Ir directo al contenido

    Me gano la vida mostrando mi cuello de útero

    Uso mi cuerpo para enseñar cómo hacer exámenes de pelvis a estudiantes de medicina. Y es el mejor trabajo de mi vida.

    Vestida solo con una bata sobre la mesa de examen de una escuela médica judía ortodoxa, espero que lleguen mis alumnos.

    Son cinco, todos hombres, todos altos y muy profesionales con sus delantales blancos. Están a punto de ver el cuello de mi útero.

    Soy asistente de ginecología, lo que significa que uso mi cuerpo para que los estudiantes de medicina y enfermería sepan cómo hacer exámenes ginecológicos seguros y cómodos.

    Básicamente, voy a universidades y hospitales y me quito los pantalones en nombre del feminismo.

    Amo mi trabajo: me hizo sentirme cómoda con mi cuerpo de una manera que jamás imaginé, y me permitió ayudar a que la próxima generación de trabajadores de la salud se entusiasme sobre los ovarios.

    Cuando me quité la bata para hablarles sobre el examen de mamas, uno de ellos se sonrojó tanto que pensé que se iba a desmayar, y todos fijaron la vista en la pared.

    Les recordé que para examinar mis pechos, necesitaban mirarlos.

    Por suerte, luego de par de bromas se relajaron, y de ahí en más tuve su absoluta atención. Estaban agradecidos por mi gentileza, entusiasmados de seguir mis instrucciones y aliviados porque sabía lo que hacía y no dejaría que me lastimen. ("En serio, puedes usar más presión. ¿Puedo ajustar tu mano? Ahí, justo ahí. ¡Esa es mi cuello de útero!).

    Por sobre todo, y de un modo inocente, estaban encantados con mi cuerpo y por el hecho de que yo quiera mostrarlo.

    El descubrimiento de mi cerviz fue recibido con alegría. Y cuando un estudiante sintió mi ovario con éxito por primera vez, presencié un fenómeno conocido por asistentes ginecológicos en todo el mundo: el baile del ovario. Un ovario sano es muy pequeño y esquivo, y es difícil saber cuando sientes uno. Pero una asistente ginecológica sabe la ubicación de sus ovarios con exactitud, puede guiarte a ellos, y siempre sabes que un estudiante encontró un ovario porque sonríe y se contonea.

    En 2011 escuché por primera vez sobre las asistentes ginecológicas, y me pareció una elección obvia para mí. Había trabajado en Nueva York como doula, una especie de asistente en el proceso de dar a luz, ayudando a que las mujeres embarazadas superen cualquier resultado del embarazo, como el parto, adopción, pérdida del feto, parto inducido, y el aborto.

    Como fanática de la antropología médica, me encantó la idea de ser la persona que forme a los estudiantes de medicina en su manera de ver y relacionarse con el cuerpo femenino.

    El entrenamiento se hacía en base a las partes del examen que aspirabamos a enseñar: un examen de mamas en tres etapas, y un examen pélvico en tres etapas.

    Admito que fue extraño la primera vez que nos quitamos las remeras para practicar los exámenes de mama con mis compañeras, pero nos acostumbramos rápidamente.

    Luego llegamos al examen de pelvis. Nuestra instructora pidió voluntarias para la demostración durante la clase siguiente. Me ofrecí a ir primera.

    Estuve muy tranquila los días entre ambas clases, que pasé revisando el material que debería enseñar mientras guiaba a otros estudiantes a examinar mi cuerpo.

    No estaba nerviosa ni siquiera sabiendo que tendría mi período el mismo día en el debería quitarme la ropa profesionalmente por primera vez.

    Que así sea; se suponía que trabajaríamos incluso durante nuestra menstruación, solo que mí me sucedería más temprano que tarde. Me sentí bien toda la mañana del día del examen, hasta que llegó el momento de ponerme la bata.

    Ahí me volví loca. Me fui a cambiar al baño ya que, de algún modo, la idea de que un aula entera me vea el trasero me resultaba más terrorífica que cualquier otra cosa.

