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Por que tu infancia sin Hielocos y Pepsilindros no sería la misma.
Preferías usar el dinero de tu lunch para comprar los mentados sobrecitos de estampas. Lo mejor era cuando tus amigos también los coleccionaban, porque así podían intercambiarlas y completar más rápido sus álbumes. Todavía tienes ese pequeño trauma de la infancia por no haberlos llenado todos.
Obviamente los más cool eran los de los Looney Tunes y te sentías el niño más genial de la primaria cuando sacabas tu Pepsilindro para calmar tu sed.
Comenzó como una adicción de tu mamá pero terminó convirtiéndose en una tradición familiar. Te sentías un ganador cuando lograbas conseguir todas las villas de la colección… La mejor parte era que sacaban unas diferentes cada año.
Tenías a todos los personajes de Disney que podían salirte en la cajita Sonrics. Sí, amabas los dulces, pero nada se comparaba con ver tu casita coleccionadora llena de todas tus figuritas favoritas.
Aquí si podías demostrar tu nivel de obsesión. Estaba la opción de solo coleccionar las figuritas, pero también podías tener los mini cómics, aprenderte toda la información y puntaje de cada monstruo. Lo máximo era poder conseguir el volcán para poderlos acomodar todos.
Cuando el nene consentido gobernaba el mundo (y no como un meme), Ricolino sacó una colección de figuritas de toda la familia Sinclair que obviamente querías porque no había nada más padre en esa época que tener juguetes de Dinosaurios.
La memorable colección que hacía que tus abuelitos, tus papás y tus tíos te dijeran un “uy, en mis tiempos así eran los camiones de Bimbo” y luego te soltaran una anécdota de su infancia que te hiciera sentir afortunado de vivir en los 90, donde había Nintendo y computadoras.
No eran cualquier colección de juguetes de Sonrics, estos patinaban. Podías subir tus figuritas a sus patinetas personalizadas con stickers y jugar por horas en la calle. La mejor parte era cuando le ponías una moneda de un peso a la ranura de las patinetas para que los personajes hicieran trucos.
Esta estaba más padre que las otras de Sonrics porque algunas de las figuras eran sellitos. Obvio, amabas toda tu colección, pero los sellos tenían un lugar especial en tu corazón.
Estaban medio raras, olían chistoso y nunca se les quitaba ese sabor a plástico, pero tú amabas tus tazas de cabezas de personajes Disney y las querías usar todo el tiempo.
No solo eran cartitas geniales de una de tus caricaturas favoritas, era un chicle gigante con dibujos de Aventuras en Pañales. No sabías si guardar el chicle o comértelo, porque era muy bonito pero también era delicioso.
Todos tus personajes favoritos de Hanna-Barbera con instrumentos musicales y mucho estilo. Estaban padrísimos y tenían una base como de rompecabezas así que podías armar juntarlos y armar tu banda como tú quisieras.
Amabas los juguetes que salían adentro de los huevitos, pero lo que más querías era que te salieran los mini lingotes de oro. A veces aplicabas la de usar mucho shampoo para que se acabara rápido y te compraran otra botella.
En aquellos tiempos todavía tenías capacidad de asombro y para ti, estas cucharas eran mágicas. No importaba la marca, (aunque estaban más padres cuando eran de Disney) tú las querías todas.
Aceptémoslo, antes estaban más bonitas las colecciones de los huevitos Kinder. Había diferentes temáticas y retaban más a tu inteligencia. Te sentías realizado cuando lograbas armar tu figurita como venía en el instructivo.
Te la pasabas comiendo cereal para conseguirlas más rápido; había juguetes muy chidos en las cajas de cereal pero, sin duda, estos eran los mejores.
Tenías a los Simpson, los Picapiedra, Popeye y hasta al maguito Sonrics. Todos tus personajes preferidos de la televisión y tus dulces favoritos en una sola caja.
No sabías qué te gustaba más, el hecho de que cambiaban de color con el agua fría o qué eran de los Tiny Toons. Los usabas para todo y obviamente tenías los cinco.