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Qué significa el "yo también" de las mujeres

El acoso sexual y los abusos sexuales no son una ocurrencia puntual para la mayoría de las mujeres. Son lo que se nos ha enseñado a esperar.

A los diez años fui a una fiesta de pijamas a casa de una amiga. Su padre estaba sentado en el salón mientras veíamos 'Titanes. Hicieron historia'. A mitad de película nos dijo que si queríamos podíamos sentarnos en sus rodillas mientras veíamos la película. Me dio un vuelco el estómago de pensarlo. Decidí que la mejor salida era fingir que me encontraba mal y pedir a mi madre que me recogiera. En el coche camino a casa mi madre me preguntó si estaba todo bien. Le dije que debía haber bebido demasiados refrescos.

A los catorce años me compré unos pantalones cortos blancos de Limited Too. Eran cortos y tenían lentejuelas azules bordeando los bolsillos, al igual que las mejores prendas de ropa de la década del 2000. Estaba tan contenta con mi compra que decidí ponérmelos y salir de la tienda con ellos puestos. Después paré en Auntie Anne a por un "pretzel". Estaba inclinada sobre el mostrador esperando a mi "pretzel", cuando me fijé en que un hombre mayor miraba mis piernas de arriba abajo. Le miré confusa y él respondió a mi mirada con una sonrisa pícara. Decidí no volver a ponerme esos pantalones cortos para salir a la calle.

A los 15 años, un profesor sustituto llamado Mr. Rosenthale vino a sustituir a mi profesor habitual. Se metió con todas las chicas de la clase, haciéndonos preguntas sobre cosas que aún no habíamos leído. Como, inevitablemente, no teníamos las respuestas, nos dijo que nos iba a llevar arriba y darnos unos azotes por no hacer los deberes. Los chicos de la clase se rieron con él.

Con 16 años conseguí mi primer trabajo en un "mini golf", sirviendo bolas de helado y entregando palos de golf. Un día, mi jefe (de cincuenta y pocos años) me pidió reponer el helado de la nevera. Me puse a llevar cajas de helado del congelador de abajo a los congeladores de arriba y él se quedó sentado en una silla abajo de las escaleras para verme subir y bajar con mi falda vaquera. Durante las siguientes dos semanas fui al trabajo en vaqueros.

Con 16 años fui a mi primera fiesta. Los chicos mezclaron alcohol que habían robado de los armarios de licor de sus padres y que después habían introducido como contrabando en botellas de agua. Los chicos de la fiesta estaban sentados en una esquina, evaluando a las chicas según el tamaño de sus tetas. Me crucé los brazos por encima de mis pechos pequeños y conté los minutos que faltaban hasta que la hermana mayor de una amiga nos vino a buscar.

Con 17 años un chico me invitó a su casa para bañarnos en la piscina. Inmediatamente después de meternos en el agua, empezó a intentar arrancarme la parte superior del bañador. Yo me sujetaba los pechos con las manos, enfadada y avergonzada, mientras él se reía. Salí de la piscina, me puse los vaqueros por encima del bañador mojado y conduje a casa entre lágrimas.

Cuando desperté, un amigo me estaba bajando la camiseta. Cuando le pregunté qué hacía me explicó que era "una broma".

Con 18 años, el amigo de mi novio de la universidad puso su mano sobre mi muslo mientras yo estaba inconsciente. Cuando desperté me lo encontré frotando mi pierna expuesta. Al día siguiente me pregunté si le había sido infiel a mi novio.

Con 19 años fui por primera vez a un bar con un carnet falso. En el bar, que tenía poca luz, un hombre me agarró el culo cuando me dirigía al baño.

Con 19 años yo era la única mujer en el vagón de un tren, junto a otro hombre. Se sacó el pene y empezó a tocarse frente a mí. Me bajé en la siguiente parada y me cambié a otro vagón con otros pasajeros.

Con 20 años fui a esquiar con unos amigos. Me emborraché demasiado y me quedé sola e inconsciente en una habitación. Cuando desperté, un amigo masculino me estaba bajando la camiseta. Cuando le pregunté qué hacía me explicó que era "una broma".

Con 20 años, una noche se me murió el teléfono mientras usaba el GPS para ir a casa de una amiga. Paré en una gasolinera para pedir indicaciones. El empleado de la gasolinera sacó un bolígrafo y un papel para dibujarme un mapa de dónde tenía que ir. Miré al mapa confundida hasta que me di cuenta de que me estaba dibujando un mapa de cómo llegar a su casa. Volví a mi coche y seguí conduciendo hasta que por fin encontré la casa de mi amiga.

Con 21 años me fui de vacaciones con mis amigos. Durante las vacaciones conocí a un chico. Esa noche me pidió que fuéramos a mi habitación. Le dije que no. A la mañana siguiente me llamó a la habitación del hotel para preguntarme si podía subir a tomar un café. Le dije que sí. Les pedí a los amigos de la habitación de al lado que llamaran a la puerta 20 minutos más tarde, "por si acaso". Cuando vino a la habitación empezó a besarme inmediatamente. Al principio le devolví el beso. Pero entonces se quitó los pantalones. Le detuve y le dije que no quería ir más allá. Se sacó el pene, lo apuntó con el dedo y dijo: "¿Entonces qué vas a hacer con esto?" Empecé a llorar, hasta que se frustró tanto que se marchó. Me quedé sentada en la cama 15 minutos más, hasta que mis amigos llamaron a la puerta.

