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    Me enamoré de la persona para mí, solo que era de otra

    Luego de años de citas decepcionantes, finalmente conocí a una persona encantadora. Solo tenía un problema: su otra relación.

    Para mí, el amor es simple. El amor es un hombre que se quede a dormir después del sexo (sin que yo se lo pida). Un hombre que conduzca en nuestros viajes a parques nacionales, pero que me deje orientarlo. Un hombre que sepa que soy su primera (y única) mujer. Sin embargo, me hizo falta pasar un tiempo como la segunda mujer (salí con un hombre que desde el principio me dijo que estaba comprometido con otra) para comprender mejor el tipo de relación que buscaba.

    Para buscar citas casi siempre uso OkCupid, a veces Tinder, y a mis treinta y pico decidí que lo mejor sería mantener mis opciones abiertas y mis estándares flexibles. Mi perfil público dice “Solo busco una conexión real con alguien y ver lo que pasa”.

    Cuando conocí a este hombre (lo llamaré Greg), ya había aprendido que si dejaba que mi ideal determine las personas con las que salía, terminaría sin salir con nadie. A veces salía con hombres que no eran para mí, pero lo usaba como aprendizaje. Era una buena práctica.

    Con esto en mente, respondí un mensaje de Greg, quien dijo estar “en una relación abierta” en su perfil de OKCupid. Siempre evité hombres en relaciones abiertas, pero me llamó la atención este artista de aspecto amable con jeans manchados de pintura. Intercambiamos mensajes llenos de emojis y selfies graciosas. Fue muy directo sobre su estilo de vida “poli” (diminutivo de polígama), y me permitió que pregunte a discreción. Lo acribillé a preguntas. Respondió con sensatez, y me envió un diagrama Venn con diferentes tipos de relaciones no monógamas. “¿Me suben la calificación por esto?”, preguntó.

    Arreglamos encontrarnos para almorzar. En persona era todavía más atractivo, fuerte y con una barba larga y espesa. Cuando acerqué su silla a la mía en la barra, sus ojos azules se iluminaron. Comentó entusiasmado cada historia que conté, como para convencerme de que me escuchaba con detalle.

    Me pareció que era un buen candidato para estar en pareja.

    Discutimos lo que significaba ser poli y amar a varias parejas a la vez. “El amor no resta, se multiplica”, me dijo. Lo difícil no es amar, pensé yo. Me explicó que su novia fija (con la que estaba comprometido) fue quien sugirió que tengan una relación abierta, y que cada tanto él también se veía con otra mujer. Sonaba complicado.

    “Si tu novia y tú están en una relación abierta, ¿Para qué casarse?”, le pregunté. Para mí, el matrimonio es un acuerdo, un compromiso de exclusividad, una promesa. Casarse no lo entusiasmaba (ni se esforzó en ocultarlo), pero evidentemente era algo importante para su novia, quien quería un evento para celebrar su unión.

    A pesar de mis reservas, esa primera cita me gustó mucho, y me intrigaba cómo funcionaba ese estilo de vida.

    ¿Qué opina de todo esto la chica con la que sales de vez en cuando? La última vez que se vieron para cenar, ella lo dejó comiendo solo. ¿Puedes llevar otra gente a tu casa? Al principio no, pero la logística era complicada, así que al final lo aceptaron. ¿Y eso no genera situaciones incómodas? Sí. Titubeó antes de admitirlo, acaso sintiendo la necesidad de defender las peculiaridades de su estilo de vida.

    Luego de la cita, hablamos a diario sobre etiquetas, definiciones, identidades, y descubrimos que podían ser flexibles. Terminé con dos verdades: la monogamia es natural para mucha gente; pero para otros, no lo es.

    Cuanto más filosofamos sobre las relaciones y nuestras cosas en común (videojuegos, cerveza, arte), más me atraía. Luego de tanto tiempo de soportar interacciones con personas insulsas, sentía como si hubiese encontrado un lago de agua fresca luego de una larga caminata. De un día para el otro, dejé de interesarme en sus otras relaciones. Ahí me di cuenta que me comenzaba a gustar.

