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    Cómo es mi vida sexual desde que me enteré que tengo VIH+

    Un recorrido por mi sexualidad y mi vida, sin pedir perdón ni permiso, tan solo viviendo.

    Cuando en 2008 el diagnóstico de VIH resultó positivo no temí a la muerte, pero sí me hice muchas preguntas:

    ¿Podré tener hijos?, ¿Cómo será mi salud desde este momento?

    Mi mayor temor dependía de la voluntad de los otros, mi vida sexual necesitaba de alguien que quisiera estar conmigo. Pensaba que no iba a tener sexo nunca más, que tenía que ponerme de novio con alguien que me aceptara y no moverme de ahí.

    Jamás me imaginé que mi sexualidad iba a encontrar tantos matices, algunos bastante aterradores, otros amorosos, pero todos basados en algo que nadie esperaba de alguien viviendo con VIH: lejos del silencio y muy sexuados. Al principio el panorama no era alentador. Me había separado hacía pocos meses de una relación de dos años y estaba tratando de retomar la cacería y los códigos de la seducción, con más actitud que belleza.

    "Esto es una sentencia de celibato", pensé.

    La primera situación violenta que tuve que vivir fue la impunidad con la que personas no tan cercanas a mí me preguntaban cómo me había infectado. Con una cotidianidad morbosa, me increpaban en redes sociales. Al principio explicaba que había entrado a mi última relación testeado y negativo, pero que quizás ese test había sido en período ventana: el período de tiempo entre que el virus entra al cuerpo y el que aparece en exámenes, que puede ser desde 9 días hasta 3 o 6 meses, dependiendo de cada cuerpo.

    No quería apuntar a mi ex, que en su momento me había dicho que era negativo. Yo jamás le pedí que se hiciera una prueba. Luego de responder varias veces, de sentir que me depositaban culpas, decidí cambiar mi respuesta: "¿Cómo me infecté? Fácil, por fluidos".

    Ya cuando los callos del corazón empezaron a hacer que me doliera menos leer frases como "me gustás mucho, pero no me animo", "quisiera ser tu novio, pero no podría salir con alguien positivo" y demás, empecé a habitar el mundo real con mis ganas de tener sexo y de tener novio.

    La primera gran situación bizarra fue cuando un fotógrafo me contactó para tomarme fotos vestido como Pikachu. Acepté y, en el estudio, me puse el traje. Cuando estábamos por empezar me besó y tocó desaforadamente. Las tomas se alternaron con besos y fellatios, hasta que cuando me sacó el traje me preguntó: "¿Te gusta el sexo?, ¿eres sano?". Yo me paré, con la cabeza del personaje puesta y una erección que podía tener nombre de ataque Pokémon, y respondí: "Sí, sano soy, pero tengo VIH". Fin de la sesión.

    Luego de pasar algunas situaciones más así (aunque menos bizarras), mi búsqueda tuvo un objetivo: un novio.

    Estar con alguien, en situación de compromiso, me evitaría tener que exponerme tanto. Entonces empecé a salir con gente dañina, aburrida, que no me interesaba. Tenía sexo simplemente por agradecer que del otro lado alguien se animaba a usar mi cuerpo. Porque muchas veces eso hace el estigma social del VIH: nos quita la voluntad y destroza nuestro amor propio. Si alguien quería tener sexo conmigo yo no me animaba a decir que no, porque ¡vamos! él se estaba solidarizando con mi cuerpo infecto.

    En mi cuerpo no había complicaciones, ni siquiera me habían bajado las defensas. Pero mi vida social estaba destrozada. El sexo no es solo una instancia fisiológica, es parte de nuestra identidad. Nos forma y nos define.

    A mí, lo que me estaba definiendo era el virus.

    Un momento muy oscuro: dejé de ser Lucas para ser un cuerpo sexual.

    Tras una relación de tres meses que me dejó más roto que seguro, sentí que no me había dejado una persona sino quien, yo pensaba, iba a ser el único chico que se animaría a mí. Yo también empecé a catalogar a las personas no por lo que eran para mí sino por cómo se llevaban con mi virus. Entonces entré en un momento muy oscuro.

    Y cuando digo oscuro no hablo de una metáfora ni de un estado anímico solamente. Hablo de tener sexo en antros con la menor cantidad de luz posible. Me volví una sombra que habitaba saunas gays, cines XXX, baños públicos y demás lugares que me quitaran la voz y el rostro. Ahí el pacto tácito era que nadie hablara, que los cuerpos dialogaran en actos sexuales. Dejé de ser Lucas para ser un cuerpo sexual.

