Así es un tianguis para comprar "lo indispensable" para preparar la muerte

    Encontrarás el mismo modelo de urna que guardan las cenizas de Juan Gabriel o el mismo ataúd que se usó para el cuerpo del ex candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio.

    Nadie ha muerto aún. No habrá un velorio ni un entierro. Son las 11 de la mañana y decenas de ataúdes son llevados a una bodega, en escombros, en la delegación Iztapalapa en el sureste de la Ciudad de México. Algunos van arriba de camionetas amarrados y cubiertos con telas, otros son lustrados con trapos y spray para maderas finas.

    Cruces en diferentes tamaños, imágenes religiosas, urnas, féretros, sirios y libros con técnicas para embalsamar, conforman el paisaje del Segundo Tianguis Funerario en la Ciudad de México, donde se comercializa lo que se necesita para después de morir.

    Todos están vestidos de negro, pero a diferencia de un velorio aquí te reciben con un apretón de manos, una sonrisa y un folleto con información para aprender a embalsamar. Se habla sobre el ‘Funeral car show’, un evento de expositores en Monterrey, donde puedes entrar a la rifa de una carroza último modelo Lincoln MKX. Parece un mundo salido de un submundo. Aquí no hay luto salvo el que llevan los productos. Parece una fiesta. Hay alcohol y botanas a la venta.

    Para David Vélez, presidente de la Asociación de Propietarios y Funerarias y embalsamadores de México, estos eventos surgen por la necesidad de acercar a la gente con las agencias funerarias que en total cuentan con 372 agremiados de todo el País: “Que la gente no tenga temor al medio en que se da la muerte. Somos una entidad que conserva tradiciones y que a la par hemos aceptado otras(…). Al final todos nos vamos a morir”.

    Faustino, visitante, recorre los pasillos y ve los artículos. Cada vez que se acerca a preguntar los expositores le dicen que se ve que sabe del negocio y sí, tiene su propia funeraria. Nada le ha sorprendido tanto como los ataúdes adornados con terciopelo por fuera y por dentro, donde las omegas –los adornos de los costados– brillan a pesar de ser de plástico. Con sus botas y sombrero, acaricia las hendiduras y los adornos rojos con blanco mientras camina por los stands viendo fijamente cada producto.

    Carolina, dueña de Ataúdes México es solicitada para dar entrevistas a todos los medios por ‘las cajas de fantasía’, modelos exclusivos que produce su compañía: los ataúdes bar que cuentan con hielera, parrilla grill, botellas de alcohol, bocinas y pantalla de televisión, de las cuales han vendido entre 15 y 20 unidades que se han transportado a diferentes estados de la república como Michoacán o Tabasco, “para hacer una pinche fiesta en el más allá”, dice una de las visitantes al tianguis.

    Aquí nadie reclama si hay o no música, si alguien grita o se oyen risas. El silencio no es elección a la hora de vender y mucho menos para Sergio quien a pesar de no ser fanático de algún equipo de fútbol, vende urnas adornadas con escudos de las Chivas, América o la Selección Mexicana. Pintadas de los colores pertenecientes a los equipos mexicanos.

    Camina, saluda a la gente, le dice a los conocidos de sus nuevos modelos y se sube a presumir orgulloso su trabajo de más de tres décadas en la creación de urnas a los medios de comunicación que se encuentran ahí. Todos venden, todos se conocen desde niños o por ser de la industria, como Édgar quien desde los 9 años junto a su familia se dedica a la construcción de ataúdes y quien dice que su mejor trabajo fue el de una ‘tambora’, un ataúd muy amplio para gente obesa. En esa ocasión el occiso pesaba 230 kilos.

    “Para uno ya es normal, no significa más que trabajo. Cuando llego borracho hasta me quedo a dormir ahí”.

    El cielo nublado y el hedor de las coladeras comienza a dispersarse mientras sale el sol. Hace unos días esa zona de Iztapalapa sufrió de inundaciones y el fallecimiento de un niño a causa del flujo de aguas negras que se crea en las calles por la basura. Parece una especie de ironía, como si en esta tierra, en Iztapalapa, se supiera más del proceso de la vida que en el resto de la Ciudad.

    Héctor Bravo Arzate, medico geriatra, entiende lo frágil de la existencia. En uno de los rincones del Tianguis y con un puesto no mayor a un metro, muestra con orgullo el título de su libro “La muerte cambia a los vivos” con bata blanca, impecable y con el escudo de la UNAM.

    En él hace un resumen sobre lo que ha sido para él hacer un certificado de defunción, especializarse y explicar cómo a raíz de la muerte de un amigo comenzó a dedicar parte de su profesión en ello. Desde dar dinero para que el muerto tenga flores, o certificar el fallecimiento de una mujer transgénero como hombre, son los eventos que más le han impactado en su carrera. Vendió 280 libros en Gandhi y espera que en este evento termine por vender a cien pesos cada uno, los libros que la librería le devolvió.

    Morirse bien es lo único que importa. Aquí se ofrece cuidar el aura del fallecido, urnas biodegradables, ataúdes del mismo modelo que se usó para el cuerpo del candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio. Caminando un poco más estará los fabricantes de las urnas donde se depositaron las cenizas de Juan Gabriel.

    En este lugar vive mientras se piensa en la muerte, como negocio, pero también como destino.