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    Mi embarazo a los 40 hizo que el tiempo empezara a pasar más lento

    Una década después del nacimiento de mi segundo hijo, quedé embarazada de nuevo por sorpresa.

    Algo inquietante de los lectores electrónicos es que no puedes saber cuánto has avanzado en un libro. La sensación del objeto que tienes en las manos nunca cambia: no hay un cambio tangible que indique que uno está al principio, en el medio o acercándose al final. Y, a veces, la vida también se siente así.

    Ya hicimos de todo. Eso parecía. Ya había crecido, había hecho un posgrado, me había casado, había conseguido un empleo, había tenido dos hijos, había escrito unos libros ¿y ahora qué? Hacer las mismas cosas una y otra vez hasta que estuviera demasiado enferma o fuera demasiado vieja para hacerlas… ¿y luego morir? "Ya nada es nuevo", se quejaba mi abuela a los 90 años. Yo me sentía así a los 40.

    Sin embargo, estar en el punto medio también permite ciertos lujos. Tienes suficiente experiencia como para saber quién eres (hiciste una vida), pero también hay un sentido de que habrá mucho en el futuro. "No tengo dolor físico", solía decirme a mí misma mientras corría hacia el subterráneo. No estoy conectada a un tanque de oxígeno. Puedo hacer mi trabajo, criar a mis hijos e ir de un lado a otro de esta ciudad con mis amigos. Esta es la parte buena.

    Pero esta sensación de estar en el medio es tentativa, provisional. Si soy mi abuela, que murió a los noventa y tantos, estoy en la mitad de mi vida. Si soy mi madre, que murió a los 54, estoy más cerca del final.

    "¿Cómo llegamos aquí tan rápido?", preguntó mi madre justo antes de morir.

    Nos gusta pensar que sabemos en qué lugar del camino estamos, y es en extremo desorientador encontrarse en un lugar del mapa inesperado y por completo diferente. Cualquier interrupción en la cronología de la vida causa vértigo. Para mí, en lugar del temido sacudón hacia adelante, la vida dio un salto hacia atrás. Una década después del nacimiento de mi segundo hijo, quedé embarazada de nuevo por sorpresa.

    Era verano. Había regresado a casa después de haber trabajado un mes en París, y mi esposo estaba feliz de verme. Nuestros hijos estaban de campamento, y nosotros estábamos solos en la apacible luz de fines de julio en nuestro dichoso apartamento vacío. Cuando lo recuerdo, ese lugar en el tiempo tiene una especie de carga mística y luminosa. No teníamos idea de que estábamos convocando a una persona nueva para que entrara en nuestras vidas.

    Estoy embarazada. Me desperté estremecida por el pensamiento en medio de la noche unas semanas después. Cuando una prueba de embarazo casera lo confirmó, mi esposo y yo nos reímos, impactados y con una extraña felicidad. Comencé a esperar perder el embarazo, lo que estaba segura de que sucedería.

    "Creo que darás a luz a tu bebé a término", dijo el médico cuando la ansiedad hizo que fuera a parar a la sala de emergencias. "Tenemos un latido", le dije a mi esposo por teléfono desde el estacionamiento del hospital.

    ¿Debería tener a este bebé? Debería, al menos, considerar mis opciones. Pero no podía ir más allá de la pregunta como para imaginarme lo que significaría responder que no. Con un nuevo latido dentro de mí, estaba eufórica, todavía era parte del mundo viviente y pulsante.

    Un verano, el ático de la casa de veraneo estaba vacío. El siguiente, tenía una cuna.

    Tenía una relación muy estrecha con mi madre y valoraba mucho esa relación. Fue la primera de su familia en ir a la universidad y una de las únicas mujeres que estudiaban filosofía en su programa de posgrado en la década de los sesenta. Ella me enseñó que era posible tener trabajo y amor, y que era posible amar el trabajo. Tenía un anhelo muy grande de hablar con ella a medida que se desarrollaba mi vida.

