Seis personas se hicieron el cambio de look que siempre quisieron

    Desde pintarte el cabello de colores hasta hacerte tu primer tatuaje. Es ahora o nunca.

    Tal vez sea un viaje con el que llevas años fantaseando, un corte de cabello radical, por fin salirte de casa de tus papás, o meterte al gimnasio y ponerte, de una vez por todas, como siempre habías querido... Todos hemos soñado con materializar ese deseo, del que te repites una y otra vez, que algún día lo volverás una realidad. Eso que sabes que está completamente fuera de tu zona de confort y que, sin importar cuánto quieras, por equis razón no te atreves a dar el paso. Algunos sueños serán más realizables que otros, pero todos requieren un salto de confianza, una buena dosis de 'me importa un comino lo que los demás piensen' y saber que la vida es corta.

    Este mismo pensamiento nos llevó a hacer ese cambio que tanto habíamos deseado y documentarlo. En una de esas, logramos inspirarte a hacer lo mismo.


    La realidad es que nunca me llevé bien con mi pelo. Es una mezcla entre rulos y lacio que nunca supe dominar. De chica, mi madre me hacía llevar el pelo corto, porque al ella tenerlo lacio como una tabla, envidiaba mis rulos. Así fue como me convertí en Mafalda, cosa que, obviamente, hizo que mis compañeros me llamarán como el tan conocido personaje de Quino.

    En mi adolescencia experimenté, muy a pesar de mis padres, con todo tipo de colores. Primero empecé con tintes temporales que dejaban toda mi ropa manchada. Tengo una foto en mi cumpleaños de quince con mechones color azul clarito. ¿Por qué? Porque ese día jugaba Argentina y me parecía fantástico tener el pelo de ese color. Mi padre, al día de hoy, a mis casi 34 años, no me perdona por haber "arruinado" mi foto de quince. También tuve el pelo de un tono verde musgo que dejó todo el baño del mismo color. Por suerte, no hay fotos de este último tono porque me quedaba verdaderamente mal. Otra vez me rapé el pelo de la nuca y me lo teñí de rosado neón. Un chico que me gustaba me preguntó porqué lo hice y no satisfecho con mi simple "porque me gusta" me hizo saber que le parecía poco femenino lo que me había hecho.

    La cosa no paró una vez que salí de mis "años locos". Durante la universidad tuve el pelo estilo Shakira (oscuro en las raíces y rojo en las puntas). En mi primer trabajo en Estados Unidos decidí teñirme las puntas en degradé de violeta a rosa claro. Básicamente podemos decir que yo estaba haciendo esto de teñirme de colores raros mucho antes que Katy Perry y Kylie Jenner lo hicieran cool.

    Sin embargo, nunca tuve el pelo rubio.

    Las revistas de moda me dijeron tantas veces que la tez color oliva como la mía no era buena para ese color, que mis cejas oscuras iban a llamar demasiado la atención. Que solo las chicas con ojos claros quedan bien como rubias. Así que siempre me quedé con las ganas. Hasta ahora que dije "a la mierda todo" y me decoloré el pelo.

    Bajo el toque mágico de KL Christensen - quien se especializa en Fluid Painting y hasta da clases por todo el mundo - embarcamos en llevar mi color a lo más claro posible en un solo día. Cabe destacar que los cambios drásticos siempre requieren varios procesos, pero solo teníamos un día juntas con KL así que pasé cinco horas con tinte y más de 500 pedazos de papel aluminio abrazando toda mi cabeza.

    Admito que un cambio así de drástico y repentino no solo me arruinó un poco el pelo (porque sí, un proceso tan agresivo como éste arruina el cabello un poco y uno tiene que estar dispuesto a traerlo de vuelta a la vida), sino también la autoestima. Me dejé de reconocer en el espejo porque mis rulos se veían aplastados, el color era mucho más claro de lo que esperaba y no sabía si me gustaba o no.

    La primera noche me fui a dormir llorando.