    ¿Y si mi cola es fea, o peluda? ¿Me tendría que haber afeitado el vello púbico? ¡Odio afeitarme el vello púbico! ¿Y si la gente piensa que es un asco? ¿Qué pasa si mi vagina es un asco? ¿Y si tengo mal olor? ¿Y si me desangro sobre alguien?

    Estaba entrando en pánico, pero también me dirigía de forma automática hacia la mesa de examen. Y una vez que me senté en la mesa, había que comenzar a enseñar. Sentí un momento de calma y pensé: o me vuelvo loca por mi cuerpo, o me dedico a enseñar. Mi cerebro no tenía la capacidad de procesar ambas cosas. Así que elegí enseñar.

    No pensaba en mi cuerpo, excepto para enseñarles mi anatomía y explicar por qué era "saludable y normal". Las asistentes ginecológicas les enseñan a los estudiantes a usar esa frase como transición entre las etapas del examen ("Terminé el examen de pelvis; todo parece saludable y normal"), ya que sin duda un paciente nunca sintió o escuchó algo parecido. Es increíble la seguridad que le da a las pacientes (y a mí) esta idea simple.

    Es maravilloso estar tan en control de la manera en la que se percibe tu cuerpo. Cuando trabajo, estoy totalmente en control, aunque mi posición parezca muy vulnerable. Cuando trabajo nunca me siento objetificada ni sexualizada; nunca sentí nada que no sea respeto. Va más allá de "no hacer mal"; es algo curativo.

    Desde esa primera vez en la mesa con esos cinco estudiantes de medicina, supe que la asistencia ginecológica sería mi profesión principal. El año pasado fundé mi propia compañía, a través de la cual proveo entrenamiento clínico a Yale y Quinnipiac, entre otras universidades y hospitales en el área.

    Siempre me sorprende que la compañía haya crecido hasta convertirse en un negocio real, con planes a cinco año, reportes y todo tipo de cosas oficiales. Internamente, sin embargo, hacemos lo que queremos, así que bromeamos con que nuestro plan de negocios privado está escrito totalmente a partir de citas de Harry Potter. Uno de sus pilares, cortesía de Albus Dumbledore, resulta muy relevante: "El temor a un nombre hace crecer el temor de la cosa en sí misma".

    Para mucha gente, las vaginas son atemorizantes.

    La gente le teme al cuerpo humano, ya sea el suyo o el de otra gente, teme lastimar y salir lastimado. Mucha gente tiene miedo simplemente por que no lo conocen, y si el conocimiento es poder, lo opuesto también es verdad.

    Nombrar eso que todo el mundo teme me hace sentir inmensamente poderosa. Nombrarla, quitarme los pantalones y mostrarles lo "saludable y normal" que es. Atrae a las personas, y les da las palabras para describir lo que les duele. A veces es agonizante, catártico y profundo. A veces, es gracioso: cuando eres una asistente ginecológica, te vuelves un imán para los problemas vaginales de cualquier persona remotamente conectada a tí. Retiré copas menstruales de amigas, y resolví problemas de anticoncepción de personas que nunca conocí, pero que me enviaron un mensaje de texto con una descripción detallada de su descarga vaginal.

    A veces, una estudiante toma mi útero entre sus manos y parece anonadada, escéptica. En ese momento le digo con delicadeza que sí, que es mi útero, que así se siente un útero normal y saludable, y rompen en llanto.

    A esta altura de mi vida, mi útero hizo llorar a más gente que yo.

    A veces, esas mujeres (hasta ahora, siempre fueron mujeres) se quedan después de la sesión y me cuentan sobre traumas que arrastraron por años. Hablan sobre abusos, o sobre el daño que les causaron las palabras desconsideradas de personas que decían amarlas. Me cuentan lo que es nunca sentirse totalmente bien, que durante años su cuerpo se haya sentido como una prisión de la que no pueden escapar. Me agradecen por permitirles quedarse en la mesa de examen con mi útero en sus manos, y les digo que no hay problema.