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    Cómo es usar sitios de citas a los treinta y pico

    Es un ciclo infernal de citas: enjabonar, enjuagar, actualizar, deslizar, repetir.

    ¿Cuántas veces desinstalaste Tinder para no caer en su vórtice magnético? ¿O desactivaste tu cuenta de OkCupid luego de recibir demasiados pedidos para ver “tu lindo trasero”? Cuando llegué al punto de publicar simplemente un “nada de imbéciles” en el apartado “qué tipo de persona busco” de la sección de citas de The Guardian, me dí cuenta que ya tenía suficiente y borré todos mis perfiles de citas. Otra vez.

    Tu teléfono se siente más ligero.

    Tu tiempo es más libre que antes.

    Tu mente, más silenciosa.

    Y sin embargo, ¿Cuántas veces volviste a instalarlos?

    Asististe a una fiesta de cumpleaños en la que todos los amigos de tus amigos que no conoces, con los que no te acostaste o que no gustan ya están casados o comprometidos. No sueles conocer extraños bien parecidos en tu local, ya que al parecer las reglas de las comedias románticas no aplican en la vida real. La última fiesta a la que fuiste incluía perros y niños pequeños, y no conozco a nadie que se haya inscripto a un curso nocturno para acostarse con alguien.

    Entonces, una de tus amigas sale en una cita virtual con una persona que no parece ser un reptil emocionalmente destruido, y piensas “Al diablo, ¿Por qué no?”

    Y comienzas a deslizar.

    Y deslizar.

    Y deslizar.

    Y deslizar.

    Y deslizar.

    Y deslizar.

    Echas un vistazo y lo único que ves son hombres sin camisa, anteojos negros y sonrisas altaneras.

    Te preguntas si ahora todos los hombres tienen barba.

    No puedes creer que alguien se hiciera ese tatuaje.

    Te hipnotiza el vaivén de imágenes (deslizar a la derecha, izquierda, derecha, izquierda), hasta que aparece un alerta de batería baja y te saca del trance.

    Y ahí piensas en desinstalar todas tus aplicaciones de citas. Otra vez.

    Pero luego hablas con un par de personas, y las citas online no parecen ser lo peor del mundo. Siempre está el riesgo inicial; el “¿qué hiciste el fin de semana?” que determinará si “salí por unos tragos con mis amigos en Balham” (DENEGADO); o “me dediqué a la lectura” (dime más), el “¿Por dónde vives? (¿Peckham? Genial, yo también), para que te dé su opinión sobre los panes fermentados locales.

    Luego, descubres que sus respuestas terminan conformando un buen pretendiente dentro de esta peculiar lotería humana, y arreglas salir en algunas citas.

    Es bueno salir y conocer gente.

    Las citas pueden ser divertidas.

    ¿Cómo hacía esto la gente antes de internet?

    Ahora tengo 30 años. Conocer gente en la vida real es más difícil ahora que a mis veinte; con razón la suscripción a Tinder pasa de $6.30 a $23.61 una vez que pasas los 28 años. Cualquier persona de 22 años sabe que es mejor gastar $23.61 en una ronda de Jägerbombs para los amigos que se hizo mientras fumaba en la calle.

    Tu círculo de amigos-de-un-amigo se va achicando en conjunto con tu lista de amigos. El gran descarte social que realizas al cumplir treinta hace que te desprendas de personas que no traen nada bueno a tu vida. Todos se vuelve más personal, más estructurado, más organizado: es genial para tu bienestar emocional, pero terrible para tus chances de salir con alguien.

    Pero al entrar a los sitios de citas, hay un mundo de gente nueva al alcance de tus dedos, y ni siquiera tienes que andar buscando anillos de compromiso (la mayoría de los casos). Administrar un sitio de citas involucra separar cantidades industriales de paja antes de encontrar el trigo.

    Este sujeto tiene un trabajo interesante. *click*

    Otro fan de Nick Cave. *click*

    Le gusta cocinar, ¡A mí también! *deslizar*

    Me gusta su saco. *click*

    Tiene ambos ojos. *deslizar*

    Es un ser humano macho. *deslizar*

    Según mi experiencia, el instante en el que te conoces con alguien, sabes si tendrás una conexión con ellos o no. En cuanto me encuentro con una cita online, puedo decir si derivará en un trago y luego otro para completar la ronda, o si va a escalar a una cita de dos tragos, tres tragos, o demasiados tragos como para llevar la cuenta. Lo único que no se siente a través de una pantalla es la química: o existe, o no.

    Me envían un: “Un gusto conocerte, buena suerte con tu libro”.

    Recibo un: “La pasé bien pero no creo que hagamos buena pareja”.

    O directamente, no hay ningún mensaje de texto. Simplemente una resignación silenciosa y mutua de que fue lindo conocernos, pero no nos volveremos a ver.

    Un pez menos en el mar.

    Quizás sea un buen momento para dejar las citas en línea por un tiempo.

    Se vienen un par de fiestas de cumpleaños de compañeros de trabajo, quizás ellos tengan algunos amigos que aún no hayas conocido. Revisas la lista de invitados en Facebook en busca de rostros desconocidos.

    De cualquier modo, tampoco es que necesitas estar en pareja. Es preferible estar soltera que estancarte con la persona equivocada.

    No es un premio consuelo para alguien que no tuvo “la suerte” de encontrar a su pareja a tiempo.

    Cuando le conté a mi abuela que una amiga mía de la infancia estaba por ser mamá, me preguntó: “¿Y eso no te da ganas de tener uno a tí?”. Repliqué que a menos que se refiera a jeringas para pavo, no está en mi lista de “ganas de tener uno”. Ella se casó a los 21 y fue madre a los 23. “Ahora te enfocas en tu trabajo, vives sola, no te casas ni tienes hijos a menos que lo desees y nadie lo piensa dos veces”, reflexionó. “Cuando tenía tu edad, existían mujeres así, pero se hablaba de ellas a sus espaldas”.

    Nunca me preocuparon las consecuencias de no sentar cabeza a los 25 años. En tus treintas, aparte de tu trabajo y obligaciones familiares, tu tiempo es casi todo tuyo, ya sea que quieras pasar tres días seguidos escribiendo o comiendo pan con mayonesa mientras ves las noticias. Cuando no tienes compromisos, puedes comer torta sin tener que negociar cuándo y dónde deberías comerla. No cambiaría eso por nada del mundo.

    Sin embargo, un día tienes resaca, y lo único que deseas es alguien que te vaya a comprar una lata de Coca Cola y te lea un rato las noticias mientras te recuperas. Extrañas la adrenalina de descubrir que alguien que te gusta también se siente atraído por tí. Después de todo, los humanos somos criaturas sociales. Querer ser el objeto del afecto de otro está muy bien. Y está bien si ese otro no es tu propia madre. No te hace menos adulto ni independiente que te guste que alguien te sorprenda con una cena romántica.

    Quizás valga la pena reactivar un par de perfiles. La semana pasada, tu amiga salió en una cita con una persona que no pareció ser un reptil emocionalmente destruido. Solo es necesario un ejemplo.

    ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que te conectaste? El ciclo de citas se estrechó. Puede que el tiempo sea un círculo plano, pero ése círculo es aún menor.

    ¿Al diablo, por qué no?

    Y así comienza de nuevo.