    Una vez, en una orgía, uno de los participantes me pidió que eyaculara dentro de su boca. Como el apóstol Pedro con su mesías, lo negué tres veces. A la cuarta le dije que yo tenía VIH. Ese hombre empalideció, se sentó al borde del nudo de cuerpos y se llevó las manos a la cabeza. Le dije que se vistiera y lo llevé a un bar para charlar. En el camino le pregunté a cuántos les había tragado el semen. Me dijo que había perdido la cuenta, le pregunté su estado serológico: ¿positivo?, ¿negativo? "No sé", respondió. Le pregunté si con algunos de sus proveedores había charlado sobre VIH… La respuesta era obvia. Charlamos dos horas sobre ITS (infecciones de transmisión sexual) y relaciones. Me dio su número antes de irse. Cuando quise llamarlo era un número falso. El café lo había pagado yo.

    Los "cazadores de bicho" que querían que se los transmita.

    En medio de estos recorridos me volví adicto a las redes sociales de contactos sexuales. Ahí podía poner "Estatus de VIH" y empecé a no saber si quienes me rechazaban lo hacían por feo, por pasivo o por positivo. Pero ahí también empecé a dialogar con situaciones y faunas que no conocía. Muchas veces me contactaban desde perfiles que decían "negativo", pero ya en diálogo me decían que ellos también tenían el virus.

    "Lo digo solo en confianza", "No quiero que algún conocido me reconozca", y la que me parecía más sensata: "Diga lo que diga, los cuidados hay que tenerlos igual".

    Dos hombres querían que yo los infectara. Me contaron que eran bugchasers ("cazadores del bicho") y yo era quien tenía el don. Me llamaron giftgiver (algo así como "el dador del don"). Consideraban excitante tener sexo con alguien con VIH.

    Eran positivos, negativos o directamente ni se testeaban. La condición para estar con ellos era practicar bareback (sexo sin protección). Me sentía poderoso y deseado cuando estaba con ellos. Investigué y encontré que no eran un caso aislado de morbo sino un movimiento mundial. Pero, de nuevo, ellos deseaban al virus: yo solamente era un conductor. De nuevo, yo desaparecía detrás de un diagnóstico.

    Sucios, desnudos y excitados.

    En un sauna, un hombre me pidió que le eyaculara en cuanto orificio pudo mencionar. Le dije que no, que estaba descansando. Su argumento para convencerme fue: "es que mi esposa acaba de dar a luz mi primer hijo, y como estos días no puedo tener sexo con ella, vengo acá". No supe qué responderle.

    El resto de la tarde (entre las 6 y las 8), momento ideal para justificar una reunión de trabajo u horas extras en la oficina, lo vi hacer de todo. Me imaginaba cómo, en un contexto social, él sería el tierno nuevo padre y yo el sucio-gay-positivo. Pero ahí estábamos los dos, desnudos y excitados. Claro que a él lo esperaba una esposa para charlar sobre la caca de su recién nacido y a mí me esperaban series de YouTube. Esa noche no me sentí triste, me sentí parte de una sociedad silenciosa e hipócrita.

    Si algo aprendí desde que visibilicé mi situación en redes sociales y textos periodísticos es que la H de VIH es de HUMANO. Educar diciendo que solo existen estos "grupos de riesgo" hace que el resto de las personas no se cuide o no dialogue sobre cuidados. Se habla de los homosexuales, personas trans, usuarios de drogas, trabajadores sexuales y carcelarios como personas en riesgo; pero también pueden serlo esposas, amantes, letrados, ignorantes, obispos, etc. Entonces, ¿por qué sólo nosotros cargamos con el estigma?

    La estigmatización y el prejuicio conducen a la ignorancia, a frases que más de una vez tuve que escuchar como "yo no soy gay, no estoy en peligro de agarrarmelo". Una vez, un "casado de trampa busca encuentro discreto" me dijo que no usáramos preservativo porque como él era activo no iba a infectarse. Mi respuesta: "Supongamos que por tu mágica y extraña ilógica no te paso el VIH… ¿qué sucede con tu esposa?, puedes transmitirle HPV a ella, el cáncer de útero es muy peligr…*casado de trampa' ha terminado esta sesión*.

    El hombre blanco, de buena posición, heterosexual y negativo puede tener sexo como guste.

    Todos los discursos apuntan a que el hombre, blanco, de buena posición económica, heterosexual y negativo, pueda tener sexo como guste, con quien quiera y no corra riesgo. El resto (mujeres, trans, gays, etc.) solo debemos responder al cuidado de ellos.

    Si algo aprendí es que poca gente habla. O habla repitiendo la información "correcta". Y en mi hablar también aprendí a no tener sexo como espera la sociedad, que me llena de folletos preventivos que le hablan al negativo. Nunca vi una publicidad que le hable al positivo para que pueda desarrollar una vida sexual sana y placentera.

    Solo ciertos fluidos (la sangre, el semen, el líquido pre-seminal, los fluidos del recto y vaginales y la leche de lactancia) de una persona viviendo con VIH pueden transmitir el virus. Estos fluidos tienen que ponerse en contacto con una membrana mucosa o un tejido dañado o ser inyectado de forma directa en el flujo sanguíneo (desde una aguja o una jeringa) para que una posible transmisión ocurra.

    Las membranas mucosas pueden estar adentro del recto, la vagina, la abertura del pene y la boca.

