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No me apetece ser esa mujer todoterreno, pero quiero mi representación

Sobre el estereotipo de la madre trabajadora.

Hace escasos días Ciudadanos publicaba su vídeo de promoción para la campaña electoral. A estas alturas ya lo habrás visto. El vídeo representaba a España a través de los personajes de un ambiente tan cañí como la clientela habitual de un bar. "Los héroes anónimos", les llamaban. Que uno de los personajes -el vago de las tragaperras- fuese un calco del líder de Podemos, Pablo Iglesias, hizo desatar la carcajada en redes sociales. Pero hay otro detalle que casi chirría más que el personaje de la coleta: en el vídeo solo participa una mujer. Y qué mujer.

Loles es una mujer todoterreno. Entra en el bar con brío, pisando fuerte, dejando algo que no podemos adivinar sobre la mesa -¿un chupete? ¿Un sacaleches diminuto? ¿Las llaves de un monovolumen?- y hablando por el teléfono móvil. Que el bocadillo está en la mochila del niño, le dice telefónicamente a su pareja, que ya se encargó ella de dejarlo preparado. Y que no puede hablar, que tiene una reunión muy importante. Pasa luego a quejarse bajito de su estresante situación con los coleguitas del bar para que otro personaje la mande callar porque "ella al menos tiene trabajo". Y Loles, nuestra heroína, la mujer que puede con todo, sonríe y asiente. Porque tiene más razón que un santo el camarero al mandarla callar. Que hay gente que está peor que ella. No tiene derecho a quejarse.

No se han estrujado demasiado la cabeza desde Ciudadanos a la hora de decidir qué tipo de mujer debería aparecer en su vídeo: la madre trabajadora, luchadora, coraje. Esa que tiene la casa tan impoluta como la mesita de su oficina. Que puede con todo. Incansable. Como sacada de uno de esos panfletos de centro comercial para el Día de la Mujer Trabajadora: la silueta de una tipa con falda de tubo, bebé en una mano y portátil en la otra sobre un "¡te mereces un descuento en cremas antiedad!" en tonos pastel. Y además, encantadora, que no se enfada aunque su pareja haya sido incapaz de buscar en el lugar más obvio de todos. Siempre complaciente. No se queja. O se queja poquito. Porque su trabajo es ese ¿no? Ser madre, trabajadora y esposa. Y llevar una sonrisa por bandera. Una mujer que, no me malinterpretéis, tiene todo mi respeto y admiración. Pero no es la única mujer. Ni tampoco la más válida de todas.

Un estereotipo repetido hasta la saciedad en series de televisión (Lynette Scavo, Charlotte York, Miranda Bailey), películas, anuncios - cualquiera de electrodomésticos o productos de limpieza- , novelas y programas del corazón (la modelo-barra-actriz-barra-cantante-pero-ante-todo-madre). El nuevo ángel del hogar, que ahora también pasa ocho horitas fuera. Un estereotipo que no deja de ser una representación de lo que la mirada más rancia y bertinosborniana opina que debe ser una mujer. Una mujer que aunque esté emancipada y gane su propio salario no se olvida del trabajo más importante de todos: el de ser madre. En este hipotético ranking femenino, esta mujer es la que se sitúa por encima de todas.

Tengo la suerte de conocer a toda clase de mujeres. Conozco a madres a las que he oído quejarse con hastío de lo difícil que es criar hijos y quererles a tiempo completo. Y son unas madres excelentes. Mujeres que trabajan fuera y dejan a su marido a cargo de los hijos, porque también son suyos. Sin ser por eso menos mujeres. Ni menos madres. Mujeres que dejaron de trabajar para dedicarse por completo a la crianza porque su situación privilegiada se lo permitía. Y no tienen por eso menos coraje.

Incluso conozco a muchísimas más mujeres que no tienen hijos. Algunas ni siquiera se plantean tenerlos. Y también son, valga la gilipollez, todoterreno. Mujeres que han ascendido en su trabajo en ambientes muy masculinos, dándole un buen corte al tipo que comentaba que "trabajando tanto, a ver cómo se echaba novio". Mujeres que llevan trabajando desde los 20 años, haciéndose hueco con sangre, sudor y lágrimas en un mundo laboral hostil para ellas. Mujeres que a base de trabajo y esfuerzo han alquilado su piso, viven solas, pagan sus facturas, mantienen su casa en orden y no necesitan más compañía que la propia. Y nadie les aplaude por ello. Mujeres que nunca llevarán la vida que sus padres querían que llevaran. Que no se plantean casarse. Ni tener hijos. Y son tan válidas como las madres trabajadoras, tan válidas como el resto.

Estas mujeres no son solteronas, ni locas del coño, ni locas de los gatos. No son Manic Pixie Dream Girls. Ni las vecinitas del quinto. No son la fantasía masculina. Ni tampoco Working Girls. No son amargadas. No odian a los hombres. Pero tampoco están esperando, como Rapunzel, que un príncipe azul llegue a su vida para rescatarlas. No se parecen en nada a las fabulosas chicas de 'Sexo en Nueva York'. Ni a las niñas privilegiadas que aparecen en 'Girls'. Tampoco son 'Mujeres desesperadas'. No son madres entregadísimas, no son perfectas. Pierden constantemente chupetes. Llegan tarde a todas partes. Se olvidan de las reuniones de padres. Y a veces están demasiado cansadas o demasiado hasta el pussy como para ponerse a leer un cuento a sus hijos antes de dormir. Son imperfectas. Y no pasa absolutamente nada. También merecen su representación.

Estas mujeres tienen tantísimo que decir sobre la situación en España como cualquier hombre apoyado en la barra del bar, sin que se las valore por otros atributos más que por ser una persona dando una opinión igual de válida que cualquier otra.