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He tenido un hijo, ¿puedo seguir siendo mujer antes que madre? ¿No iba de eso el feminismo?

Curiosamente, en el debate en torno a maternidad y feminismo, la figura de la mujer se diluye poco a poco.

Tengo treinta y tantos años y, como nos ocurre a muchas mujeres, estoy rodeada de amigas, familiares y compañeras de trabajo que empiezan a ser madres. Algunas incluso van por el segundo niño. Mientras que, al otro lado, también tengo a personas que tienen muy claro que no van a traer más personas a este mundo. De hecho, tengo hasta amigas activistas antinatalidad.

Pero pese a lo que pudiera parecer en un clima en el que el debate en torno a la maternidad está a la orden del día (madres arrepentidas, ejemplos de profesionales que renunciaron a la maternidad, vientres de alquiler o posiciones de generaciones anteriores) buscando mis propias reflexiones al respecto de maternidad y feminismo, el suelo parece más movedizo cuanto más intento profundizar en él.

Sobre maternidad y feminismo encuentro mucha literatura, relatos en primera persona y posicionamiento claro en algunos de los procesos de la maternidad... pero la figura de la mujer se diluye poco a poco en muchos de estos escritos. El objetivo de buscar lo mejor para la prole -cómo educarla, alimentarla, cómo gestarla, cómo traerla al mundo- se posiciona por delante de lo mejor para el resto de la familia y, por supuesto, por delante de la mujer.

Como contrapunto a un feminismo de Segunda Ola que dejaba la maternidad en un plano secundario para reclamar el papel de la mujer en la vida pública, ahora hay una nueva corriente en la que los cuidados hacia el hijo o hija, no solo están en el centro, sino que pueden llegar a impedir el desarrollo profesional de las mujeres. No hemos llegado a saber cómo cuidarnos a nosotras mismas para dejar de ser esa superheroína que lo hace todo bien tanto dentro como fuera, cuando se nos vuelve a exigir la excelencia y la total dedicación a la maternidad.

¿Existe un punto intermedio? ¿Un punto en el que pueda ser madre y mujer sin que eso entre en conflicto con el feminismo? “Casi todas las posiciones feministas acerca de la maternidad parten, en todo caso, de la posición que da por hecho y no cuestiona que la mayoría de las mujeres del planeta quieren ser madres y que ser madre es algo bueno. No se trata aquí de opinar si la maternidad es buena o mala, sino simplemente de llamar la atención sobre el hecho de que estamos ante una institución tan inscrita en nuestra organización social y en nuestra subjetividad que no admite ni un sólo discurso contrario, aun cuando fuera minoritario”. Así introducía Beatriz Gimeno el debate en torno a si existe o no un discurso antimaternal en el movimiento feminista. Muchas mujeres perciben un tabú a la hora de hablar de no tener hijos y otras sienten que la maternidad fue apartada del feminismo en las últimas décadas del siglo XX.

"Aquellas mujeres de la transición que luchaban por volver a trabajar después de ser madres hoy ven cómo a sus hijas se les impone la idea del “sacrificio” por los hijos".

Aquellas mujeres de la transición que luchaban por volver a trabajar después de ser madres -muchas veces porque no quedaba otra que casarse y tener hijos, sin poder pararse a reflexionar sobre ello o escogerlo-, hoy ven cómo sus hijas se autoimponen la idea del “sacrificio” por los hijos. Algo que ellas rechazaron de sus progenitoras. “Mi madre está escandalizada por temas como la ‘teta a demanda’ o el ‘colecho’. Ella nos dio pecho a mi hermana y a mí hasta los tres meses y luego nos alimentaban a biberón entre mi padre y ella. Por un lado, era una forma de poder volver a trabajar y, por otro, de que mi padre se involucrara más en las tareas de cuidados”, explica Ainhoa, profesora de secundaria que acaba de ser madre hace mes y medio y que aún está digiriendo el exceso de información y de imperativos que hay en la maternidad. Ya sabe que decida lo que decida, tendrá la lupa puesta sobre ella.

