Ir directo al contenido
  • Lola badge

¿Por qué las mujeres están tristes?

Sobre la facilidad con la que la sociedad relaciona los problemas de la mujer con la locura y el peligro del estereotipo.

Un dato curioso: en España, dos de cada tres recetas de psicofármacos (tales como tranquilizantes menores y antidepresivos, principalmente) se prescriben a mujeres. La razón no es tan sencilla como que las mujeres estemos más tristes. Según un estudio financiado por el Instituto de la Mujer sobre mujeres y psicofármacos, está demostrado que, por razones culturales, las mujeres estamos más predispuestas que los varones a reconocer la presencia de posibles enfermedades y pedir ayuda. Más de un siglo de revisiones ginecológicas anuales y de monitorización institucional de "los temas de mujeres" (del periodo a la menopausia) favorecen esta inclinación. El mismo estudio afirma que, en consulta, las mujeres comunicamos más y nuestra forma de expresar el malestar suele ser el llanto y la tristeza. Los varones, en cambio, muestran su malestar en forma de irritabilidad e indecisión, lo que lleva a los médicos a infradiagnosticar a los hombres y sobrediagnosticar a las mujeres. Pero no se trata solo de eso.

El hecho de que a las mujeres se las medique más que los hombres tiene un sesgo de género fundamental en el que influye de manera clave la relación entre el médico y el paciente: el estudio del Instituto de la Mujer indica que los médicos, que no pueden evitar estar bajo la influencia de los estereotipos sociales que les rodean, reaccionan de forma distinta ante los mismos síntomas si estos vienen relatados por un varón o por una mujer. Los hombres reciben más pruebas tecnológicas, mientras que a las mujeres les recetan más antidepresivos o ansiolíticos. Los médicos tienen una actitud mucho más paternalista con las mujeres, asumiendo que, por su género, son más débiles, emocionales y vulnerables. Un médico tiene mayor predisposición a diagnosticar neurosis a una mujer de mediana edad que a cualquier otro grupo demográfico.

La patologización de la mente de las mujeres no es nada nuevo. La historia está plagada de ejemplos. El malestar femenino o "la locura" siempre ha tenido un diagnóstico subjetivo en el que el hombre (es decir, la autoridad) era quien decidía la estabilidad o inestabilidad de su paciente en función de si se adaptaba o se salía de la norma establecida. Es decir, cuando la paciente rompía con los imperativos de castidad, sumisión, obediencia, discreción o silencio típicos del modelo de "ángel del hogar" es más que probable que entrase dentro de la categoría de loca.

En el siglo XIX se creía que la raíz de la locura se encontraba en el órgano reproductivo de las mujeres. La histeria, palabra que deriva del griego hystear y que significa útero, era el diagnóstico categórico para un sinfín de males femeninos que podían ser el cansancio, el nerviosismo, la irritabilidad, el hastío, el egocentrismo o sencillamente la soltería. En este mismo siglo se pensaba que las mujeres tenían más propensión que los hombres a los desórdenes mentales, por ello eran hospitalizadas con mayor frecuencia y se les recetaba más psicotrópicos que a los varones. Tener útero era sinónimo de tener problemas.

El tratamiento contra la histeria no era otro que el 'masaje pélvico': masturbar a las mujeres con un consolador hasta llevarlas al 'paroxismo histérico' (el orgasmo) para liberar la instatisfacción y estrés acumulado. Los vibradores no adquirieron su etiqueta de juguete sexual hasta mediados del siglo XX, época en la que también se reconoció que la "histeria" era una enfermedad inexistente.

También a mediados del siglo XX, finalizada la II Guerra Mundial y coincidiendo con algo que Betty Friedan bautizó como "el problema que no tiene nombre" en su libro 'La mística de la feminidad', nacieron los psicofármacos. La casualidad hizo que los ansiolíticos y los antidepresivos llegasen a la vida de las mujeres estadounidenses inmediatamente después de haber tenido que volver a recluirse en el hogar tras una guerra en la que el Estado las reclamó para trabajar fuera de él. En esta época, la publicidad y el cine volvieron a representar la figura del ama de casa como la más perfecta de todas las mujeres. De nuevo en el hogar, como apunta Friedan, muchas mujeres presentaron síntomas de malestar y tristeza que no eran capaces de explicar.

La Organización Mundial de la Salud incorporó el concepto de género en el debate sobre salud mental en el año 2001. Según datos oficiales, las mujeres sufren más ansiedad y depresión. Asimismo, los padecimientos más comunes en mujeres están relacionados con fobias específicas y sociales y el episodio depresivo mayor. En hombres, registran más trastornos de conducta, de dependencia y de abuso de alcohol. Desde la OMS, apuntan que "los numerosos papeles que las mujeres desempeñan en la sociedad las exponen a un mayor riesgo de padecer trastornos mentales y del comportamiento que otros miembros de la comunidad. Siguen soportando la carga de responsabilidad ligada a la condición de esposas, madres, educadoras y cuidadoras de otras personas al tiempo que se están convirtiendo en parte fundamental de la fuerza de trabajo".

Teresa Ordorika Sacristán, doctora en sociología y especializada en temática de género y salud mental, plantea en el texto '¿De dónde viene la tristeza de las mujeres?' que la dificultad para encontrar solución a la problemática "radica en la dificultad de definir claramente los límites que existen entre las dolencias de la vida y los problemas de vida, es decir los límites entre lo normal y lo patológico".

Si en el siglo XIX la histeria era una forma de controlar todos los comportamientos que intentaban romper con el corsé de las mujeres de la época (sumisión, silencio y abnegación), cabría preguntarse qué corsé es el que oprime a las mujeres del siglo XXI para encontrar la solución al problema que no tiene nombre. Las dolencias de este siglo parecen venir acompañadas de la frustración que acompaña al nuevo modelo de mujer 10 o de mujeres 10: la gran trabajadora pero mejor esposa, la novia ardiente pero muy independiente, la soltera divina que no solterona... que nunca derramará una lágrima porque estar sola "fue lo que ella quería", la que sueña con la maternidad pero no puede permitírselo, la que sueña con no ser madre pero ya es demasiado tarde, la que quiere más libertad pero está recluída en un ambiente tradicional o la que trabaja sin descanso sin recibir jamás el mismo reconocimiento que su compañero de despacho. ¿Qué sufrimiento es normal y cuál sería patológico? ¿Qué es y qué no es "histeria" en el siglo XXI? ¿Qué debería cambiar en los próximos 50 años para que las mujeres dejásemos de estar tan tristes?

Quizás no estamos observando el problema de la manera correcta. El malestar femenino, de cualquier índole, lleva patologizándose históricamente sobre comportamientos, sentimientos, acciones o pensamientos de mujeres que se desvían de una determinada norma. Pero no nos planteamos si, quizá, pertenecer a la norma, con todas las opresiones y frustraciones que conlleva, es lo que provoca que las mujeres se depriman y busquen ayuda. En ese caso, hacerlas regresar a ella suena contraproducente.