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Vestirse de mujer en una Cabalgata de Reyes no escandaliza a los niños, les muestra el mundo en el que viven

Para la sociedad, parece que vestirte de mujer tiene que estar justificado. Si no, es una aberración.

En Madrid se van a celebrar estos días más de una docena de Cabalgatas de Reyes. En una de ellas, la de Puente de Vallecas, la plataforma Orgullo vallekano (que promueve la diversidad y visibilidad LGTBIQ+) participará en una de las dieciséis carrozas que recorrerán esta localidad. Según la organización, la carroza tiene como objetivo “la visibilización de los valores de la igualdad y la diversidad”, y encabezándola estarán “tres Reinas Magas artistas y comprometidas: Roma Calderón, Dnoé Lamiss y La Prohibida”.

La Prohibida, una travesti. Una drag queen. Un hombre cuya expresión artística tiene como parte fundamental jugar con el género. Vestirse de mujer, vaya. Lo cual ha supuesto un verdadero problema para mucha gente. Dicen que la Navidad no es el momento de reivindicar, y que un acto hecho para niños y niñas no es el lugar de mostrar según qué cosas. Que para eso tenemos ya un orgullo (al que por cierto van muchos niños y niñas). Un momento y un lugar del que ellos sí pueden proteger a sus vástagos.

En una cabalgata de reyes, como todo el mundo sabe, puede haber hombres vestidos de copo de nieve, de pirata, de león, de Copérnico, de Darth Vader o de figura geométrica. Hombres con la cara pintada de negro sí, pero un hombre vestido de mujer no es el momento ni el lugar, que hay niños delante.

Intento entender los procesos que conducen a este rechazo y, como casi siempre, todos los caminos me llevan al machismo. Que un hombre se vista de mujer sigue viéndose como una amenaza, como una traición. Tú, hombre, al que la sociedad coloca por encima en la jerarquía social, decides adoptar los modos y formas del género oprimido. Lo cual desactiva esa idea etérea que es la masculinidad, pues pone en evidencia que es tan artificial –o tan natural– llevar maquillaje como no llevarlo, mostrar los hombros o no mostrarlos. Son simplemente decisiones personales.

“Ese niño al que le intentan ocultar qué es el género o la diversidad sexual crecerá, en el mejor de los casos, con una curiosidad malograda y, en el peor, con una identidad que le atrape”.

Y a la vez, combate la idea del patriarcado de cuáles son los espacios y las intenciones en las que sí es válido vestirse de mujer. En carnaval nadie va a poner el grito en el cielo por los cientos de hombres que lucirán minifalda o peluca. Esos hombres que, enfundados en una expresión de género que les confronta, bien reforzarán al máximo su idea de masculinidad –no pararán de colocarse el paquete dentro de las medias– o se escudarán en la parodia más exagerada de lo que creen que es una mujer para, por un extremo u otro, prevenirse de poner en peligro la identidad de género que representan.

Recuerdo perfectamente cuando yo lo hice. Con ocho o nueve años decidí que en carnavales me iba a vestir de mujer. Mi madre me ayudó encantada a ponerme tetas hechas de calcetines y a pintarme los labios. Todos nos reímos mucho cuando me fui a saludar a las vecinas y a preguntarles qué habían comprado en el mercado. Hoy en día, cuando me travisto para alguna fiesta o para actuar con amigos, no se lo muestro a mi madre. Los tacones del número 45 que llevé a casa los guardé bien escondidos en el armario. También me lo pienso dos veces antes de subir alguna foto a redes sociales. A Instagram vale, a Facebook no que, tengo a los compañeros de trabajo.

Dudas y vacilaciones que no tendría si me vistiera de mujer, como cuando era niño, con la salvaguarda del carnaval o una pura intención cómica. O si en vez de pestañas postizas y caderas de gomaespuma me pusiera un parche en el ojo y un loro de plástico en el hombro. Porque parece que vestirte de mujer tiene que estar justificado. Si no, es una aberración.

Una aberración de la que hay que proteger a los niños, porque una cosa es que vean a José Mota disfrazado de anciana o de Maléfica en su especial para todos los públicos y otra que entre pajes y personajes de fantasía haya un hombre con peluca sin exigencias del guión. Un hombre que no se presente como tal por decisión propia, y que además de ello haga un arte. Porque eso es el travestismo, una forma de arte que cuestiona ideas que nos han presentado como naturales.

Si algún padre tapa los ojos a su hijo cuando en la cabalgata aparezca la Prohibida, seguro que piensa que le está protegiendo, salvaguardando su inocencia de algo que no está bien. Ante la incapacidad de entender o explicar lo que ve, preferirá aislarle de realidades que existen, que forman parte de todos los ámbitos sociales, también de celebraciones como la Navidad. Ese niño al que le intentan ocultar qué es el género o la diversidad sexual crecerá, en el mejor de los casos, con una curiosidad malograda y, en el peor, con una identidad que le atrape.

Un niño no cambia su identidad porque vea a la Prohibida en una carroza; pero un niño que sienta que su género no corresponde a como la sociedad le trata, o que en otros ámbitos sienta que no encaja donde todo el mundo sí parece encajar, y que vea cómo una persona con un género no normativo es celebrada en un ámbito familiar y mágico, como la Cabalgata de Reyes, puede que sí experimente un momento importante. Un momento al que aferrarse cuando la sociedad se empeñe en repetirle qué puede y qué no puede ser.

Ojalá muchos niños y niñas pregunten a sus padres qué es la Prohibida cuando la vean aparecer, porque con su peluca azul y su carisma probablemente les parecerá un personaje de cuento. Será un buen momento para mostrarles que, como en las historias que les contamos antes de ir a dormir, a pesar de los monstruos y los ogros uno puede acabar siendo lo que siempre ha querido ser. Y si además te portas bien, los Reyes no te traen nunca carbón.