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La historia olvidada de las chicas del radio, cuyas muertes salvaron miles de vidas de trabajadores

Durante la Primera Guerra Mundial, cientos de mujeres jóvenes entraron a trabajar en las fábricas de relojes, pintando las esferas de los relojes con pintura luminosa de radio. Pero después de que las chicas (que literalmente brillaban en la oscuridad al finalizar sus turnos) comenzaran a experimentar terribles efectos secundarios, iniciaron una carrera contrarreloj en busca de justicia que cambiaría para siempre las leyes laborales de los Estados Unidos.

El 10 de abril de 1917, una mujer de 18 años llamada Grace Fryer comenzó a trabajar como pintora de esferas en la United States Radium Corporation (USRC) de Orange, Nueva Jersey. Fue cuatro días después de que los Estados Unidos entraran en la Primera Guerra Mundial; con dos hermanos soldados, Grace quería hacer todo lo que pudiera para contribuir al esfuerzo bélico. No tenía ni idea de que su nuevo trabajo cambiaría su vida (y los derechos de los trabajadores) para siempre.

Las chicas fantasma

Con la guerra declarada, cientos de mujeres de clase trabajadora acudieron en tropel al estudio en donde fueron contratadas para pintar relojes y esferas militares con el nuevo elemento, el radio, que había sido descubierto por Marie Curie hacía algo menos de 20 años. Pintar esferas era "el trabajo de élite para las pobres chicas trabajadoras"; el salario era más de tres veces el de un trabajo normal en una fábrica y aquellas afortunadas que lograban un puesto estaban en el 5 % de las principales trabajadoras femeninas a nivel nacional, lo cual les daba a las mujeres libertad financiera en una época de creciente emancipación femenina. Muchas de ellas eran adolescentes, con manos pequeñas perfectas para el trabajo artístico, y difundieron a sus redes familiares y de amistades el atractivo de su nuevo empleo. Con frecuencia, grupos completos de hermanos trabajaban uno junto a otro en el estudio.

La luminosidad del radio era parte de su atractivo y a las pintoras de esferas pronto se las apodó las "chicas fantasma", ya que, para cuando terminaban sus turnos, ellas mismas brillaban en la oscuridad. Aprovechaban al máximo esta ventaja, llevando sus vestidos buenos a la planta para que brillaran en los salones de baile por la noche e incluso pintándose los dientes con radio para conseguir una sonrisa que impactara a sus pretendientes.

Grace y sus compañeras seguían obedientemente la técnica que les habían enseñado para realizar la meticulosa labor de pintar las pequeñas esferas, algunas de las cuales solo tenían una anchura de tres centímetros y medio. A las chicas se las instruía para que deslizaran los pinceles entre sus labios para conseguir que tuvieran la punta muy fina; una práctica conocida como afinar con los labios o una "rutina de labios, mojar y pintar", tal y como la describió más tarde la dramaturga Melanie Marnich. Cada vez que las chicas se llevaban los pinceles a la boca, tragaban un poco de la brillante pintura verde.

Verdades y mentiras

"Lo primero que preguntamos [fue] '¿Esto te hace daño?'", recordaba más tarde Mae Cubberley, que instruyó a Grace en la técnica. "Naturalmente, no quieres meterte en la boca nada que vaya a hacerte daño. El señor Savoy [el gerente] dijo que no era peligroso, que no teníamos que tener miedo".

Pero no era cierto. Desde que el elemento brillante había sido descubierto se sabía que era dañino; la propia Marie Curie había sufrido quemaduras debidas a radiación por haberlo manipulado. Antes de que la primera pintora de esferas cogiera su pincel ya había muerto gente por envenenamiento por radio. Por eso era por lo que los hombres en las empresas de radio llevaban delantales de plomo en los laboratorios y manejaban el radio con pinzas de punta de marfil. Sin embargo, a las pintoras de esferas no se les suministraba esa protección y ni siquiera se les avisaba de que podrían necesitarla.

Eso era porque, en aquella época, se creía que una pequeña cantidad de radio (como la que manejaban las chicas) era beneficiosa para la salud: la gente bebía agua con radio a modo de tónico y se podían comprar cosméticos, mantequilla, leche y pasta de dientes que incluían el maravilloso elemento. Los periódicos informaban de que su uso añadiría "¡...años a nuestras vidas!".