    Pero con los días me fui acostumbrando al color, leí muchísimo de cómo volver a traerlo a la vida (repitan conmigo: OLAPEX) y aprendí cómo peinarlo de nuevas formas. Me reí de mí misma por haber llorado por mi pelo cuando mi motto, siempre que alguien me pregunta si se hace tal o cual corte o color es: "es pelo, crece".

    Y es real. Crece. Ya se empezó a ver más natural con las raíces oscuras y de poco en poco, los rulos están de vuelta. Sorprendentemente mis padres, que siempre odiaron mis cambios drásticos, están encantados con este color. He recibido muchísimos elogios de cómo el color va muy bien con mi color de piel, cosa que tampoco esperaba.

    No creo que me lo deje rubio para el resto de mi vida (mantenerlo es tooooooooodo un trabajo y no tengo paciencia), pero ahora tengo un canvas blanco para probar más colores hasta que me canse y me lo corte. Porque sí, eso también está en mis planes, volver al cabello corto ;).

    Un agradecimiento especial a KL Christensen por sus servicios y a Puracy por darnos productos totalmente naturales para mi delicado cabello.


    Durante los últimos años descuidé mi peso, y no me importaba. Pasé años sin preocuparme por prestarle atención, y por lo mismo, estaba arriba de mi peso normal.

    Siempre le he tenido fobia a esas personas que se la viven hablando de la cantidad de ejercicio que hacen, los kilómetros que han recorrido, sus fotos mordiendo medallas y los conteos calóricos de su comida. Mis prejuicios y el rechazo a ese estilo de vida me mantuvieron alejado de algo que, honestamente, puede ser benéfico para mi cuerpo. No era justo descartarlo solo por un par de mamadores.

    Estaba pasado de peso, y sabía que tenía que hacer algo al respecto -por salud y por propia autoestima. Sin embargo, quería evitar convertirme en alguien que no soy.

    Una noche de desvelo, empecé a googlear diferentes opciones médicas para poder bajar de peso y llegué al balón gástrico, también conocido como 'globo'. Me interesó de inmediato ya que se trataba de un procedimiento quirúrgico, -no te abren ninguna parte del cuerpo-, es fácil de colocar y el costo es "accesible" comparado con otros procedimientos para perder peso rápidamente.

    Después de investigar a fondo, tomé la decisión de hacerlo a finales del año pasado. Le avisé a mis papás, a mis amigos más cercanos y a mis compañeros de trabajo.

    En enero de este año me colocaron el globo por una duración de seis meses.

    No todo ocurre por arte de magia, el globo ocupa un porcentaje importante del espacio de mi estómago, lo cual provoca que me sienta satisfecho con mucha menos comida. Pero no basta con esto, tengo también la asesoría de una nutrióloga que monitorea mis avances cada dos semanas, y la de un psicólogo que me anima a seguir adelante.

    Al primer mes de tener el globo y seguir la dieta, empecé a notar los primeros cambios, y fueron esos primeros kilos perdidos los que me animaron a hacer algo a lo que siempre había sentido aversión: ejercicio.

    Empecé caminando del trabajo a casa, días después me animé a trotar 1 km, que luego se convirtieron en dos y tres.

    Un domingo por la noche decidí que empezaría a correr, y así lo hice hasta que llegué a correr 5 km cada noche, de todas las semanas y honestamente, nunca me he sentido mejor.

    El ejercicio no solo me ayudó anímicamente, sino que aceleró el proceso de pérdida de peso. De los 16 kilos que estaban proyectados que perdería durante mi proceso de seis meses, he bajado ya 22 kg. en tan solo cuatro meses, y hoy ya alcancé mi peso recomendado.

    No planeo convertirme en el tipo que sube fotos mordiendo su medalla, pero hoy puedo reconocer que mucho de ese estilo de vida que por años deseché es una gran manera de vivir tu vida, de sentirte contento contigo y con tu cuerpo.

    Perder peso me enseñó a quererme más y a preocuparme por mí. Hoy me siento saludable, con energía y motivado, sentimientos que ya tenía olvidados. Y también me dejó como lección no juzgar a las personas por el estilo de vida que hayan elegido seguir.

