
La más reciente polémica en redes sociales sobre libertad de expresión y límites del humor ha venido a raíz de un viejo monólogo de Rober Bodegas (sí, el de Pantomima Full) que da comienzo con un "ya no se pueden hacer chistes de gitanos" para, acto seguido, hacer una serie de chistes con los estereotipos más comunes que sufre esta comunidad: que roban, que no trabajan, que no saben escribir, que venden drogas o que se casan con niñas de 13 años y las someten a la prueba del pañuelo. Evidentemente, algunas personas gitanas (y payas) se han sentido ofendidas al considerar que lo que Bodegas interpreta como humor es simple y llanamente racismo y la magia de las redes sociales ha permitido que este mensaje se propague y llegue al propio autor de los chistes.
No me voy a explayar sobre el tema de humor ni de sus límites. Comprendo que hay chistes que se hacen con la intención de ofender, de quemar y de incomodar al interlocutor. Y soy de las que opinan que se puede hacer humor sobre cualquier cosa, y que la clave está en la intención: puedes hacer humor sobre machismo sin que la broma sea machista y humor sobre racismo sin ser necesariamente racista. El humor no está exento de ideología y cuando Arévalo y Bertín dicen que "ya no se pueden hacer chistes de mariquitas" o Bodegas afirma que "ya no se pueden hacer chistes de gitanos", lo que están diciendo en realidad es "ya no puedo perpetuar estereotipos machistas ni racistas instalados en nuestra sociedad porque ahora hay gente que me dice que eso está mal".
El humor es un arma muy potente puesto que no es algo ajeno a nuestra realidad, sino que forma parte de la misma y, siendo así, me gusta más cuando no está del lado del poder establecido ni legitima el statu quo de las clases dominantes. Es decir, que Donald Trump haga una gracia con que a las mujeres hay que "agarrarlas por el coño" y la gente a su alrededor se ría de la broma sucede porque todavía vivimos en una sociedad en la que hombres como Trump pueden tratar a las mujeres como objetos sin consecuencias e incluso llegar a ser presidentes. Por eso me divierte más un humor que desafía, incomoda y debilita al poder, más que uno que le pone el cojín a la espalda para que se sienta más cómodo.
Pero es el debate sobre la libertad de expresión lo que de verdad me chirría, puesto que siempre veo a aquellos a los que se les llena la boca con ese derecho fundamental quejarse cuando otros también lo ejercen. Si defendemos la libertad de expresión –y en los tiempos que corren, es absolutamente necesario– debemos también entender que esa libertad no es unidireccional.
Cualquiera debería poder hacer el humor que le viniera en gana sin tener que pasar por los juzgados ni recibir amenazas de muerte por ello. Si un cómico sigue considerando gracioso e irreverente hacer los mismos chistes que haría tu tío Mauro El Facha con un par de copas en Nochevieja, tiene toda la libertad del mundo para hacerlo, eso sí, un montón de personas también estarán ejerciendo su libertad de expresión al decirle que sus bromas poco se diferencian de las de su tío Mauro El Facha y al decidir no invertir ni su tiempo ni su dinero en el tipo de comedia que este señor ofrece.
Las redes sociales han conseguido cambiar el paradigma de la comunicación: no solo han conseguido dar voz a personas o grupos que antes estaban silenciados en los medios y en la cultura dominante, sino que también han permitido romper el muro que les separaba de las personas que tenían el micrófono y el altavoz en los medios y en la cultura dominante. La única diferencia entre hacer una broma racista, machista u homófoba en los tiempos que corren, es que en lugar de recibir las palmaditas de los amigotes en la espalda, también habrá personas que te señalen lo racista, lo machista o lo homófobo que estás siendo. Y, sinceramente, ya iba siendo hora.
No podemos seguir utilizando tan a la ligera expresiones como censura o linchamiento, para referirnos simplemente a un feedback negativo sobre una obra o a que otras personas estén ejerciendo su propia libertad de expresión al opinar sobre algo. No podemos llamar nueva inquisición o caza de brujas a las críticas de todo un colectivo cansado de seguir escuchando los mismos estereotipos sobre ellos desde tiempos inmemoriales. El lenguaje, como el humor, tampoco es algo inocente ni carente de ideología: llamarlo "libertad de expresión" cuando te parece bien quién ejerce esta libertad, pero llamar "ofendiditos" a quienes ejercen su libertad para cuestionar un discurso es otra manera más de intentar silenciar a quienes antes estaban silenciados. Es otra manera más de seguir perpetuando el statu quo.