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Decidí que ningún acosador podría afectar mi estabilidad emocional otra vez

Comencé por encararlo y sentirme mejor conmigo misma.

17 veces. En un trayecto de media hora de casa de mi novio al trabajo conté 17 veces que algún hombre me hizo sentir incómoda: miradas lascivas, palabras al oído, palabras a distancia, perseguimiento o contacto no deseado simplemente para hacerme notar su presencia.

El acoso en mis trayectos a cualquier lugar se había convertido en algo tan frecuente que decidí ignorarlo y normalizarlo.

Simplemente estaba conteniendo el miedo, impotencia y tristeza que me generaba ser acosada diariamente.

Era algo que vivía todos los días, así que ¿para qué hacer algo al respecto? Sólo me enojaría y pasaría un mal rato. Lo que no sabía, es que no lo estaba ignorando. Simplemente estaba conteniendo el miedo, impotencia y tristeza que me generaba ser acosada diariamente. Tarde o temprano, saldría a flote para hacerme sentir muy vulnerable y deprimida.

Todas las mañanas salía de la casa de mi novio cuando aún estaba oscuro y la calle vacía. Una de esas mañanas, caminando hacia el metro, me topé de frente con un hombre que al verme a los ojos se abrió la bragueta y se sacó el pene. Mi reacción, como la de todos los días, fue seguir caminando. No era la primera vez que me pasaba. En los tres años que llevaba en la CDMX, por tercera vez me topaba con alguien que en la calle me mostraba el pene, así que ya no me asustaba, o eso creía entonces...

La mañana siguiente, caminando a la misma hora y por la misma calle vi a lo lejos un hombre recargado sobre un árbol. Cuando notó que aparecí, caminó hacía mi, me jaló del brazo y me dijo al oído: "quiero llevarte a comer". Reconocí inmediatamente que se trataba de la misma persona que el día anterior me había mostrado el pene. Probablemente él pasaba ahí todos los días. Probablemente era una de las personas que me acosaban 17 veces en mi camino diario. ¿Conocía la ruta de mi casa al trabajo? ¿Conocía mis horarios? No lo sé. Pero sí sé que esa mañana me estaba esperando en la calle vacía y oscura y eso realmente me aterró.

Lo que antes me parecía algo cotidiano se convirtió en mi punto de mayor debilidad.

Fue mi punto de quiebre. Esa noche, regresando a casa del trabajo, me encerré a llorar y no paré de hacerlo dos años más. Lo que antes me parecía algo cotidiano se convirtió en mi punto de mayor debilidad. Cada vez que alguien en la calle me miraba morbosamente, me hacía algún comentario sexual o se comportaba de alguna forma que me recordara aquel suceso, me quebraba en llanto en ese mismo instante.

Lo mismo ocurría cuando escuchaba otras historias de acoso, abuso sexual y feminicidio. La violencia de género es un problema profundo en nuestro país y me dolía conocerlo y recordarlo. Si el encuentro con aquel sujeto me hizo sentir tan débil, impotente, insegura y temerosa de moverme libremente, simplemente no podía imaginar lo que sintieron otras mujeres que fueron acosadas y culpabilizadas; violadas y culpabilizadas.

Cambié todos mi hábitos. Dejé de quedarme en la casa de mi novio y recorrí los horarios de mi trabajo para no tener que caminar en la calle sin luz. Cuando visitaba a mi novio, le pedía que me recogiera en el metro, sin importar la hora. Le pedía que caminara conmigo si estaba oscuro. Sentí que de un momento a otro había reducido mi libertad y no podía hacer nada al respecto.

El 24 de abril, el mismo día de la marcha "Vivas Nos Queremos", Estereotipas promovió desde su Twitter el hashtag #MiPrimerAcoso para visibilizar la violencia que sufren mujeres y niñas. Tan sólo durante las primeras horas, el hashtag fue utilizado más de 100 mil veces. Leer las historias de mis amigas, de conocidas y desconocidas me hizo recordar muchas historias reprimidas en mi memoria.

Mi primer acoso fue a los seis años, cuando el encargado del salón de cómputo del trabajo de mis papás me dejó usar las computadoras para jugar durante las vacaciones. Cerró la puerta del salón, me acarició el cuerpo, la cara y me dijo: no se lo cuentes a tu mamá. Es todo lo que recuerdo. Mi mamá me preguntó si esa persona me había hecho sentir incómoda alguna vez, porque a la hija de una compañera de trabajo él le había hecho lo mismo. Lo negué completamente: a ella y a mí, porque hasta el surgimiento de la campaña #MiPrimerAcoso lo había borrado de mi memoria.

Entonces me di cuenta que el acoso era algo que había experimentado toda mi vida e ignorarlo me estaba haciendo demasiado daño.

¿Qué hice para perder el miedo?

Hablarlo

Hablarlo con mis amigas, porque compartir nuestras historias me hace sentir acompañada, fuerte y protegida. Con ellas, me siento cómoda desahogando mis temores e inseguridades; libero mi coraje, y mi frustración de no saber cuál es la mejor forma de reaccionar después de ser acosada.

Hablarlo con mis amigos. Me di cuenta que ninguno tenía noción del número de veces que somos acosadas a diario y algunos, ni siquiera sabían que esto nos pasaba (¿?). También les permitía ubicar momentos en su vida que lo hicieron con otras mujeres y reflexionar sobre las repercusiones que esto pudo haber tenido en ellas.

Enfrentar a mi acosador

Mediante silbidos, comentarios morbosos, miradas lascivas, perseguimiento, entre muchas otras formas creativas de hacer sentir incómoda a una mujer, el acosador quiere hacernos notar su presencia y ver que su comportamiento tiene un efecto sobre nosotras. Quiere mostrar que es dominante y que eso reafirma y fortalece su masculinidad. Está acostumbrado a acosar, pero no a ser cuestionado ni puesto en evidencia.

Comencé a evidenciarlos de diferentes maneras. Cuando me dicen algo obsceno, me silban, me mandan besos, tocan el cláxon, les pregunto: "¿Qué me acabas de decir?" "¿Me llamaste?" Hasta ahora, ninguno ha sabido qué responder. Cuando me miran lascivamente, los miro firmemente a los ojos. Todos desvían la mirada.

Mi técnica es la misma cuando noto que acosan a otra mujer. La reacción de sorpresa y negación del acosador es siempre la misma.

Nadie tiene derecho a hacernos sentir menos, inseguras o vulnerables al punto de alterar nuestra salud mental.

Retomar mi rutina

Cambiar mis actividades me hacía sentir frustrada, me recordaba lo sucedido y me revivía el miedo. Volví a usar vestidos y escote porque me gustan y me hacen sentir más fuerte.


Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), el 66.1% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia alguna vez en su vida. Después de las relaciones de pareja, los espacios públicos son el segundo ámbito de mayor violencia en donde el 38.7% de las mujeres han sido agredidas por desconocidos.

Está de más decir que el acoso es un problema que no nos corresponde a las mujeres atacar, mucho menos prevenir. No quiero normalizar el acoso ni encontrar la forma de vivir con él. Simplemente busqué (y sigo buscando) la manera de que una persona completamente ajena no afecte mi salud mental ni deje una huella en mi vida o en mi personalidad.