    Cuando estás convencido de querer cambiar algo, lo que te van a sobrar son ganas.


    Desde que tenía 15, fantaseaba con la idea de tatuarme algo que me inspirara, que funcionara como una especie de recordatorio o talismán. Aunque no me considero una persona supersticiosa, debo admitir que creo en el poder que tiene imprimir una palabra o una imagen en la piel.

    Conforme pasaron los años, me encontré con que a) no era un capricho adolescente y b) por más ganas que tuviera, moría de miedo. Una cosa es decir "si, obvio algún día lo haré" y otra cosa, tomar la decisión y aventarte de una vez por todas. Para algunos podrá ser cosa de todos los días pero para mí, hacerme un tatuaje era como saltar de un avión.

    Llegó el día. Por fin, me tatuaría y jamás había sentido tanto miedo y emoción al mismo tiempo.

    Después de años de darle vueltas a la cosquilla, por fin se presentó la ocasión. Era la oportunidad perfecta para hacer eso que tanto había querido y que, al mismo tiempo, me aterraba. Ya fuera el hipotético dolor de la aguja o el terror a grabar algo en mi piel por el resto de mi vida, el miedo me impedía hacerlo hasta este momento.

    Cuando me preguntaron lo qué quería tatuarme, inconscientemente ya había tomado la decisión, probablemente desde que tenía siete años.

    Recuerdo perfectamente la primera vez que mis papás me llevaron a Universum. Proyectaban una película sobre la creación de las estrellas y cómo se formaban las galaxias. Estar sentada, bajo una lluvia de cuerpos celestes y nebulosas, y viajando a millones de años luz de la Tierra puso mi mente a soñar y hasta la fecha es uno de los recuerdos más lindos que tengo.

    Veinte años después, voltear a ver hacia arriba continúa dándome un sentimiento de esperanza que nada más puede otorgarme. Extrañamente, es cuando me siento perdida o insegura que necesito voltear al cielo y recordar que somos una diminuta mancha entre la infinidad del Universo.

    Me pareció que la mejor forma de recordar lo maravillada que me sentí ese día era con mi propia constelación, al alcance de mi mano. Un recordatorio de que, no importa qué tan grande se vea cualquier problema, es solo una minúscula mancha en el panorama universal.

    Una noche antes, estaba a punto de vomitar de los nervios y la emoción.

    Dieron las dos de la mañana y no dejaba de dar vueltas en mi cama, pensando que en unas horas pondría algo en mi piel que jamás podría borrar. Me entró la duda y me pregunté seriamente si era algo que quería tener en mi piel de forma permanente. Algo que presumiría a mis nietos cuando estuviera pasita a los 90. De solo pensar que podría contarles el recuerdo detrás del dibujo, la duda se disipó.

    Al otro día, llegué al estudio de tatuaje Soy Feliz, con un nudo en la garganta. Cuando Pablo, el tatuador, comenzó, decidí no ver. Preferí reírme y pensar sutilmente en esos momentos que me inspiraron a escoger mi constelación (Escorpión), entre Saturno y la Luna. Poco a poco sentí la aguja viajar por mi brazo sin mucho malestar (he vivido cosas más dolorosas en nombre de la belleza).

    Una hora después, no podía creer que ya había terminado: no había sentido casi dolor. Y ahí fue cuando volteé por primera vez a ver lo que me había marcado permanentemente. No podía contenerme de la felicidad.

    Ya pasó un poco más de un mes y me sigo sintiendo como la pequeña que veía hacia arriba en ese Museo de Ciencias de la UNAM. A veces me descubro mirando fijamente esa imagen estelar en mi piel, soñando despierta con aquellos viajes al espacio que quería hacer de pequeña y el valor que tuve para hacerme este primer tatuaje. De una u otra forma, soy una astronauta ahora. Y sí, estoy pensando seriamente en hacerme otro :p


    Mi segundo nombre debió haber sido “nunca toma riesgos” en vez de Melissa. Cuando se trata de mi apariencia, nunca me gusta hacer cosas demasiado drásticas por miedo a verme diferente. Bueno, excepto por ese año de universidad en el que iba a broncearme al salón y era MEGA fan de Jersey Shore. Lo bueno es que rápidamente me di cuenta que broncearse en una de esas camas de tanning no era nada saludable y el hecho de que yo quisiera verme como el cast de Jersey Shore era una terrible idea.

