Ir directo al contenido
  • Lola badge

Queremos bolsillos grandes y útiles en la ropa para mujeres y los queremos AHORA

La mayor innovación que podría tener la moda ya existe y llevamos literalmente siglos pidiéndola.

Nunca nos habíamos planteado que la ropa y los accesorios tuvieran un sesgo machista. Pero resulta que existieron los corsés, que muchas mujeres tuvieron que realizar verdaderas proezas en falda, y que ahora no tenemos bolsillos. La mayoría de los pantalones llevan los bolsillos cosidos, de adorno, o están abiertos pero no cabe ni un pañuelo. Encontrar un vestido con bolsillos es el hito del año. Buscar unas mallas con un bolsillo minúsculo para la taquilla del gimnasio es una yincana; y olvídate de poder guardar el móvil o unos cascos. Los bolsillos de las camisetas, cuando los tienen, son absolutamente inutilizables. Nos encantan los abrigos de invierno porque a veces incluso podemos meter cosas en ellos. Nuestra ropa es puramente ornamental y sirve solo a un fin estético, mientras que la ropa de los hombres es, para empezar, mucho más cómoda, y está llena de bolsillos funcionales.

En el siglo XVIII, los hombres ya disfrutaban de bolsillos en su ropa, pero las mujeres tenían que confeccionarse sus propios bolsillos para llevarlos debajo de los vestidos, que tenían dos aperturas invisibles para acceder a ellos discretamente, como nos pasamos ahora los tampones. Los bolsillos no empezaron a desaparecer con los vaqueros skinny ni con los leggings, sino con los primeros bolsos del siglo XIX. El volumen de los vestidos se redujo y ya no había espacio para bolsillos internos, así que nacieron las llamadas retículas, unos bolsos minúsculos que las mujeres llevaban en la mano. Estaba muy mal visto que fueran más grandes porque implicaba que las mujeres trabajaban fuera de casa. El nulo acceso al dinero y a las propiedades de las mujeres de la época podía verse reflejado en el tamaño de sus bolsos.

A principios del siglo XIX, las mujeres empezaron a llevar pantalones y trajeron de vuelta los bolsillos. Entonces se pensaba que las mujeres que llevaban pantalones perdían toda su feminidad, pero mira, ellas estaban contentísimas llevando sus pañuelos y su dinero encima. Años después, con la obsesión de “estilizar” la figura de las mujeres, los bolsillos volvieron a desaparecer, y en 1954 Christian Dior dijo aquello de “los hombres tienen bolsillos para guardar cosas, las mujeres como decoración”. No recuperamos de forma activa el debate de los bolsillos hasta 2014, cuando se lanzó el iPhone 6 y las mujeres solo podían llevarlo en la mano. Así que hemos estado, más o menos, toda la vida ideando formas alternativas de cargar con nuestras cosas porque llevarlas encima generando arrugas, marcas y formas nos hace menos atractivas, que es lo importante.

Y ahora que estamos en 2018 y tenemos algún que otro bolsillo, tenemos que seguir preguntándonos por qué no cabe ni una tarjeta de crédito en ellos. Y como los móviles son más grandes, es imposible que los llevemos encima. Y como no podemos cargar nuestras pertenencias en los bolsillos, como sí hacen los hombres, tenemos que llevar bolsos. Y como la mayoría de los bolsos son estrechos o pequeños, nos vemos obligadas a llevar bolsas extra para, por ejemplo, llevar los tápers a la oficina o cargar las cosas del gimnasio. Y cuando llegamos a casa por la noche, como camellos, nadie nos ha dejado un vasito de leche y unas galletas. Porque nada puede salirnos bien.

Que no nos disuadan con ese paternalista “¿no tienes cosas más importantes de las que preocuparte?”. Todas las desigualdades deben combatirse, pero es mucho más fácil decir que son una tontería y seguir sin mover un dedo, o moviéndolo dentro de tu enorme bolsillo en el que llevas la cartera y hasta la cena. Que la ropa no se adapte a la sociedad en la que vivimos y a las demandas de la mitad de la población es política. La ausencia de bolsillos o su escasa funcionalidad son política porque siempre ataca a las mismas. No hay nada accidental ni azaroso en los códigos que rodean a las mujeres.