    Los años siguientes a la muerte de mi madre, mi abuela y yo nos acercamos, una hacia la otra, y hablamos a través del espacio vacío entre nosotras, donde había estado mi madre. "¿Cuándo superarás este duelo patológico?", preguntó mi padre, mientras continuaba anhelando a mi madre después de 5, 10, 15 años. Cuando nació la hija de mi mejor amiga, la conexión intergeneracional entre mujeres me dio un golpe doloroso y profundo: "Ella es una de nosotras", coincidimos.

    El día en que el asesor genético me llamó al trabajo para decirme que este bebé estaba saludable y era una niña, lloré un montón durante mucho tiempo. Desde la pérdida de mi madre, había sido la única mujer en una familia de hombres: padre, hermano, esposo, hijos. Hasta el perro era macho. Había concebido y perdido a una niña entre mis dos hijos, lo que había hecho que esa ausencia se sintiera con más profundidad. Y ahora, como salida de un sueño, esta niña se estaba afirmando, un cuerpo preparándose para respirar.

    Crees que sabes en qué parte estás del libro de la vida. Tienes un sentido de cronología, hay un orden esperado de las cosas. Pero mi vida volvió hacia atrás. Después de 20 años de matrimonio, apareció una niña. Mi esposo celebró su cumpleaños 50 justo antes de que naciera. Nuestros hijos cumplieron 10 y 14.

    La vida rebobinada. Volvimos atrás 10 capítulos. El final parecía desvanecerse. En el camino a casa del hospital, hice dar vueltas a mi hija recién nacida al ritmo de la canción de Dan Zanes "The Wonder Wheel", vieja favorita de mis hijos, y sentí un déjà-vu escalofriante y asombroso.

    Los padres que conocemos en el parque en Brooklyn son más jóvenes que nosotros. Todo es nuevo para ellos. Mientras tanto, mis amigos de la universidad están preocupados por los cuartos de sus hijos que pronto estarán vacíos y fantasean sobre la jubilación. Nosotros estamos bien lejos de ese punto: nuestra hija nos hizo retroceder una década. Nuestro hijo mayor tiene 17, pero Miranda acaba de cumplir 3. En otoño, enviaremos solicitudes a preescolares y a universidades al mismo tiempo.

    Tengo la posibilidad de hacer todo de nuevo. Leer los libros Buenas noches, luna, Madeline y Donde viven los monstruos, ir en cochecito al parque infantil y al zoológico, enseñar a ir al baño, fiestas en el preescolar en las que cada uno lleva un plato y hombres de nieve en Prospect Park, series de noches sin dormir. Mis hijos son adolescentes que se avergüenzan de mí. Mi hija me toma de la mano. "Quiero ir contigo adonde vayas", me dice.

    La pareja madre-hija: había encontrado la forma de regresar. "¿Recuerdas cuando yo era la mamá y tú eras el bebé?", bromea Miranda, como si presintiera el linaje de mujeres en el que nació, la forma en que su presencia pasó a habitar el mismo lugar en que se sentía la ausencia de mi madre.

    Sé que esta sensación de volver el tiempo atrás es una ilusión (su nacimiento no nos hizo más jóvenes ni hizo que nuestro tiempo en la tierra fuera más largo), pero es una sensación exquisita. Como nuestra hija nos hizo retroceder varios capítulos, la vida se siente abundante y más lenta, gruesa por la narrativa inesperada, la historia en desarrollo de nuestra familia. Todavía la estamos viviendo.

    Este post fue traducido del inglés por Florencia Kievsky.

    ***

    El libro Los usos del cuerpo (The Uses of the Body), la tercera colección de poesías de Deborah Landau, fue nombrado uno de los "16 libros más emocionantes de 2015 de imprentas independientes" por BuzzFeed, un "libro que no podemos esperar para leer" por Vogue y uno de los "mejores ocho libros nuevos para disfrutar" por O, the Oprah Magazine. Sus poemas aparecieron recientemente en The Paris Review, The New Yorker, Tin House, Poetry y New York Times. Dirige el Programa de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York y vive en Brooklyn con su esposo, sus hijos y su hija. Puedes seguirla en Twitter aquí.

    Para obtener más información sobre The Uses of the Body, haz clic aquí.