    Desde ese entonces he mantenido mi look lo más natural posible y ponerme un lipstick rojo es lo más aventurero que hago.

    Mi color natural de cabello es castaño oscuro, y la realidad es que estaba muy feliz con el contraste que éste tenía con mis ojos verdes claros porque sentía que los hacía resaltar más. Siempre he creído que mis ojos son mi mejor atributo, resaltarlos siempre ha sido una prioridad para mí. Pero desde hace dos años empecé a ver cómo la moda de teñirse el cabello de diferentes colores se propagó por todo el mundo. Mis feeds de Instagram y Facebook se llenaron de hombres y mujeres que decidieron pintarse el cabello con tonos pastel, neón, o incluso rubio platinado. Honestamente, me daba mucha envidia el valor de estas personas para hacerse un cambio tan cool en su cabello.

    Le pregunté a mis amigas que se han hecho un cambio de look, cómo se decidieron y la respuesta era la misma, “solo tienes que hacerlo, y si lo odias te lo vuelves a teñir a tu color natural”. Lo hacían ver tan fácil y lógico, mientras que yo realmente tenía pavor de solo pensar en la posibilidad de verme como mi ‘yo’ normal.

    Me da pena admitirlo: un sencillo corte de cabello me causa ansiedad.

    Aunque realmente sé que el cabello crece y que los que no toman riesgos (por más pequeños que sean) no viven su vida al 100%, preferiría comer algo loco, como insectos, en vez de hacerle un cambio drástico a mi look.

    Recientemente mis compañeros de BuzzFeed me dijeron que iban a armar esta nota y me terminaron convenciendo de teñirme el pelo de una vez por todas. Así que después de HORAS buscando el color que más me gustaría, decidí irme por un rosa dorado con la base de mi cabello natural. Pensé en teñirme todo el cabello de púrpura, pero después de que el genio Jeff Chastain, que trabaja en el salón de Andreas Anastasis en Nueva York, me advirtiera que aclararme el pelo por completo iba a llevarse un proceso de unos dos días y seguro me haría desgracia el cabello por su textura rizada, opté por solo hacerme rayitos.

    Cuando iba hacía el salón, sentí un nudo gigante en la garganta; creí que me daría un ataque de pánico. Tuve que respirar para calmarme y recordar que teñirse el pelo no es cosa del otro mundo.

    Me senté en la silla frente a un espejo de cuerpo completo y noté que estaba temblando. En ese momento me acordé de los múltiples procedimientos quirúrgicos que he tenido gracias a mis rodillas. Pensé en todas esas veces que entré tranquila al quirófano, y al notar la actitud de Jeff y Andreas, por fin me sentí cómoda. Di el salto de fe. Me persigné y dejé que el proceso de cambio me llevara.

    Cuando llegó la hora de revelar mi look, me quedé boquiabierta. Simplemente, me enamoré de mi nuevo color. Me di cuenta que nunca debí haberme preocupado por algo tan pequeño y que si eso era causa de estrés para mí, entonces debería estar más agradecida con la vida que tengo.

    Juro que nunca me había sentido tan bien y el cambio me dio un chorro de confianza en mí misma que nunca había sentido antes. Salí del salón con una sonrisa de oreja a oreja y hasta iba caminando con la cabeza en alto, como si fuera una persona nueva. Me impresiona mucho el hecho de que mi rostro se vea un poco diferente y también de que mi estilo ha evolucionado con mi nuevo look. Mi antigua manera de pensar era tan anticuada y ahora me doy cuenta que nunca debí temer un cambio de apariencia así, especialmente porque ahora sé lo bien que me puede hacer sentir.