Con 21 años fui a un bar con una de las primeras mujeres con las que estuve saliendo. Unos minutos después de que me diera un beso en la mejilla, se nos acercó un grupo de hombres a pedirnos que nos besáramos para ellos.

Con 22 años fui a una cita de Tinder con un hombre que, después, pidió entrar en mi casa para beber un vaso de agua. Cuando le dije que sí intentó forzarme. Solo se detuvo cuando le dije que mi compañera de piso estaba en la habitación de al lado.

Con 22 años, un empleado de recursos humanos en una empresa en la que trabajé me invitó a tomar algo después del trabajo. Le dije que no, y me convocó a una reunión con él para la mañana siguiente. Durante la reunión dijo que hacía fresco en la habitación, se quitó el abrigo y me lo puso encima de las piernas.

Estas historias no son más que un montón de recuerdos; una pulsación en el radar de una epidemia con la que las mujeres han aprendido a vivir y que la sociedad permite.

Con 23 años, un hombre borracho en la calle me agarró por la pierna y tiró de mí hacia él. Me levanté y corrí hacia el parking donde tenía el coche. Inmediatamente después fui a la estación de policía para denunciarlo. Me preguntaron cuántos cócteles había tomado esa noche.

Con 23 años conocí a un hombre en un bar. Intercambiamos números de teléfono. A la mañana siguiente me desperté y me encontré con fotos no solicitadas de su pene.

Con 24 años un hombre me siguió por la calle hasta que fingí responder al teléfono y entré en una tienda.

Con 24 años, un conductor de Uber me pidió mi número de teléfono en el coche. Me negué. Me dijo lo mucho que odiaba llevar en su coche a zorras engreídas. Le pedí parar cuatro bloques antes de llegar a mi destino.

Con 25 años, un conductor de Uber nos hizo a mi novia y a mí una serie de preguntas inapropiadas acerca de nuestra relación, incluyendo cuál de las dos era más dominante en la cama. Mi novia le dio un corte y yo vi pasar la cuenta atrás de los minutos hasta que nos pudimos bajar en nuestro destino.

La semana pasada un hombre me gritó desde la ventana de su coche. Hace dos días, en Twitter, un hombre me llamó zorra asquerosa.

Estas historias no son más que un montón de recuerdos; una pulsación en el radar de una epidemia con la que las mujeres han aprendido a vivir y que la sociedad permite.

Esta semana, las mujeres están escribiendo "me too / yo también" en su estado en las redes sociales, para mostrar la magnitud del acoso sexual y abusos sexuales que sufren las mujeres día tras día. El movimiento fue iniciado por Tarana Burke hace diez años, pero cobró popularidad de nuevo cuando lo tuitearon Alyssa Milano y otras famosas. Desde entonces, miles de mujeres han usado Facebook, Twitter y otras redes para mostrar su solidaridad (44 000 personas respondieron al tuit de Milano). Aunque las intenciones detrás de esta llamada a la acción son nobles, estas dos pequeñas palabras no alcanzan a encapsular lo que las dos palabras significan para las personas que las escriben. Esas dos palabras tienen peso, y seguramente no hacen referencia a una única historia sino que solo rozan la superficie de cómo es vivir en un mundo que ha decidido que tu cuerpo está ahí para aprovecharse de él.

Esas dos palabras tienen peso. Solo rozan la superficie de cómo es vivir en un mundo que ha decidido que tu cuerpo está ahí para aprovecharse de él.

A las chicas se nos enseña a escondernos. Se nos enseña a hacernos pequeñas, a no ocupar espacio. Notamos los ojos de los hombres sobre nosotras desde una edad temprana. Caminamos por la calle de noche con las llaves entre los dedos de la mano. Intentamos ser amables en los correos electrónicos del trabajo, pero no tan amables como para que se hagan una idea equivocada. Besamos a chicos que no nos gustan porque tenemos miedo de sentir el terror de lo que se siente al ser obligada físicamente a besar a un chico que no te gusta. Rechazamos a los hombres amablemente, una y otra vez, hasta que al final se aburren y nos dejan en paz. Ignoramos correos electrónicos inapropiados en el trabajo. Dejamos pasar las amenazas en la red. Comprobamos dos veces que tenemos la puerta cerrada por la noche.

Aunque puedo decir "yo también", es importante que hablemos largo y tendido de lo difícil que es escribir esas dos palabras, y de lo que esas dos palabras significan. Debemos aceptar que este problema no es solo por un par de malas hierbas, sino por un mal sistema.

No son dos palabras que hacen referencia a un solo hecho. Este es el mundo en el que se ha obligado a vivir a las mujeres, y tiene que cambiar desde ayer.

Este artículo ha sido traducido del inglés.