    El “experimento social” que, en broma, decía tener con Greg comenzó a importarme. Una amiga cercana, que se dio cuenta que estaba metiéndome más de lo que estaba dispuesta a admitir, me dijo que hable con él. “Él debe imaginar que le preguntarás hacia dónde se dirige todo esto; después de todo, sale con una chica monógama”. Una chica monógama. Esa era mi etiqueta.

    De repente, aquel concepto y, esencialmente, parte de mi identidad entraron en crisis. ¿Qué pasaría si me convencían de romper las reglas? Permitirme un descanso de la monogamia sexual podría aliviar la presión de estar en una relación. Quizás anularía la adrenalina potencial de la “infidelidad”. Por otro lado, cuando me enamoro de alguien, no me siento capaz de reubicar mi amor en otro compañero romántico. Para mí, el amor no se multiplica. Y, sin embargo, salía con un hombre que vivía y se iba a casar con otra persona. ¿Eso me convertía en polígama?

    Comenzamos a tener relaciones y avanzar en la relación de un modo normal. Teníamos todo lo que yo buscaba: atracción física, gran comunicación, un mismo sentido del humor. El quería que hagamos planes juntos. Se deshacía en halagos conmigo. Era amable. Todo funcionaba.

    Con el tiempo, le sugerí la idea de limitar nuestros compañeros sexuales, aunque temía que estuviese en contra de toda la idea del poliamor. Pero Greg accedió fácilmente. No le interesaba acostarse con cualquiera (“No es la razón por la que hacemos esto”). Así que solo quedamos su prometida y yo. Genial. ¿Genial? Bueno, era algo.

    Luego todo se volvió raro. Cassy, la prometida de Greg, salió de la ciudad por una semana, así que él me invitó a quedarme en su casa. Al principio, pensé que sería demasiado extraño. Pero pensé también que sería excitante dormir con el prometido de otra mujer en su propia casa. Cuando llegué, Greg preparaba la cena y, un poco avergonzado, me dio un sobre. “Sé que te sientes rara sobre todo este asunto. Pero Cassy quería que te entregue esto. No lo leí. Creo que quiere saludarte y darte la bienvenida”.

    Si bien me desconcertó que esta mujer escribiera una nota amable a la amante de su novio, sentí curiosidad. Juzga por tí mismo el subtexto de la carta:

    Dear Jess – I just wanted to say hello and welcome you to our home (though I’m positive Greg will do an excellent job in carrying that out ). Please make yourself at home — and enjoy

    I look forward to potentially meeting you in the future!

    Best, Cassy

    Querida Jess,

    Solo quería saludarte y darte la bienvenida a nuestro hogar (aunque estoy segura de que Greg lo hará excelentemente :) ). Siéntete como en tu casa, y disfruta. :)

    ¡Espero conocerte en el futuro!

    Saludos, Cassy

    Quizás fue un esfuerzo para relajar mi incomodidad, ya que dormiría en su cama. Quizás intentó marcar su territorio: esta es mi casa, él es mi hombre, y yo permito que los disfrutes. Quizás era una convocatoria.

    Confirmé a Greg que solo me daba la bienvenida a su hogar y que no era una amenaza de muerte. En ese momento, quería deshacerme de la carta. Sin embargo, la guardé en mi cartera; después de todo, era evidencia.

    La carta terminó de aplastar mi entusiasmo durante la velada. Y en general, con el tiempo resultó evidente que el sexo arriesgado no era parte del menú. Era más o menos libre de excentricidades, y a veces directamente ausente; su equipamiento no siempre estaba… a punto. Pero más allá de eso, lo que nos llevó a esa meseta fue la certeza de que nunca seríamos una pareja de verdad. No nos presentaríamos a nuestras familias y amigos. No estaríamos “en una relación en Facebook”. No había una etapa siguiente.