    Cuando un juguete sexual tiene sangre de un positivo y luego es introducido dentro de algún negativo, esa fricción puede hacer que el virus entre en el torrente sanguíneo. Utilizar materiales punzantes que no se hayan esterilizado también puede ser una vía de transmisión. Los métodos de transmisión no saben de nuestra sexualidad ni de nuestras preferencias.

    En Argentina, según el Ministerio de Salud, para el período 2011-2013 las transmisiones en varones se dieron 46.9% por relaciones sexuales con mujeres, 42.7% con varones y un 0.4% por compartir material de consumo de drogas inyectables.

    No hay poblaciones de riesgo, sino prácticas de riesgo.

    Mi cuerpo positivo se educó en camas ajenas. Camas de maridos (ajenos), novios (en general no ajenos), amigos, sombras de una noche, activistas pro-sexo seguro con quien practicar bareback, desconocidos y demás. Tuve sexo, primero aceptando con culpa, luego callando y ahora consensuando.

    El consenso y el respeto (hacia mi cuerpo y el ajeno) son hoy en día mis mantras. Si yo tengo sexo con otra persona positiva podemos correr el riesgo de una reinfección. Como cada positivo puede llegar a tener una cepa propia del virus, si nos la transmitimos podemos tener dos tipos de VIH en nuestro cuerpo. Pero claramente eso no significa que vaya a dejar de practicar bareback o hacerlo en silencio y sin rostro: lo hago con quien sabe mi condición serológica, con quien me dice la suya (+, -, ¿?).

    Esto no es una apología al sexo sin protección, porque esta práctica trae consecuencias, y las padezco todos los días de mi vida. Esto es un pedido de que no invisibilicemos lo que pasa, porque repito, el silencio no es lo mío.

    Hace poco recibí un mensaje que decía: "Yo ya tuve sexo con personas positivas, así que tendría sexo contigo sin problemas".

    A lo que respondí: "Yo ya tuve sexo con idiotas, pero tú no me gustas. Igual, muchas gracias". Ya no mendigo ni me conformo con quien me hace un favor. No soy ni una estadística ni una población. Yo existo.

    Yo no voy a tener sexo como una sociedad heteronormativa me exige que lo haga, sino cuidando mi propio cuerpo y al cuerpo ajeno. Existen tantos géneros y modos de gozar como personas; entonces, encasillar en actividades o reducir nuestro cuidado hacia el otro en un pedazo de látex o una pastilla es perdernos miles de opciones.

    Cada vez que comparto un texto o performance sobre VIH aparecen chicos invitándome a salir. Son, en su mayoría, positivos; creen que conmigo se evitan el tener que exponerse o ser rechazados. No puedo juzgarlos porque a veces yo hago lo mismo.

    Cuando quiero sexo rápido, busco a "gente en la misma".

    Encuentro muchos cuerpos, falos y culos sin cabeza. El virus, la promiscuidad y el deseo tienen genitales, pero no rostro. Así nos educaron. Así pretendo deseducarme.

    En mi recorrido conocí gente que no lo decía e infectaba a otros "por venganza" y, aunque me parezca una actitud reprobable, si del otro lado la otra persona no le dice "o nos cuidamos o no hacemos nada" la responsabilidad es de ambos.

    El virus pivotea en mis decisiones, me las facilita o me las dificulta, pero la palabra final la tengo yo a través de mi deseo. Digo que soy positivo no solo para que el otro se cuide de mí, sino para que también me cuiden. El último chico con el que salí, la primera vez que estuvimos juntos me dijo: "Espera que agarro un preservativo así estás tranquilo". Esa noche me sentí cuidado y amado.

    Desde entonces volví a tener erecciones. En esa cama, el amor me encontró y me presentó nuevamente a mi propio cuerpo, a mi placer.

    Yo no estoy enfermo. Vivo con una situación de salud.

    Yo no soy portador, porque lo que se portan son las armas. Yo no tengo sida, vivo con VIH. Nadie tiene la obligación de decirlo, la responsabilidad de cuidado es de ambas (o todas) las partes que participen. Vivo mi sexualidad, la construyo y descubro día a día en diálogo conmigo mismo y con los otros.

    Yo soy Lucas Gutiérrez, convivo con el virus desde 2008. Soy periodista, escritor, performer, capricorniano y tengo mucho sexo. Sin pedir perdón, permiso, ni mendigar. Yo cuido y me cuido. Yo VIHvo.

    Agradecemos a Azeen Ghorayshi del equipo de BuzzFeed Ciencia que colaboró con BuzzFeed Español para algunas explicaciones de esta nota.

    UPDATE

    En julio de 2018, la Organización Mundial de la Salud, en su sitio en inglés, publicó un artículo con estudios que enfatizan que una persona que se encuentre en tratamiento antirretroviral y haya alcanzado y mantenido la indetectabilidad, no sólo mejorará en temas de su salud, sino que no transmitirá el virus.