala que había sido la pubertad, y me encontré contándole a esta mujer de la que hace poco era amiga, sobre mi operación.

"Sé que esto suena raro, pero yo tenía los senos súper desparejos, y me hice una operación para..." Comencé a decir, nerviosa de ver su reacción.

Pero soltó su tenedor y sonrió.

"Yo también", me dijo. Y luego hablamos por horas.

La segunda ronda de recuperación no fue ninguna fiesta, pero esta vez, sabía que no estaba sola; ahora tenía una amiga que de verdad entendía cómo era. Y afortunadamente, la operación salió mucho mejor.

Mis senos estaban más o menos del mismo tamaño después. El pequeño derechito finalmente llenaba el sostén sin ayuda... pero igual, la cirugía plástica está muy lejos de ser mágica. Quedó muy claro que los senos perfectos y simétricos de mis sueños nunca iban a suceder.

Ya sea que fuera negarme a pasar por otra operación, o un destello de aceptación por mi cuerpo, dije "A la mierda". Mis senos ya están bien.

Y luego de alguna manera, de a poco, entre guardar las pechugas de pollo en el fondo del armario, o la primera vez que me quité el sostén en frente de alguien sin explicar mis cicatrices; entre a que me midieran para un sostén que me quedara bien (y comprarlo en cinco colores) y la noche que nadé desnuda en el Océano Atlántico, me di cuenta que amaba mis senos.

Mis senos son fantásticos. Pueden estar cortados, estirados y amontonados; pueden crecer, pero mantienen su forma. Su belleza está en su autenticidad (de otros, y de sí mismos), su testarudez, el hecho de que han pasado por lo peor, y vivieron para contar el cuento.

Me enseñaron a amar mi cuerpo por la simple razón de que es el que me tocó, y el cuerpo en el que viviré para siempre.

Mis senos son hermosos porque han hecho a su dueña más amable y menos sentenciosa. Me han permitido ver la pura belleza en la diversidad de los otros. Me enseñaron a amar mi cuerpo, radicalmente y activamente. Me enseñaron a amarme por la simple razón de que son los que me tocó, y el cuerpo en el que viviré para siempre.

Mis senos también me sorprendieron con una mejor amiga. Me han recordado varias veces desde entonces que no estoy sola, que el secreto que guardé por años lo guardan muchas más. Y me enseñaron a nunca, nunca más decir "lo siento" a las personas a las que he permitido verlos y tocarlos. No es necesario disculparse.

En mi último año de la universidad, dos años y medio luego de mi segunda y última operación, actué en la producción de mi universidad de Los Monólogos de la Vagina. Era el estreno, segundos antes de salir al escenario, y una mujer del elenco viene a mí y me toma del brazo.

"¡Estoy muy nerviosa!" me dijo. "¡Rápido, dime algo loco sobre ti que yo no sepa!".

Y se me escapó la primera cosa que se me vino a la mente. "Em, ¡yo tenía los senos súper diferentes, así que me arreglé la mitad de los senos!"

Abrió grande los ojos, y por un momento aterrorizante, podía imaginarme las pechugas volando por el aire, otra vez. Pero luego se sonrió.

"¿Qué? ¡Eso es asombroso!"

Me chocó los cinco, y salimos al escenario.


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