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La pluma es sexy

No rechazar la pluma no es solo una cuestión de gustos, es activismo.

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La pluma es sexy

No rechazar la pluma no es solo una cuestión de gustos, es activismo.

Cuando todavía tenía veintipocos, tenía mucha más confianza en mí mismo, unos cuantos kilos menos y mucha menos idea de cómo funcionaba la vida –la mía en particular–. Me quedaba mucha gente por conocer, muchos prejuicios por quitarme de encima y todavía sentía que me estaban halagando cuando alguien me decía que no se me notaba nada que era gay. Jamás había oído hablar de la palabra "plumofobia" y tardaría todavía unos años en oírla, pero no había lugar a dudas de que la experimentaba de manera plena, aunque, si me preguntaban, siempre respondía con indignación aquella consigna completamente aprendida de que yo respetaba a todo el mundo y que cómo voy a ser yo homófobo, si soy gay.

En el tema afectivo y sexual esos prejuicios siempre estaban ahí, interiorizados, camuflados de cualquier otra cosa para no ser detectados. Uno de los principales puntos que me atráian de otro hombre siempre solía ser que se ajustara a lo que socialmente se entendía por un hombre. Que no fuera amanerado. Que no tuviera pluma. Que no se leyera como marica. Que fuera un chico hetero al que, por alguna carambola del destino, le apeteciera meterse en la cama conmigo, o tener una relación estable o eventual, pero siempre desde sus más absolutas maneras heterosexuales.

La pluma, las maneras, lo que socialmente había sido llamado "femenino" sencillamente no era para mí. "Es mono pero es demasiado marica" era un comentario que salía de mi boca de manera no tan poco frecuente. Y no era una fachada ni una pose, la atracción sencillamente no estaba ahí. Era un sentimiento real pero, como descubriría unos años después, totalmente aprendido.

"Lo atractivo ha dejado de ser encajar en la hetero-normatividad y ha pasado a ser el hecho de ser libre"

Con los años me he dado cuenta de que es ahí precisamente donde está el origen de todo: en los sentimientos. En nuestra arcaica concepción de que algo como la atracción es inamovible, absoluto y biológico. En que la pasión o el deseo son puramente sensoriales. En que nuestro aprendizaje y nuestro conocimiento no tienen cabida en la atracción física por otra persona. Y esta es una creencia especialmente extendida dentro del colectivo gay, en el que la clasificación de los gustos y atracciones personales está a la orden del día. En el que o te gustan osos o twinks o chubbies o daddies; y en el que el "afeminados abstenerse" en una app de ligue sigue sin percibirse por muchos como la indignante declaración homófoba que es. Cómo voy a ser homófobo yo, si soy gay.

El otro día veía un videoclip de Years & Years en el que su cantante, Olly Alexander – abierta y vocalmente homosexual– aparecía en una suerte de cabaret futurístico. Ataviado con un traje de chaqueta de lentejuelas, sin camisa, se movía por el escenario con evidente pluma y derrochando magnetismo. No pude evitar pensar en la atracción que me causaba el cantante y en cómo en otras actuaciones suyas que había visto –haciendo voguing, luciendo una reveladora camiseta de rejilla o simplemente dando un emotivo discurso sobre su sexualidad en un concierto– había sentido exactamente lo mismo. Mi mente, que hace años se habría opuesto frontalmente a sentir la más mínima atracción por lo que Alexander representaba, ahora interpretaba como algo increíblemente sexy lo que antes estigmatizaba.

Mi aprendizaje personal, todos los conocimientos y experiencias adquiridas durante estos años han conseguido reprogramarme –o más bien, desprogramarme– todos esos prejuicios. Entender y valorar la lucha LGTB+ a lo largo de los años me ha abierto a un nuevo paradigma en el que lo atractivo ha dejado de ser encajar en la heteronormatividad y ha pasado a ser el hecho de ser libre.

Siempre nos han hablado de ese concepto tan relacionado con la masculinidad tóxica que es la erótica del poder y de cómo la jerarquía social o económica puede despertar el deseo; y creo que es justo hablar en este caso de la erótica de la libertad para una generación de hombres homosexuales que hemos crecido, en mayor o menor medida, sin ella. Porque, aunque suene a frase motivacional estampada en tres tipografías diferentes en el frontal de una taza, con los años aprendes que no hay nada más sexy que alguien con la seguridad suficiente para no esconderse.