    Un agradecimiento especial a Jeff Chastain por sus servicios y al salón de Andreas Anastasis.


    Desde que era niño, siempre he tenido problemas con mi pelo: es feo y monótono. Cada que voy al peluquero, le pido que “me haga algo diferente”. Hace ocho años que voy con la misma persona, y a estas alturas ya domina qué me queda.

    Aparte de eso, hay otra cosa que tienen que saber de mí. Me considero un aguerrido seguidor del Barcelona; de Messi, Neymar y Suárez. De hecho, tengo un crush gigante con ellos.

    Cuando Messi se pintó el pelo de güero en julio de 2016, me cambió. Aparte de ser mi ídolo jugando futbol, también lo es como persona. Siempre he admirado lo que hace, desde su relación amorosa hasta los cambios físicos que se ha aventurado a hacer. Es conocido por ser una persona tímida, así que al pintarse el cabello, sin importar lo que el resto del mundo dijera, dejó una fuerte impresión en mí.

    Después de verlo, se me antojó muchísimo teñirme el pelo, pero nunca tuve el valor para hacerlo.

    Este 2017 fue un año lleno de cambios en mi vida. Primero, me salí de la casa de mis padres y me mudé solo. Por fin salí de la friendzone, y me ascendieron en mi trabajo. Se trataba del momento perfecto para hacer algo con mi pelo, antes de su inevitable caída.

    Lo primero fue elegir el color, y después de una larga búsqueda en Pinterest, decidí que iba a ser plateado. El proceso fue increíblemente doloroso. Me citaron al medio día, y lo primero que me dijeron fue, “Esto puede que duela un poco, tal vez te salgan sangre y ampollas”. Claramente no fue la mejor introducción para este gran cambio. :(

    Me pusieron un líquido morado que me ardió profundamente y que tuve que aguantar 30 minutos. Luego aplicaron otra capa de shampoo morado, para que perdiera la fe en la humanidad, y lo peor llegó cuando aplicaron el tinte de color. Durante esos diez minutos sentí una empatía sin precedentes por Viserys Targaryen. ¿Recuerdan cuando le pusieron su corona de oro caliente? Bueno, multipliquen eso por 10. Así me sentía.

    El dolor siguió por horas; todo el contorno de mi cabello estuvo rojo varios días y tuve una sensación de comezón. Al salir de la estética supe que todo ese dolor y trabajo había valido la pena.

    Salí sorprendentemente feliz de la estética, con mi nuevo cabello plateado brillando con el sol de la primavera.

    Lo primero que hice fue mandarle foto a mis amigos, a mi mamá y a mi novia. La respuesta de todos fue la misma: “Te ves súper bien”. Obviamente no le creí a nadie, y mi autoestima se fue hasta el piso.

    A todos les costó un poco de tiempo adaptarse a mi cambio, hasta a mí. No me reconocía en los espejos, me veía raro y a veces lloraba un poquillo por dentro. Después de unos días, todos chuleaban mi nuevo look. Mi novia quiere que me quede así para siempre y, al final, se convirtió en un tema de conversación que me hizo conocer gente nueva.

    Creo que empezaré la tradición de pintarme el pelo de un color diferente hasta acabar como J Balvin y su pelo arcoiris. Me siento increíblemente cool con mi nuevo peinado. Al principio pensaba que a las personas les iba a dar oso estar conmigo y fue todo lo contrario. Muchos te felicitan por tomar estas decisiones y gracias a eso, aprendí a quererme como sea, sin importar mi estilo, ni mi pelo.


    En los últimos meses he tratado de poner mi vida en orden. Le di prioridad a la parte emocional, pero después de semanas y semanas de trabajar en mi interior, me di cuenta que también necesitaba arreglar mi exterior. Mi apariencia física es algo que siempre me ha afectado y ha sido una lucha constante en mi vida. Sin embargo, el año pasado, un familiar cercano tuvo muchas complicaciones de salud relacionadas con el sobrepeso, por lo que decidí que era hora de realmente comprometerme. No sólo por verme bien, sino para estar bien conmigo mismo.