Pero esa creencia se basaba en investigaciones llevadas a cabo por las mismas empresas de radio que habían edificado su lucrativa industria alrededor de él. Ignoraban todas las señales de peligro; cuando se les preguntaba, los gerentes les decían a las chicas que la sustancia daría color a sus mejillas.

La primera muerte

En 1922, una de las compañeras de Grace, Mollie Maggia, tuvo que abandonar el estudio porque se encontraba enferma. No sabía qué le pasaba. Sus problemas habían comenzado con un diente que le dolía: su dentista se lo extrajo, pero entonces el siguiente diente también le empezó a doler y se lo tuvieron que extraer. En los lugares en que habían estado los dientes surgieron unas dolorosas úlceras como flores negras, con partes rojas y amarillas debido al sangre y al pus. Supuraban constantemente y hacían que su aliento fuera nauseabundo. Entonces sufrió dolores en las extremidades tan intensos que finalmente la incapacitaron para caminar. El doctor creía que era reumatismo; la envió a casa con aspirinas.

En mayo de 1922, Mollie estaba desesperada. Para entonces había perdido la mayor parte de sus dientes y la misteriosa infección se había extendido: Dijeron que su mandíbula inferior, su paladar e incluso algunos de los huesos de su oído eran "un gran forúnculo". Pero lo peor estaba por llegar. Cuando su dentista empujó delicadamente su mandíbula dentro de la boca, para su asombro y horror, se rompió entre sus dedos. La retiró, "no mediante una operación, sino simplemente metiendo los dedos en su boca y sacándola". Tan solo días después, le quitaron la mandíbula inferior completa del mismo modo.

Mollie estaba literalmente cayéndose a pedazos. Y no era la única: por aquel entonces, también Grace Fryer estaba teniendo problemas con la mandíbula y sufría dolores en los pies, al igual que las demás chicas del radio.

Literalmente estaba excavando agujeros en su interior mientras estaban vivas.

El 12 de septiembre de 22, la extraña infección que había afectado a Mollie Maggia durante menos de un año se extendió a los tejidos de su garganta. La enfermedad avanzó lentamente a través de su vena yugular. A las 5 de la tarde de aquel día, su boca estaba inundada con sangre, ya que la hemorragia era tan abundante que su enfermera no podía contenerla. Murió a la edad de 24 años. Con sus doctores desconcertados acerca de la causa de la muerte, su certificado de defunción, erróneamente, decía que había muerto de sífilis, algo que su antigua empresa utilizaría en contra de ella más tarde.

Como un reloj, las antiguas compañeras de Mollie, una a una, pronto la siguieron a la tumba.

El encubrimiento

USRC, la empresa que había contratado a las jóvenes, rechazó cualquier responsabilidad por las muertes durante casi dos años. Tras sufrir un revés en el negocio por lo que ellos veían como un "cotilleo" que no iba a desaparecer, en 1924 finalmente encargaron a un experto que investigara la relación que se rumoreaba que había entre la profesión de pintora de esferas y las muertes de las mujeres.

"El señor Savoy dijo que no era peligroso, que no teníamos que tener miedo".

A diferencia de la propia investigación de la empresa a favor del radio, este estudio era independiente y, cuando el experto confirmó la relación entre el radio y las enfermedades de las mujeres, el presidente de la empresa se encolerizó. En lugar de aceptar los descubrimientos, pagó nuevos estudios que publicaron la conclusión opuesta; también mintió al Departamento de Trabajo, que había comenzado a investigar, acerca del veredicto del informe original. Públicamente, denunció que las mujeres intentaban "endosar" sus enfermedades a la empresa y condenó sus intentos de conseguir ayuda monetaria para sus crecientes facturas médicas.

La luz que no miente

Con el informe silenciado, el mayor reto de las mujeres era probar la relación entre sus misteriosas enfermedades y el radio que habían estado ingiriendo cientos de veces al día. Aunque ellas mismas hablaban sobre el hecho de que el culpable debía ser su trabajo, luchaban contra la creencia muy extendida de que el radio era seguro. De hecho, hubo que esperar a que el primer empleado varón de la empresa de radio muriera para que los expertos finalmente se hicieran cargo. En 1925, un brillante doctor llamado Harrison Martland diseñó pruebas que probaron de una vez por todas que el radio había envenenado a las mujeres.

