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Soy mujer, tengo 28 años y me da miedo cumplir 30

No he sido capaz de disfrutar ningún cumpleaños desde que soy adulta porque a las mujeres nos han hecho creer que envejecer es sinónimo de fracaso.

Cuando cumplí los 25, mi madre me dijo que ya debería empezar a usar cremas, que la edad no perdona. Me resultó insultante que mi propia madre insinuara que tenía algo que arreglar, como si mi cara se hubiera roto justo al llegar a esa cifra, sobre todo porque las arrugas no son algo que nadie pueda controlar; pero desde que oyes esas palabras, intentas controlarlas. Porque lo más importante de cumplir años es precisamente que no se note. Ser mujer y envejecer en nuestra sociedad es sinónimo de fracaso, y el sistema nunca se cansa de recordarnos que más allá de los treinta no valemos para el único cometido para el que vinimos a este mundo: complacer visualmente a los hombres. Se pretende que todas nuestras energías se centren en aparentar edades que no tenemos: cosmética, cirugías, tratamientos carísimos, ofertas especiales en gimnasios, la última crema barata de Lidl... Hay todo un universo capitalista centrado en nosotras y en todo lo que necesitamos para ser aceptables a ojos ajenos.

Otra de nuestras tareas históricamente principales también se ve afectada cuando entramos en la treintena: tener hijos. Yo he tomado la decisión de no tenerlos, y con 27 años ya he tenido que aguantar alguna indignación, preguntas maleducadas y un montón de insinuaciones de que ya cambiaré de opinión. No me quiero imaginar lo que tienen que sufrir las mujeres que han superado su "edad fértil" sin concebir. Y no importa cómo de precaria sea su situación económica o que no les apetezca vivir por y para otro ser humano durante años; hay que tenerlos. Parece que el único propósito de una mujer es ser madre, mantenerse guapa y molestar lo menos posible, como si siguiéramos viviendo en el manual de la buena esposa que se publicó en la época de Franco. Y cada cumpleaños es una muesca más.

Estoy a punto de cumplir los 28 y todas esas presiones siguen haciendo mella, por muy empoderada que estés y por mucha formación feminista que tengas. Las ideas fraguadas durante siglos tienen aún más peso del que creemos, y aunque nos zafemos de ellas en busca de nuestra salud mental, se abren hueco por diferentes rendijas. La treintena, ese drama internacional que solo es tal si eres una mujer, no es siquiera el ecuador de nuestra vida, pero nos hacen creer que es el fin del mundo. Los hombres, que alcanzan su "plenitud" a los 40 según los cuestionables estudios, se ríen desde sus podios de canas, pelos en las piernas y estatus social. Son solteros de oro, mejoran como el buen vino, estar a su lado es un privilegio. Los Leonardo DiCaprio del mundo siguen solteros o saliendo con chicas 20 años menores sin quejas; mientras, las Jennifer Aniston se pasan el día explicando qué es una arruga y siendo juzgadas por relaciones que tuvieron hace 10 años o por haber decidido no ser madres.

He pasado la última década de mi vida sufriendo cada cumpleaños porque pensaba que cada año sumado me haría menos válida. Y que la sociedad piense en nosotras en esos términos nos condena a una vorágine de invisibilidad, sancionándonos simplemente por seguir el curso de la vida. Nos da miedo la treintena porque creemos que a partir de ahora todo será incluso peor, pero la realidad es que nunca somos tan vulnerables ni estamos tan expuestas a las diversas garras del patriarcado como en la veintena, y si la hemos sobrevivido, todavía nos queda vivir lo mejor.

Todas mis amigas treintañeras me han recordado lo bien que se está ahí, cuidándote más e importándote un poco menos lo que piense la gente; más sabia y más empática. Y gracias a ellas ahora tengo menos miedo de crecer. Seguro que, si seguimos tejiendo redes para recordarnos que somos válidas en cualquier etapa, las veinteañeras que vienen detrás tendrán el terreno un poco más allanado para ser quien quieran ser, con 30 años y con 50. Y si las arrugas significan que seremos más libres, que vengan.