Karl Marx llamó a la religión "el opio del pueblo", porque mantenía a las masas sumisas, asustadas y controlables. Hoy en día, tenemos un nuevo opio: la obsesión por la grasa.
Lo que hace que la gente (especialmente las mujeres) esté asustada y sea fácil de controlar es la creencia de que nuestros cuerpos no están a la altura; que tenemos demasiada grasa, o demasiado poca o del tipo incorrecto.
¿Demasiada grasa? Debes "tener cuidado". ¿Demasiada poca grasa? "Cómete una hamburguesa con queso". ¿Grasa en los sitios "equivocados"? "Vístete acorde a la forma de tu cuerpo". El mensaje nos llega de nuestra familia, los médicos, los compañeros de trabajo, los que te piropean por la calle, los conocidos, los extraños y los medios de comunicación, entre otros.
Estamos diseñados para anhelar ser aceptados y, como la obsesión por la grasa es tan "normal", es algo que nos une al resto. Hablamos sobre nuestras dietas con culpabilidad. Atribuimos un valor moral a los alimentos, como si nuestra ingesta calórica determinase nuestro carácter.
Fustigamos nuestro cuerpo o nos justificamos por cómo es. Medimos la salud y la valía de los desconocidos en base a su grasa. De hecho, negarse a participar en conversaciones sobre la grasa corporal incomoda a la gente.
Porque nuestra obsesión con la grasa no está solo en nuestra mente; es algo aprobado culturalmente y apoyado socialmente. Nuestra cultura nos autoriza a juzgar nuestros cuerpos las 24 horas del día.
Así que nos sentimos impotentes, inseguros y dispuestos a gastar cualquier cosa a cambio de una "solución" rápida. Hacer que la gente no se sienta bien es una manera fantástica de captar su atención y su dinero, y hemos convertido las pastillas dietéticas y los planes de ejercicio en modernos actos de desagravio.
Pero como el "cuerpo perfecto" es un objetivo cambiante, siempre hay más trabajo por hacer.
Descontrolados, somos capaces se pasar horas interminables adorando el altar del "cuerpo perfecto", y energía ilimitada castigándonos por no estar a la altura. Lo que nos deja sin tiempo ni energía para dedicarnos a nuestras aficiones y aventuras, a gozar, disfrutar, crecer, ayudar o amar.
¿Cuánto tiempo y energía has desperdiciado pensando en tu propia grasa corporal? ¿Cuánto tiempo has dedicado a la grasa corporal del prójimo? Imagina qué hubiese pasado si hubieras dedicado el mismo tiempo y energía a algo más importante.
Podrías haber aprendido a bailar salsa. O haber planeado y realizado un viaje alrededor del mundo. O haber invitado a salir al chico guapo de la cafetería y haberte enamorado. O grabado un disco. O creado una empresa.
Deja de conceder a la grasa el poder de ser tu opio y de impedirte ser completamente tú. No desperdicies tu vida persiguiendo un símbolo de estatus imposible y sin sentido. Es como dedicar tu vida a la búsqueda de un unicornio, negándote a ser feliz hasta que lo encuentres.
Recuperemos el poder. Dejemos de estar callados y asustados. Opongámonos a que la grasa determine nuestra valía y nos impida vivir plenamente. No permitamos que nuestras preocupaciones sobre la grasa destrocen nuestros días, semanas o décadas.
En su lugar, encuentra lo que te ilumina, lo que da sentido a tu vida y te hace feliz. Sustituye las charlas sobre la grasa con charlas sobre esas cosas. Felicita a tus amigos por esas cosas. Lee sobre esas cosas. Dedica tu tiempo, energía, dinero y capacidades a esas cosas.
Te han enseñado a obsesionarte con la grasa, y necesitarás práctica y arduo trabajo para redirigir tu tiempo e intereses. Necesitarás valor y fortaleza para renunciar a los rituales de adherencia esperados, consistentes en menospreciarte. Pero la revolución empieza en ti.
Este ensayo fue originalmente publicado en su versión íntegra en JessiKneeland.com.
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Este artículo ha sido traducido del inglés.