    Recurrí a Jorge Valverde, un entrenador profesional que da asesorías personales y en línea. Su Instagram habla por sí solo: tiene todo tipo de clientes. Desde gorditos fofitos comunes y corrientes, como yo, hasta celebridades con cuerpos esculturales, por lo que creí que era un gran lugar para empezar. No era un producto milagro prometiendo cambios mágicos. Terror, nervios y destrucción me siguieron camino a mi primera consulta.

    A la hora de estar en su consultorio fue extraño escuchar lo que me deparaba durante el próximo mes.

    Seis comidas al día, una rutina completa de pesas seis veces a la semana y 40 minutos de cardio cinco veces a la semana. ¿Algo más? Ah sí, evitar harinas y bebidas alcohólicas. Mejor me mato. Mi futuro se veía “imposible” y la verdad, hasta lo pensé dos veces. ¿Realmente necesito hacer esto? RECAPACITA, LUIS, TODAVÍA NO TIENES QUE COMER POLLO TODOS LOS DÍAS.

    Fue hasta que Jorge me pellizcó la panza con una tenaza y me dijo que tenía 20% de grasa corporal que decidí comprometerme completamente con esto. Por si son malos con las matemáticas, lo que me dijo fue que una quinta parte de mi ser estaba hecha de pura grasa.

    Era claro, el objetivo, más que bajar peso, era reducir la grasa.

    Al principio todo se veía complicado: de no tener el hábito de cocinar, tenía que pasar a prepararme seis comidas al día. De una hora en el gimnasio, tenía que pasar a dos horas y cacho, hasta salir agotado. De comer todo lo que me gustaba, tenía que consumir una dieta alta en proteínas y sin todas esas cosas gordas y deliciosas que amaba.

    La primera semana fue caótica. Comer seis veces al día me parecía una tarea imposible, a la cuarta comida ya no aguantaba. El gimnasio también era un reto y el cansancio físico y yo nos volvimos mejores amigos. Sin embargo, nadie sufrió en este tiempo tanto como mi vida social. De pronto parecía que vivía para cocinar, comer, ir al gimnasio, dormir mis ocho horas y repetir al día siguiente. Iba a las fiestas y me medía con lo que tomaba y me mantenía lejos de todo lo comestible.

    Para alguien que sentía que carecía de fuerza de voluntad, era el peor reto.

    Para la segunda semana, la rutina y los nuevos hábitos comenzaron a mezclarse y ya no se sentían como una carga extra, al contrario. Me empecé a sentir mejor físicamente y la gente comenzó a notar el cambio en mi cara y cuerpo. De pronto a las tres semanas ya entraba en playeras que no me quedaban antes (o que nunca me habían quedado) y me sentía mejor en todos los sentidos.

    No quiero decir que fue fácil y sin obstáculos.

    Mientras que yo me limitaba a la misma aburrida carne asada, mi vida social se había reducido a: “Te acompaño a que tú comas y yo me pido un agua mineral”. Pero física y emocionalmente me sentía mejor que nunca, cocinar diario se había convertido en una de mis actividades favoritas (y un logro personal), mientras que demostrarme a mí mismo que podía comprometerme con algo tan complicado me hizo darme cuenta que sí tenía fuerza de voluntad.

    De pronto, todas estas cosas ya eran parte de mi estilo de vida. Era momento de volver con Jorge para ver qué había logrado.

    Mi porcentaje de grasa corporal había bajado de 20% a 16%, mi peso de 73 KG a 69 y al mismo tiempo había aumentado en músculo.

    Me sentí el hombre más feliz del mundo, porque en mi vida adulta jamás había logrado estar dentro de los estándares de salud que debería tener. Me veía y me sentía bien. Hablé con Jorge y decidí seguir el plan durante dos meses más, porque me di cuenta que podía conseguirlo y que, el hacer un cambio, sólo requiere de una cosa realmente: uno mismo.