Hubo que esperar a que el primer empleado varón de la empresa de radio muriera para que los expertos finalmente se hicieran cargo.

Martland también explicó lo que estaba ocurriendo dentro de sus cuerpos. Ya desde 1901 había resultado evidente que el radio podía dañar a los humanos drásticamente cuando se aplicaba externamente; Pierre Curie comentó en cierta ocasión que no desearía estar en un cuarto con un kilo de radio puro porque creía que le quemaría toda la piel del cuerpo, destruiría su visión y "probablemente [le] mataría". Martland descubrió que, cuando el radio se usaba internamente, incluso en cantidades muy pequeñas, el daño era muchos miles de veces mayor.

Ese radio ingerido se había instalado posteriormente en los cuerpos de las mujeres y ahora estaba emitiendo radiación constante y destructiva que estaba horadando sus huesos como si fueran panales. Literalmente estaba excavando agujeros en su interior mientras estaban vivas. Atacaba a las mujeres en todo el cuerpo: la columna vertebral de Grace Fryer estaba "triturada" y tenía que llevar un refuerzo de acero en la espalda; la mandíbula de otra chica se consumió hasta ser "un mero muñón". Las piernas de las mujeres también se acortaron y se fracturaron espontáneamente.

De forma espeluznante, esos huesos dañados también comenzaron a brillar debido al radio que contenían en su interior: la luz que no miente. A veces, el momento en que una mujer se daba cuenta de que había sido envenenada con radio era cuando se vislumbraba en un espejo en mitad de la noche: una chica fantasma estaba ahí reflejada, brillando con una luminosidad antinatural que sellaba su destino.

Ya que Martland también se había dado cuenta de que el envenenamiento era mortal. Y ahora que estaba dentro de ellas no había forma de eliminar el radio de los huesos atormentados de las chicas.

La lucha

A pesar de los intentos de la industria del radio por desacreditar el trabajo pionero de Martland, no habían contado con el valor y la tenacidad de las propias chicas del radio. Comenzaron a agruparse para luchar contra la injusticia. Y había un motivo altruista para su batalla: después de todo, por todo Estados Unidos aún había pintoras de esferas contratadas. "No es por mí misma por quien me preocupo", comentó Grace Fryer. "Más bien pienso en los cientos de chicas a quienes esto puede servir de ejemplo".

Fue Grace quien lideró su lucha, decidida a encontrar un abogado incluso después de que incontables de ellos la rechazaran, bien por no creer las demandas de las mujeres, bien por temor a las poderosas empresas del radio o bien por no estar preparados para una batalla legal que exigía la derogación de leyes existentes. Por aquel entonces, el envenenamiento por radio no era una enfermedad con derecho a indemnización (ni siquiera se había descubierto hasta que enfermaron las chicas) y las mujeres también estaban obstaculizadas por el plazo de prescripción, que establecía que las víctimas de envenenamiento ocupacional tenían que emprender acciones legales antes de dos años. El envenenamiento por radio era artero y la mayoría de las chicas no comenzaron a enfermar hasta al menos cinco años después de haber empezado a trabajar; estaban atrapadas en un círculo vicioso legal que aparentemente no podía romperse. Pero Grace era hija de un delegado sindical y estaba decidida a pedir cuentas a una empresa que era claramente culpable.

Eventualmente, en 1927, un joven e inteligente abogado llamado Raymond Berry aceptó su caso y Grace (junto con cuatro compañeras) se encontró en el centro de un drama de tribunales famoso a nivel internacional. Por entonces, sin embargo, el tiempo se estaba acabando: A las mujeres se les había dicho que solo les quedaban cuatro meses de vida y la empresa parecía dispuesta a retrasar los procedimientos legales. Como consecuencia, Grace y sus amigas se vieron obligadas a instalarse fuera del juzgado; pero ya habían llamado la atención sobre el envenenamiento por radio, justo como Grace había planeado.

