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Las chicas de Instagram que me ayudan a sentirme mejor con mi aspecto

Entre tanta perfección, no me había dado cuenta de lo ávida que estaba por descubrir otros defectos idénticos a los míos.

Desde que una niña escucha por primera vez eso de "¡pero mira qué bonita es!" se pone en marcha un mecanismo que la acompañará toda su vida: el de la validación a través de su belleza. Imagino este mecanismo como algo muy rudimentario, como una bola de nieve que al principio es pequeñita y puede dar pie a un juego divertido (la primera vez que te maquillas, la primera vez que te haces algo especial en el pelo, cuando pruebas un rizador de pestañas, tus primeros tacones), pero que poco a poco va engrosándose, volviéndose más grande y peligrosa, logrando que siempre tengas que estar pendiente para que no termine alcanzándote.

Porque ese "¡mira qué bonita es!" deriva en "cuando sea más mayor tendrán que ponerle escolta". Y en "se va a convertir en todo un bomboncito". Y en "mírala, ya es toda una mujercita, los chicos de su clase deben hacer cola en tu puerta, ¿no?". Y los "¡qué preciosidad!". Por no hablar de los repugnantes "ay... si yo tuviera veinte años menos". Son comentarios aparentemente inofensivos pero que van dejando huella y erosionando, haciéndonos creer desde niñas que nuestros valores principales son nuestro físico y nuestra apariencia.

Hace poco pensé que hacerse mayor consiste en ocupar más espacio en el cuarto de baño con productos que en realidad no necesitas. Si a los 18 bastaba con un desmaquillante y una crema hidratante como remedio para todos los males, ahora comienzas a acumular escudos contra el mundo que tienen forma de tónicos, aguas micelares, sérums, cremas para la cara, para el cuerpo, para las sequedades, para las irritaciones, para las arrugas, para los granitos, mascarillas para pelo y cara, limpiadores profundos o exfoliantes. Productos que no venden un resultado, sino una fantasía: la de no envejecer (crema antiedad, alisadora de arrugas), la de no engordar (crema reductora, tonificadora) y la de estar (o ser) siempre perfecta (revitalizadores, antiojeras, antibolsas, antiestrías, anticelulíticos). Como dijo una vez una amiga mía "lo llaman crema antiedad porque de ser por ellos nos matarían al cumplir los 50 años".

Todo parte de lo mismo: la excesiva presión que la sociedad ejerce sobre el físico de las mujeres. Las nuevas tecnologías no son las culpables de este viejo paradigma: Instagram no es ni de lejos peor que un corsé. Lo que han provocado las nuevas tecnologías es que seamos más autoconscientes de nuestra imagen, que ahora podemos analizar, recortar, retocar, enfocar y visualizar desde distintos ángulos, encontrando lo mejor de nosotras mismas pero también siendo más críticas con nuestros defectos que quizás ya no solo ves tú, sino que puede ver cualquiera.

Decía que las nuevas tecnologías no son culpables de este viejo paradigma y es que, de hecho, es posible que lo estén cambiando. Twitter, Facebook o Instagram son una representación más plural de la vida, de la rutina, de la realidad. Una ventanita con vistas a la vida de la gente, aunque sea una vida con buena luz, ángulo y con deliciosos desayunos. Soy la primera que ha sufrido y sufre en Instagram. Porque a veces veo a mujeres que ya no pertenecen al mundo del cine, de la moda o de la realeza, que me hacen sentir un auténtico escombro. Chicas anónimas con cara de portada de Vogue, culo para partir nueces y pelo Pantene. Es injusto. Qué mal repartido está el mundo. Por qué yo no gané la lotería de la genética. Y tal y tal.

Sin embargo, cada vez observo a más y más mujeres que, ya sea a través de Twitter, de Facebook o de Instagram, reconocen y muestran sus puntos débiles. O las cosas que son completamente normales pero que la sociedad nos ha hecho ver como defectuosas: hablo de barrigas, muslámenes, celulitis, culos caídos, tetas pequeñas, tetas grandes, estrías, arrugas y canas. Enseñando con naturalidad aquello que debería ser natural de base, pero que no lo es. Y en este escaparate de lo bonito y lo bello, donde mostramos nuestras vacaciones y nuestras mejores sonrisas, son como si por esa ventanita que antes mencionaba entrase aire fresco.

Ser mujer y encontrarse a gusto con tu físico no es una tarea sencilla, porque tienes que luchar contra el mundo. Según un estudio sobre distorsión y género, un 92% de las mujeres tiene distorsionada su imagen corporal. Y casi el 60% de las mujeres se encuentran insatisfechas con su físico, frente al 4,9% de los varones. Los trastornos de la alimentación los sufren principalmente las mujeres. Y no solo las adolescentes, según otro estudio, el 13% de las mujeres de entre 30 y 50 años, experimentan síntomas de algún trastorno alimentario como la anorexia debido a la presión por tener un cuerpo esbelto o a causa de querer recuperar la figura después del embarazo. Las mujeres también lideramos 9 de cada 10 intervenciones de cirugía estética, siendo las operaciones más habituales la liposucción y el aumento de pecho. Queda claro que las mujeres no nos aceptamos. Que no nos queremos. Porque no nos han enseñado a querernos.

Y todavía queda mucho camino para que nos aceptemos y nos queramos, para que aprendamos que nuestros cuerpos no son antinaturales, sino que son lo más normal del mundo. La sociedad sigue ejerciendo presión sobre las mujeres porque le interesa que nos sintamos feas, viejas y gordas: porque nuestra infelicidad e insatisfacción es un negocio.

Por eso estas chicas, que no dejan de ser auténticas mujeronas, además de tías muy valientes, me han ayudado a sentirme mejor. O al menos más normal. Porque no me había dado cuenta cuánto necesitaba la representación de esos defectos, de esas normalidades y de esas rutinas de la piel, la grasa y los años a través de su celebración y no de la vergüenza de un 'ARG' del Cuore.