En esta situación se encuentran muchas mujeres, que si bien es cierto que han visto un empoderamiento en torno al momento del embarazo y el parto, no lo ven una vez que el bebé sale al exterior.

Porque el parto y la violencia obstétrica sigue siendo el punto de unión entre un feminismo antinatalista y uno natalista en torno a la maternidad. Desde asociaciones como El Parto es Nuestro se alienta a las mujeres y a sus parejas a informarse sobre las prácticas que se dan como normales y que, en muchos casos, son innecesarias o se exceden médicamente de sus funciones.

Por ello, aunque puede que haya progresos en el parto, las etapas de después no pertenecen a la mujer, al menos en España. Eso nos cuentan desde Holanda, donde Edurne y su pareja Ana han tenido a su hija hace tan solo unos meses. “Es alentador ver que, por ejemplo, el puerperio (el tiempo que dura la recuperación completa del aparato reproductor tras un parto) es un nicho femenino sin intrusiones masculinas como puede haber en la ginecología. En Holanda te atiende una señora en tu casa durante los diez primeros días después del parto para vigilar cómo es tu recuperación, la del bebé y ayudarte en las tareas domésticas y de cuidado. Esta figura es, a no ser que pagues una millonada, impensable en España, pero a nosotras nos pareció muy necesaria”.

Siempre cuestionadas

La filósofa Élisabeth Badinter alertaba hace unos meses -en la presentación de su último ensayo La mujer y la madre- sobre la nueva idealización de la maternidad y sus consecuencias para todas nosotras. “Para ser buena madre hoy una debe dar de mamar a su bebé día y noche y acostarle en su propia cama hasta que cumpla un año. Se exige a la madre que prolongue el contacto con su hijo todo lo posible”, explicaba la filósofa en clara referencia a teorías para lograr lo mejor para los niños al margen del bienestar de la madre y, -¡qué casualidad!-, escritas por hombres.

Al margen de los primeros meses de vida del bebé, ¿qué pasa con la mujer después? Irati Fernández Pujana, diplomada en Educación Social y máster en Estudios Feministas y de Género, publicaba un trabajo de investigación en 2014 donde ahondaba en el antes y el después de la maternidad en la vida de las mujeres: “En estan mujeres surgen incoherencias y tensiones internas entre su identidad feminista y su identidad de madre cuando, por ejemplo, se ven reproduciendo conductas o actitudes más tradicionales”.

Erika Irusta, conocida por su pedagogía menstrual, que reflexiona sobre el llamado mejor trabajo del mundo: “Algunas mujeres se sorprenden porque de repente un día miran a su peque y ya no desean estar todo el tiempo con él. Los niveles de culpa son gigantes y muchas sienten que cuando lo dicen en voz alta son recriminadas por otras”, escribe Irusta.

El tabú sigue siendo real. Hace poco una compañera escribía en Facebook el siguiente mensaje: “No consigo entender a esos padres que dejan a sus hijos con dolor de corazón en la guardería. Hoy fue el primer día de Lilí y casi se me caen las lágrimas de felicidad cuando la dejé allí, salí por la puerta de vuelta a una casa tranquila y en silencio. Por desgracia, la mañana pasó volando y en dos horas toca volver a la dura realidad… ¡Vivan las guarderías y esos profesionales cuidadores tan poco valorados, ellos son los verdaderos héroes de nuestra sociedad!”. Las respuestas que decibió no fueron agradables.

Visto lo visto, queda claro que siendo mujer, tengas hijos o no, siempre serás cuestionada. El sistema tiene muchos adjetivos para (des)calificarnos y hacernos retroceder en nuestras ideas y convicciones: malas madres, malas feministas, desagradecidas, histéricas, egoístas, desapegadas o castrantes. Quizás tenemos que repleantearnos la importancia que le damos a esas etiquetas y, en una decisión tan transcendental como esta, buscar quién nos arrope. Porque puede que esa sea la única certeza que he sacado de este viaje sea la que le leí a Eva Janeiro, autora de MamaMail: “Estamos todas juntas. Basta de guerras internas, ya nos dan bastante desde fuera”.