    Hubo una semana en la que salimos dos veces; la segunda cita fue una de sus clases de pintura. Luego de la clase, le pregunté si quería venir a mi casa y se sorprendió. “Ah, planeaba volver a casa. ¡Perdón! ¡No estaba preparado!”

    Sorprendida y dolida, me apuré a irme. Pagué para ir a su clase, pero para él esto no era una cita sino trabajo. Sentía que iba a exagerar y hacer un escándalo por nada. Me llamó y arregló las cosas; fue un problema de comunicación. “Cuando creí que no querías venir conmigo, pensé ¿Qué soy para esta persona?”, le dije.

    Me resulta muy difícil hablar de mis sentimientos en una relación. Sé que dije que salir con él fue más fácil de lo que esperaba (aunque tampoco fue simple). Sin embargo, todavía sentía que en algún momento tendría que alejarme. Pero aún no estaba lista para hacerlo. “En una relación típica, en este punto estaría buscando algún tipo de compromiso. Pero siento que nos falta ese progreso, y desearía tener una próxima etapa para alcanzar”. Él me entendió, pero no tenía una respuesta para mi preocupación. Le pregunté sobre cómo progresaba Cassy en la relación con el otro hombre con el que salía. Ben (el otro hombre) no era muy comunicativo, a veces le tomaba una semana contestar un mensaje de texto. La pasaban bien juntos, pero tenían logísticas difíciles. Se habían acostado, pero una sola vez, semanas atrás. “Además, Ben no quiere conocerme, lo que me parece extraño”, dijo Greg.

    “No me parece que sea extraño. A mí no me interesa conocer a Cassy”.

    “¿En serio? Porque pensaba invitarte a una fiesta…”

    “No”, le interrumpí. “Perdón, pero no puedo. Imagínatelo, ‘Hola, les presento a mi prometida… y esta es otra chica con la que me acuesto’”.

    “¿Quieres una etiqueta? Porque para mí eres más que ‘otra chica con la que me acuesto’”.

    “Me encantaría. Pero ya tienes una novia. Y si tienes más de una, el término novia pierde sentido”.

    Junto a Greg, sentí que viajaba en grandes círculos. Extendía mis horizontes, pero con el tiempo, conforme se aclaraban mis deseos y objetivos, el círculo se fue estrechando, hasta que me vi dando vueltas sin dirección. En ese momento supe que el experimento había terminado.

    No me arrepiento en absoluto. Esta experiencia me hizo redefinir los conceptos de lo que creía que era blanco y negro, y hoy en día puedo pensar en conceptos como amor, deseo, matrimonio y monogamia con la mente más abierta. Algo que afirmaba (acaloradamente, a veces) que no era una relación, claramente sí lo era; quizás haya sido la relación más importante que tuve, en términos de desarrollo personal.

    Fue más difícil de terminar de lo que esperaba. A pesar de no tener una etiqueta, construimos un fuerte lazo emocional, y su efecto se hizo sentir cuando nos encontramos una tarde en un bar de ostras. Esa misma mañana, me ayudó a mudarme a mi nuevo departamento. Era grande, fue una gran decisión en mi vida, y me sentí ingrata por recompensar así su amabilidad. Sin embargo, durante nuestra charla, pude ver que él aún creía que nuestra relación podía progresar. Yo sabía que no era así. Tuvimos una conversación tranquila, aunque emocional, sobre lo que queríamos de nuestras vidas, y admitimos que nuestros deseos eran opuestos. No soy de llorar, pero mientras conducía a mi casa sentía un peso en mi corazón, mi cabeza y mi cuerpo.

    Así que no soy una segunda después de todo. No obstante, me doy cuenta que su admiración por mí me hizo madurar mucho. A través de él, pude apreciarme mejor, y comprendí que tengo cualidades que me convertirán en una novia genial, pero de otra persona.

    Se cambiaron los nombres de las personas.