El caso de las chicas del radio de Nueva Jersey fue noticia en primera plana y tuvo repercusiones por todo Estados Unidos. En Ottawa, Illinois, una pintora de esferas llamada Catherine Wolfe leyó el reportaje con horror. "Hubo reuniones en [nuestra] planta que estaban al borde de los disturbios", recordaba. "El frío del miedo era tan deprimente que apenas podíamos trabajar".

Aun así, la empresa de Illinois, Radium Dial, siguió el ejemplo de USRC y rechazó cualquier responsabilidad. Aunque las pruebas médicas de la empresa demostraron que las mujeres de Illinois mostraban claros síntomas de envenenamiento por radio, mintió sobre los resultados. Incluso puso un anuncio de página completa en el periódico local: "Si en cualquier momento hubiéramos tenido motivos para creer que cualquiera de las condiciones de trabajo pudieran poner en peligro la salud de nuestros empleados, habríamos suspendido las operaciones de inmediato". Sus acciones para silenciar el escándalo llegaron hasta el punto de interferir con las autopsias de las chicas cuando las trabajadoras de Illinois empezaron a morir: agentes de la empresa llegaron a robar los huesos agujereados por el radio en su cruel encubrimiento.

Haciendo historia

Si las mujeres no morían por los mismos problemas de mandíbula que se habían llevado a Mollie Maggia, terminaban sufriendo sarcomas: grandes tumores cancerosos óseos que podían crecer en cualquier lugar del cuerpo. Una pintora de esferas, Irene La Porte, murió debido a un tumor pélvico masivo que se decía que era "mayor que dos balones de fútbol".

La industria del radio no había contado con el valor y la tenacidad de las propias chicas del radio.

En 1938, Catherine Wolfe (Donohue tras su matrimonio) desarrolló un tumor del tamaño de un pomelo que sobresalía de su cadera. Al igual que Mollie Maggia antes que ella, perdió todos los dientes y tenía que sacarse trozos de la mandíbula de la boca; constantemente llevaba un pañuelo estampado contra su mandíbula para absorber el pus que siempre supuraba. También había visto a sus amigas morir antes que ella y eso fortaleció su voluntad.

Catherine inició su lucha por la justicia a mediados de los años 30: los Estados Unidos estaban inmersos en la Gran Depresión. Catherine y sus amigas fueron rechazadas por su comunidad por demandar a una de las pocas empresas que seguía en pie. Aunque su muerte estaba próxima cuando su caso llegó a los tribunales en 1938, Catherine ignoró el consejo de los médicos y en lugar de ello declaró desde su lecho de muerte. Al hacer eso, y con la ayuda de su abogado Leonard Grossman (que trabajaba sin cobrar), finalmente consiguió justicia no solo para sí misma, sino para los trabajadores de todas partes.

El legado

El caso de las chicas del radio fue uno de los primeros en los que una empresa fue declarada responsable de la salud de sus empleados. Llevó a la creación de normas que salvaron vidas y, en última instancia, al establecimiento de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (Occupational Safety and Health Administration, OSHA), que ahora opera a nivel nacional en los Estados Unidos para proteger a los trabajadores. Antes de que se creara la OSHA, 14.000 personas morían en el trabajo cada año; hoy son pocas más de 4.500. Las mujeres también dejaron un legado para la ciencia que se ha calificado de "inestimable".

Pero no veréis sus nombres con frecuencia en los libros de historia, ya que hoy día las chicas del radio individuales se han olvidado en gran medida. Recurriendo a las propias palabras de las mujeres de sus diarios, cartas y testimonios en los juzgados, mi nuevo libro, The Radium Girls, intenta reparar el agravio; porque fue gracias a su fuerza, sufrimiento y sacrificio por lo que se consiguieron los derechos de los trabajadores. Todos nos hemos beneficiado de su valor.

Grace Fryer y Catherine Donohue, por nombrar solo a dos, son mujeres a las que tenemos que honrar y elogiar como campeonas audaces. Brillan a través de la historia con todo lo que consiguieron en sus vidas, demasiado cortas. Y también brillan de otra forma. Porque el radio tiene una vida media de 1600 años... y aún está integrado en sus huesos. Las chicas fantasma aún brillarán en sus tumbas un buen rato.

Este artículo ha sido traducido del inglés.