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Como un día común y corriente cambió mi vida para siempre

Sobreviví un atentado, pero las secuelas me siguen de por vida.

Era un día no muy fuera de lo normal para una familia de expatriados argentinos viviendo en Bogotá. Mi papá estaba por trabajo en Miami, como tantas veces tuvo que hacerlo, y con mamá buscábamos formas de entretenernos sin ir muy lejos de casa.

La realidad en la que vivíamos era muy diferente a la que habíamos dejado en Buenos Aires. Eran mediados de los noventa y Colombia se veía envuelta en una guerra contra el narcotráfico, la cual había cobrado cientos de vidas inocentes. Mirar el noticiero y escuchar que las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas, también conocidas como FARC, habían pasado por un pueblo y acribillado a todos sus habitantes era normal. Con diez años de edad ya me había desensibilizado a las imágenes plasmadas en todos los medios, a los llantos desgarradores de madres que perdieron a sus hijos y a los políticos implorando por un cambio.

Eso fue hasta que nos sucedió a nosotros.

Mi mamá y yo no solíamos salir "desprotegidas". Siempre nos movíamos con un chofer que estaba entrenado en caso de situaciones extremas (lease: si nos querían matar o secuestrar). Pero ese día decidimos salir solas. Caminamos hasta un centro comercial cerca de nuestra casa y entramos al cine. Esto solo lo recuerdo a través de los relatos de mi madre. Mis recuerdos de lo sucedido desaparecieron por completo. Luego del cine le imploré a mi madre que nos sentáramos a comer una pizza dentro del centro comercial. Caminamos hasta el local, había demasiada gente y teníamos que esperar por una mesa.

Repentinamente mi madre decidió que era mejor que nos fuéramos.

Hasta el día de hoy ella no puede explicar por qué. "Me dio miedo y te dije de pedir la pizza por teléfono y comerla en casa", me dijo recientemente mientras la cuestionaba por el tema. "Cuando estaba pidiendo la pizza, estalló la bomba".

Escribo esto y se me llenan los ojos de lágrimas porque el pánico que sentí lo recuerdo como si fuera hoy. Estaba en mi cuarto, escuché el estallido ensordecedor, los vidrios de mis ventanas se englobaron y todas las alarmas de los carros en la calle se dispararon.

Mamá vino corriendo a ver si estaba bien, prendió la radio y ahí estaban las tan temidas palabras: Un carro bomba detonó frente a la pizzería en la que estábamos. Mi padre, quien sabía que íbamos a ese centro comercial, intentaba comunicarse sin éxito con nosotras, asumiendo lo peor.

Durante ese año vivimos más bombas. Más atentados. Más muertes. Y yo seguí siendo la misma niña de siempre, salvo que tenía pánico de cerrar los ojos y explotar en pedazos, algo que no le dije a nadie porque temía que se burlaran de mí.

A los 18 años mientras vivíamos en Brasil y durante una tormenta eléctrica tropical desperté gritando. Mis padres vinieron corriendo a ver qué pasaba y me encontraron diciendo "no quiero abrir los ojos, están todos muertos, fue otra bomba".

Poco a poco empecé a notar más síntomas. Durante las fiestas, mientras todos disfrutaban fuegos artificiales, las explosiones a mí me ponían la piel de gallina y hacían que mis ojos se llenaran de lágrimas. O cuando iba a un concierto donde había demasiada gente mi cuerpo me obligaba a quedarme cerca de las salidas. Mis amigos me decían que era exagerada o paranoica, y cada vez que intentaba explicar qué era lo que sentía y por qué me quedaba sin palabras. La desesperación que corría por mis venas era imposible de verbalizar.

Años más tarde entendí que lo que me pasaba tenía nombre: Trastorno por estrés postraumático.

El trastorno por estrés postraumático o TEPT, surge a raíz de vivir un acontecimiento traumático. Los síntomas, según la clínica Mayo, pueden surgir meses o incluso años después e incluyen pesadillas del acontecimiento, reacciones físicas a algo que recuerda lo sucedido, revivir el evento traumático en forma de flashbacks, entre otros. También tiene efectos emocionales como culpa, estar en constante guardia, problemas para dormir y ser fácilmente asustable.

Yo probé sentirme mejor con psicoanálisis y meditación, aunque existen muchos otros tratamientos que ayudan a enfrentar los síntomas y llevar una vida más confortable.

Mis síntomas vuelven cuando estoy muy estresada y son como una ola de ansiedad que me envuelven y paralizan. Hoy en día me sigo preguntando por qué mi mamá tuvo el impulso de irse ese día y me recuerdo constantemente que yo podría haber muerto en el piso de una pizzería. Pero respiro hondo, intento traer mi mente de vuelta al presente y me recuerdo que sin todo eso que viví no sería quien soy hoy.

Consulta con un médico siempre que tengas dudas sobre tu salud y bienestar. Los posts de BuzzFeed tienen únicamente una función informativa y no son un reemplazo para el diagnóstico, tratamiento o asesoría médica.

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