Ir directo al contenido

    Por mucho que vayas a una fuente no se te va a romper el cántaro

    Y el refrán tampoco avisa de que pesa un huevo.

    ¿Sabes esas películas que empiezan con una escena de acción y el protagonista dice que probablemente se estén preguntando cómo terminó en esa situación? Pues aquí estoy yo con un cántaro lleno de agua.

    El cántaro.

    Poco después, fui a la tienda que había servido de inspiración a por un cántaro.

    - Hola, buenas, quería un cántaro.

    - Los tienes sin pintar, que son 80 euros o ya más elaborados por cient

    - Vale, ya vuelvo en otro momento, gracias.

    Descartada la opción de comprar el cántaro más caro del mundo, me planteé dos soluciones: hacerlo yo o buscar uno por Internet. Dudo mucho que a alguien le interese la historia de cómo pasé seis horas en una clase de alfarería –no como esta, que es fascinante–, pero también me parece que será complicado encontrar una tienda que venda cántaros en línea. Resulta que no. Elegí uno (cántaro de boca ancha) un poco al azar y... a esperar.

    Odio esperar.

    Afortunadamente, ese día hablé con Teresa, una amiga química que vive en Australia. Me explicó cómo funciona un microondas –no sé qué movidas de unas moléculas– y me dijo que el cántaro iba a explotar. «Ya, pero, ¿si lo pongo en modo grill?».

    La prueba.

    Aquí es cuando me doy cuenta de que igual necesito un plan. Es decir, quiero llenar el cántaro en una fuente de Plaza de España, ir hasta la otra, vaciarlo y volver a empezar. Todo lo que no sea eso tendré que improvisarlo. Aparte, dudo mucho que se me vaya a romper. Al final opto por mi solución preferida: que se ocupe de esto el Guille del futuro.

    La ciencia es algo maravilloso; apenas he empezado el experimento y ya he descubierto algo. En concreto, que un cántaro de 50 centímetros de diámetro pesa tres pares de cojones. ¡Viva y bravo!

    Y aquí es donde volvemos al inicio. No sé cuántos viajes he hecho, pero lo más probable es que sean menos de los que pienso. ¿Once? ¿Trece? Da igual: no puedo más. Está claro que el cántaro no se va a romper si yo no pongo de mi parte y ya tengo bastante miedo de que me detengan como para ponerme a hacer ruido y ensuciar la ciudad.

    No puedo más.

    Empiezo a sospechar que me he embarcado en un proyecto faraónico. Uno más. Por suerte, esta vez tengo un as en la manga. Al fin y al cabo, solo hace falta que se rompa un cántaro, ¿no?

    Esto ya sí es preocupante. El plan B ha fallado y eso que es la primera vez que tengo uno propiamente dicho. Lo normal es que mi plan B sea el plan A, pero borracho.

    Negociación.

    «¿Y si hago uno a la pata coja?». Reconozco en Marcos la mirada de Teresa cuando le hablaba del microondas. «Hago uno a la pata coja y si se me cae el cántaro, bien, porque se ha roto, y si no, pues también, porque he hecho un viaje a la pata coja».

    «Haz lo que quieras».

    Conclusiones.