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    Por mucho que te joda, lo de Dulceida es un trabajo

    Y como cualquier trabajadora, se merece un descanso.

    El pasado 26 de julio, Dulceida, una de las influencers más exitosas de nuestro país, colgaba en su Instagram Stories un mensaje para sus casi dos millones de seguidores. En él, anunciaba que, durante sus actuales vacaciones en la isla de Menorca, atendería a sus fans si la veían en la playa pero que no se haría fotos con ellos, ya que parte de su descanso incluía también no tener que arreglarse y por eso no iría adecuada para ser retratada por miles de iPhones en fotografías que pasarían de las cuentas privadas de sus anónimos fans a, probablemente, las páginas y webs de muchas revistas del corazón. Para una persona que vive de su imagen, estar preparada para las fotos es una parte vital de su trabajo. Por eso, Dulceida quería desconectar, y eso parece que no ha gustado a mucha gente.

    Las críticas en redes sociales se han multiplicado desde la publicación del mensaje, los fans de Dulceida se han afanado en defenderla mientras otro sector la criticaba duramente por la decisión. “¿Descansar de qué?” decía la mayoría. Y ahí es justo donde está el problema.

    Durante los últimos años, con la explosión de las redes sociales, han surgido un nuevo grupo de profesiones a rebufo de los avances digitales: bloggers, youtubers e instagramers aparecieron para reclamar un trozo del mercado laboral que nacía durante la última década. Poco a poco, el perfil de estas profesiones se unificaba dando paso a lo que hoy conocemos como influencer, cuyo ámbito de trabajo ya no se limitaba a una plataforma concreta sino que se extendía mucho más allá, incluso fuera de ellas, y Dulceida es el claro ejemplo de esta evolución. De blogger de éxito a instagramer de éxito, de ahí a acumular más de 1.3 millones de suscriptores en su canal de Youtube y a convertirse en un fenómeno a nivel nacional: coach en televisión, DJ, imagen de multitud de marcas, empresaria –con un perfume y una línea de ropa en el mercado– o promotora de eventos como el Dulceweekend, un festival de moda y música a cuya última edición han acudido 15.000 personas. Pero se ve que, para mucha gente, eso no es trabajar. O por lo menos, no lo es como lo entienden ellos.

    En parte, esto no es nuevo, lleva pasando toda la vida. No es más que el eterno conflicto generacional en su versión mercado laboral, pero además, refleja una falta de respeto y un menosprecio total por un sector de nuestra población que, no solo cobra cada día más importancia para nosotros, sino que representa el todo para millones de adolescentes en nuestro país. ¿Cuánto se tarda en editar un vídeo? ¿Cuántas fotos han tenido que hacer antes de conseguir esa que está generando tantos likes? ¿Cuántos de esos viajes que han hecho habrían cambiado por pasar el fin de semana en su casa con su familia? ¿A cuánta gente que no conocían de nada han tenido que sonreír en eventos? ¿Cuánto estrés genera el sentir que tienes que generar contenido diariamente a un público que lo espera ansioso? ¿Cómo afecta psicológicamente la constante valoración de miles de personas sobre ti o tu trabajo? Gran parte de la población se ha comportado como ese abuelo que no entiende nada del trabajo de sus nietos y no quiere ir más allá del “¿pero cuánto cobran?”, “¿pero de verdad les pagan por eso?”. Pocos se han parado a intentar entender las vicisitudes de un trabajo que tiene la dificultad añadida de estar en constante construcción y observación, de no tener un modelo de trabajo que seguir y de ser un referente para miles de adolescentes que siguen al pie de la letra lo que les digas. Pero a nosotros eso nos da igual porque entramos a las 9, salimos a las 18 y no nos vamos de viaje a las Maldivas. Nos da igual porque ya no estamos hablando de trabajadores; en nuestra mente son famosos. Y como a todo buen famoso, hay que deshumanizarlo por completo.

    Está claro, no podemos negar que ver el mundo desde la sección business de un avión no es lo mismo que verlo desde un cubículo en una oficina inmensa en la que no ves la luz del sol más que un par de veces al día; sin embargo, Dulceida, y por ende, el resto de influencers, no son los únicos cuyo trabajo implica estar rodeado de lujo, pero curiosamente sí son el blanco de la mayoría de las críticas. Nadie pone en duda el trabajo de un periodista gastronómico que come gratis día sí y día también en restaurantes de estrellas Michelín y veranea en resorts cinco estrellas; nadie pone en duda el trabajo de Cristiano Ronaldo al verlo en su yate con su séquito de vacaciones, siendo totalmente inaccesible para sus fans. ¿No deberíamos, al menos, hacer el esfuerzo de intentar comprender lo que implica este nuevo trabajo al que no estamos acostumbrados?

    En una sociedad que intenta vendernos que las vacaciones no son importantes y de recubrir de glamour el trabajo incesante; descansar, desconectar e intentar salirnos de algunas cosas que nuestro trabajo implica –en este caso, estar siempre arreglada y dispuesta para una foto que van a ver miles de personas– es absolutamente necesario para nuestra salud mental. Nadie puede, ni debe, estar trabajando la 24 horas del día, por muy idílico que parezca tu trabajo a las personas que lo ven desde fuera, por mucho que consista en estar haciendo fotos en una playa paradisíaca, sonriendo en un photocall o archivando informes en una oficina gris. Seas Dulceida o un asesor financiero. Y si nos cuesta entender eso, es que algo estamos haciendo mal con nuestros hábitos laborales. Porque, vamos a dejar una cosa clara: hay miles de trabajos diferentes que exigen de la persona que los realiza cosas completamente distintas. Es tan sencillo como eso. Algunos exigen levantarse a las 6 de la mañana, otros no, algunos tienen más responsabilidades, otros menos, algunos tienen una mayor remuneración económica que otros, algunos son vocacionales y otros no, algunos son anónimos y otros convierten a los que lo realizan en personas públicas, con sus pros y sus contras. Pero todos son trabajos. Todos exigen un esfuerzo del que los realiza, seas tú capaz de verlo o no. Y si no, pregúntate: ¿serías tú capaz de mantener la atención de más de un millón de personas semanalmente? Y lo más importante, ¿soportarías la presión?